lunes, 7 de noviembre de 2016

Contracepción

Una amiga me contó la historia de los esposos Scott y Kimberly Hahn, teólogos de la denominación protestante presbiteriana. Ambos convertidos al catolicismo por diferentes caminos. La historia de ella es la que me dio pie para escribir esta entrada, tema pendiente en la exposición de posiciones diferenciales entre católicos y protestantes. El punto es que ella se preguntaba sobre la razonabilidad bajo la fe de autorizar a la conciencia de cada cristiano el uso de los métodos contraceptivos como método de planificación familiar. Eso implica plantearse muy diversos temas éticos: ¿cuál es el papel de la sexualidad entre los esposos?, ¿es lícito desligar el acto conyugal de la concepción?, ¿desde qué momento podemos considerar que una persona es una persona?

Vamos por partes. Lutero, monje agustino del cual ya hemos hablado en alguna entrada anterior, tenía preocupación por la mentalidad de su época en contra de la familia y la fertilidad[1]. Estamos hablando del siglo XVI. Los primeros protestantes entendían cómo la contracepción llevaba hacia una visión egoísta. Pero bien saben que prefiero tomar fuentes protestantes para discutir estos temas controversiales. El teólogo Albert Mohler [2], Baptista, advierte cómo las iglesias protestantes no tenían teología sustancial acerca del matrimonio, el sexo y la familia entre 1930 y 1970, época en que las teorías maltusianas del control de la natalidad y las eugenésicas de Margaret Sanger estaban en boga. Los protestantes dieron la bienvenida a los métodos contraceptivos.

Los católicos también, pero el Magisterio de la Iglesia no. La Iglesia Católica tenía como guía la encíclica escrita en 1880 por el papa León XIII “Arcanum divinae sapientiae”, y el Papa Pío XI escribió en 1930 “Casti connubii”, ambas sobre el tema del matrimonio cristiano. Para la década de los años sesenta había una muy fuerte presión para que el Magisterio se pronunciase a favor de los métodos contraceptivos. El Papa Pablo VI afrontó el reto y, en contra de la opinión de la mayoría del clero que abordó el asunto, declaró ilícitos los métodos contraceptivos en 1968. Comprendía que la mejora de la salubridad había traído un crecimiento demográfico sin precedentes, que la tasa de mortalidad de niños de 0 a 5 años había disminuido drásticamente y que el tamaño de las familias presionaba unas condiciones socioeconómicas difíciles para los hogares. A su vez, comprendía que la revolución industrial había desplazado a los campesinos hacia las urbes generando condiciones sociales denigrantes debido a la alta densidad poblacional, y que la desvinculación del campo ocasionaba problemas de abastecimiento de alimentos para las familias numerosas que devengaban sueldos mínimos. Pero también argumentaba que el matrimonio cristiano es válido sólo bajo los fundamentos de la unión, el amor, la fidelidad y la fecundidad y que el acto conyugal no puede separar los dos principios que lo rigen: el unitivo y el procreativo[3]. También que la interrupción directa de un proceso reproductivo que ya se haya iniciado va en contra de las leyes morales e indica diversas consecuencias que podrían darse del uso de medios no naturales para el control de la natalidad: se abriría el camino para la infidelidad conyugal y la degradación de la moralidad, se perdería el respeto por la mujer que podría llegar a ser considerada como un mero objeto de placer, y se abriría la puerta para que los estados intervengan en temas íntimos de la pareja y en la implementación de políticas para el control de la natalidad. Finalmente solicitó a las autoridades públicas que se opusieran a las leyes que deteriorasen las leyes naturales de moralidad, a los científicos que estudiasen mejores métodos de control natal natural, y a doctores, enfermeras, y sacerdotes para que promovieran los métodos naturales[4]. Fue una encíclica profética. El papa Juan Pablo II reafirmó todas estas tesis y las extendió a los temas de reproducción asistida mediante documentos como:
  • Teología del Cuerpo (conferencias entre 1979-1984)
  • Evangelium Vitae, Teología y Moral familiar y de la vida, encíclica del 25 de marzo de 1995.
  • Donum Vitae, Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe (entonces presidida por el cardenal Ratzinger, luego papa Benedicto XVI), sobre el respeto a la vida humana y la procreación, febrero de 1987.
  • El Catecismo de la Iglesia Católica de 1992
  • Y Veritatis splendor, encíclica sobre la Moral Fundamental, del 6 de agosto de 1993.
Las Iglesias protestantes en cambio le dieron su visto bueno a los nuevos métodos contraceptivos mecánicos, como los implantes en el útero que impiden el anidamiento del óvulo fecundado, y a aquellos que alteraban la química corporal para impedir las condiciones de anidamiento o que creaban barreras de algún tipo.

Si bien hoy en día los protestantes están alineados con el catolicismo en el rechazo al aborto, aún hoy en día admiten los contraceptivos. Apenas en esta última década es que empieza a haber una conciencia de varios factores que el Dr. Mohler expone en su artículo:
  • Aceptan que la mentalidad contraceptiva lleva a una mentalidad abortiva. 
  • Aceptan que todo matrimonio debe estar abierto al don de los hijos, lo que los católicos denominamos “estar abiertos a la vida”. Los esposos que demandan una unión sexual que no esté abierta a la vida contradicen el plan de Dios para con el ser humano: los hijos nunca deben verse como una carga, sino como un regalo de Dios.
  • Aceptan que los métodos contraceptivos llevan con facilidad a la infidelidad y la inmoralidad sexual, lo que lleva a la promiscuidad y la miseria (sentimental y espiritual).
  • Admiten que es lícito realizar una planificación familiar. La distinción entre la planificación familiar natural que propone la Iglesia Católica y la planificación familiar artificial con la que denominamos a los restantes métodos les parece postiza y el Dr. Mohler propone generar una teología protestante propia.
  • Aceptan que las parejas usen en momentos determinados métodos contraceptivos con conciencia clara de las razones, pero que en términos generales su matrimonio esté abierto a la vida, y sobre todo, que los métodos que elijan sean inequívocamente anticonceptivos, no abortivos.
No puedo sentir otra cosa que satisfacción al leer que hay una voz importante del protestantismo planteando estas cuestiones. La Iglesia Católica se ha sentido acompañada de los grupos pro-vida protestantes en su lucha en contra del aborto, pero se siente sola en su lucha contra los métodos contraceptivos. Dos aclaraciones de importancia, tanto para los protestantes como para los propios católicos, acerca del punto de vista católico:
  • Muchos católicos creímos durante mucho tiempo que la Iglesia Católica también dejaba el tema a la conciencia de cada pareja cristiana, pero Juan Pablo II fue enfático en afirmar que el uso de contraceptivos artificiales no es una práctica aceptada por la Iglesia Católica bajo ninguna circunstancia. Aquellas circunstancias que lleven a una relación sexual con algún tipo de peligro para la salud llama a la castidad en el matrimonio.
  • A medida ha habido investigaciones sobre el tema, se ha ido aclarando que todo método anticonceptivo termina de alguna manera siendo abortivo, por tanto la determinación del siglo pasado de declarar como moralmente malo cualquier método artificial se ha abierto camino, a pesar de que dichos resultados definitivamente no se han difundido por parte de los medios de comunicación y en muchos casos se han querido ocultar[5].
  • La planificación familiar natural es igual o más efectiva que la artificial, a pesar de que los colegios médicos se niegan a considerarla por cuanto disminuye los ingresos de los gineco-obstetras y de la industria farmacéutica. El método Creighton[6] es científico y es el recomendado actualmente. No conocerlo es una falta de omisión. Creer que no son efectivos es creer que la ciencia sigue al nivel que tenía en 1968.

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