En la moral cristiana nuestro comportamiento debe ir orientado a las cosas eternas, no las temporales, por ello un ideal es lograr despreciar todo lo terreno en pro de anhelar los bienes venideros. Pero esta es sólo la mitad de la historia. En la moral cristiana nuestro comportamiento también debe ir orientado al respeto a la creación. El paradigma para los católicos es Francisco de Asís, patrón de la ecología, pero también el santo para los santos, es decir, quién fue un ejemplo para aquellos a quienes debemos imitar. Fue un hombre profundamente espiritual, que predicaba con el ejemplo la “hermana pobreza” como vivencia del desprecio por las cosas temporales, pero que amaba y respetaba profundamente a la “hermana naturaleza” como vivencia del respeto por la creación como imagen del amor de Dios por los hombres.
El Papa Francisco inició su pontificado con una carta encíclica, es decir, una circular dirigida a todos los fieles de la Iglesia católica, acerca del cuidado de la casa común. Se trata de “Laudato, sí”, y la casa común a que se refiere es el planeta Tierra.
A partir del numeral 216 de la circular (encíclica) mencionada, propone unas líneas para generar una espiritualidad ecológica porque “la espiritualidad no está desconectada del propio cuerpo ni de la naturaleza o de las realidades de este mundo, sino que se vive con ellas y en ellas, en comunión con todo lo que nos rodea.”
Nos habla del peligro de esa visión desentendida de las realidades temporales y del peligro de la pasividad ante el medio ambiente: “Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana.”
Nos exhorta a reconciliarnos con la creación examinando nuestras vidas y reconociendo de qué maneras ofendemos la creación de Dios con nuestras acciones y nuestra incapacidad de actuar. Implica reconocer con gratitud lo recibido en el mundo y de darnos cuenta que nos fue dado de manera gratuita y amorosa. No fuimos nosotros los creadores de la naturaleza. Añade que la conversión ecológica también implica “la amorosa conciencia de no estar desconectados de las demás criaturas, de formar con los demás seres del universo una preciosa comunión universal. Para el creyente, el mundo no se contempla desde fuera sino desde dentro, reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha unido a todos los seres.”
La carta a los Romanos menciona a la creación como a un ser vivo[1]: “Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo.” (Rm 8, 19-23). ¿A qué hace referencia?
Una respuesta nos la proporciona el cardenal Joseph Ratzinger, futuro Papa Benedicto XVI. Peter Seewald, periodista, le recuerda al cardenal en 1996: “Hace poco usted decía: tal vez las advertencias bíblicas sobre la mala conducta del hombre quisieran decirnos: el estado de nuestro espíritu influye en la naturaleza”. A lo que responde Ratzinger. “Sí. A mí a veces también me parece ver claramente que es el hombre quien amenaza a la naturaleza arrebatándole su hálito de vida. Y esa contaminación ambiental exterior que sufrimos también me parece espejo y consecuencia de la contaminación de nuestro interior, a la que apenas prestamos atención. Yo diría que ése es el defecto de los movimientos ecologistas. Arremeten con pasión muy comprensible y justificada contra la contaminación del medio ambiente, mientras tratan la autocontaminación espiritual del hombre como si fuera uno de sus derechos a la libertad. Ahí hay una incoherencia. Eliminamos la contaminación visible, pero no prestamos atención a la contaminación espiritual del hombre ni a la imagen de criatura que hay en él, para poder respirar humanamente, y en cambio, defendemos con un concepto falso de la libertad todo lo que el arbitrio humano produce.
Mientras sigamos manteniendo esa caricatura de libertad – la libertad de destrucción interior y espiritual – no cambiarán siquiera sus consecuencias exteriores.
El capítulo 8 de la carta a los romanos lo explica muy claramente. Dice que Adán, es decir, el hombre interiormente contaminado, trata a la Creación como a una esclava y la somete, y que la Creación sometida gime por ello. Hoy en día escuchamos a la creación gemir como nunca. Pablo, además añade, que la Creación espera la presencia del Hijo de Dios para poder respirar, y que sólo respirará cuando se vea sometida a hombres que sean un reflejo de Dios.”[2]
Ya hemos identificado, entonces, cuál es el punto de desacuerdo entre los ecologistas ateos y los cristianos: el cuidado de la naturaleza no será posible sin una mística con “móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria”[3], pero en los cristianos los móviles deben estar guiados por una moral que no malentienda lo que es la libertad.
“Cuando no se reconoce en la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacitad – por poner sólo algunos ejemplos –, difícilmente se escucharán los gritos de la misma naturaleza. Todo está conectado. Si el ser humano se declara autónomo de la realidad y se constituye en dominador absoluto, la misma base de su existencia se desmorona, porque, «en vez de desempeñar su papel de colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y con ello provoca la rebelión de la naturaleza».”[4]
Hablar de la bioética hacia el ser humano es hablar acerca de la bioética hacia la naturaleza. No se puede defender la naturaleza y defender el aborto, la eutanasia, la promiscuidad y otros asuntos defendidos por el relativismo. “No hay ecología sin una adecuada antropología.”[5]
“… es preocupante que cuando algunos movimientos ecologistas defienden la integridad del ambiente, y con razón reclaman ciertos límites a la investigación científica, a veces no aplican estos mismos principios a la vida humana. Se suele justificar que se traspasen todos los límites cuando se experimenta con embriones humanos vivos. Se olvida que el valor inalienable de un ser humano va más allá del grado de su desarrollo. De ese modo, cuando la técnica desconoce los grandes principios éticos, termina considerando legítima cualquier práctica.”[6]
La ecología y la ética cristiana son entonces dos caras de una misma moneda.
[1] No confundirlo con la presentación a la manera de la Nueva Era.
[2] La sal de la tierra. Quién es y cómo piensa Benedicto XVI. Joseph Ratzinger.
Una conversación con Peter Seewald. Ediciones Palabra. 10ª edición. Madrid. 2007.
[3] Papa Francisco. Laudato, sí. Numeral 216.
[4] Papa Francisco. Laudato, sí. Numeral 117.
[5] Papa Francisco. Laudato, sí. Numeral 118.
[6] Papa Francisco. Laudato, sí. Numeral 136.