viernes, 19 de mayo de 2017

Los Padres de la Iglesia (II)

San Ireneo (130 - 202). Nacido en Esmirna, Anatolia (actual Turquía), Ireneo fue uno de los discípulos Policarpo, padre apostólico, discípulo del Apóstol Juan, obispo de Esmirna, Éste lo envió a las Galias (actual Francia) en el año 157. En Lugdunum, actual ciudad de Lyon, capital de la Galia Lugdunense, donde se registró una cruel persecución que causó numerosos mártires entre los cristianos, fue ordenado sacerdote y desde el año 177 ejerció allí como presbítero. Fue enviado al Obispo de Roma Eleuterio, para rogarle mediante «la más piadosa y ortodoxa de las cartas», en nombre de la unidad y de la paz de la Iglesia, para que tratase con suavidad a los hermanos montanistas de Frigia. Explicó que al rechazar a los falsos profetas había que acoger el verdadero don de profecía. Pese a rechazar los «excesos carismáticos» y apocalípticos del montanismo, consideró que no se podía prohibir las manifestaciones del Espíritu Santo dentro de las iglesias romanas.[1]

Sucedió a Potino en la sede episcopal de Lyon desde el año 189 e intervino ante el obispo romano Víctor (190), para que no separara de la comunión a los cristianos orientales que celebraban la Pascua el mismo día que los judíos.[1]

El nombre de San Ireneo está vinculado, sobre todo, a la defensa de la Fe frente a los gnósticos. El gnosticismo era un conjunto de corrientes filosófico-religiosas que llegaron a involucrarse con el cristianismo en los tres primeros siglos, convirtiéndose finalmente en un pensamiento declarado herético después de una etapa de cierto prestigio entre los intelectuales cristianos.

He aquí una selección de sus escritos:

Respecto a la Eucaristía: "No pueden creer que el Hijo de Dios está presente en el pan consagrado, porque éste es un elemento material, un fruto de la creación de Dios hecha por medio de su Hijo. Y ¿cómo pueden creer que el cuerpo y sangre de Cristo se nos dan como alimento del cuerpo y del alma para la resurrección definitiva, si rechazan la resurrección de la carne, a la que consideran corrupta?" (cf. IV, 18,4-5). "Y, pues el alma por naturaleza no se corrompe, el cuerpo corruptible es el que necesita participar de la resurrección de Cristo. Los herejes son incongruentes al celebrar la Eucaristía, porque no hay concordancia entre la fe en ella y sus doctrinas. Se apartan de la salvación al despreciar el medio que para alcanzarla nos ha ofrecido el Señor. En cambio, «para nosotros concuerdan lo que creemos y la Eucaristía y, a su vez, la Eucaristía da solidez a lo que creemos»" (IV, 18,5). “Porque así como el pan que procede de la tierra al recibir la invocación de Dios ya no es pan común, sino Eucaristía, compuesta de dos elementos, terreno y celestial, así también nuestros cuerpos, al recibir la Eucaristía, ya no son corruptibles, sino que tienen la esperanza de la resurrección eterna”.

Respecto de la Iglesia Católica: “La predicación de la Iglesia presenta por todas partes una inconmovible solidez, manteniéndose idéntica a sí misma y beneficiándose, como lo hemos manifestado, del testimonio de los profetas, de los apóstoles, y de todos sus discípulos”

Respecto a María: El vientre de María, nuestra Madre Inmaculada, está “totalmente intacto, sin labrar ni sembrar más que por el rocío del Cielo; da a luz al Salvador, proporciona a los mortales con el Pan de los ángeles y el alimento de la vida eterna”.

Otras frases:

"Es mejor no saber nada, pero creer en Dios, y permanecer en el amor de Dios, que arriesgarse a perderle con investigaciones sutiles" Contra los herejes II 28, 3

El Hijo ... esta subordinado al Padre no por su seer, o por su esencia, sino sólo por su actividad" Contra los herejes V 18, 2

Yerran los gnósticos al afirmar que la carne tiene en sí el mal o el origen del mal. El cuerpo, como el alma, es una creación divina, y no puede, por tanto, implicar mal en su naturaleza. Contra los herejes IV 37, 1


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[1} Entrada de Wikipedia.

lunes, 1 de mayo de 2017

Los Padres de la Iglesia (I)

Los Padres de la Iglesia son un grupo de pastores y escritores eclesiásticos, obispos en su mayoría, de los primeros siglos del cristianismo, cuyo conjunto doctrinal es considerado testimonio de la fe y de la ortodoxia en la Iglesia Católica. Los cuatro grandes padres griegos son:
  • Atanasio de Alejandría (296-373 obispo de Alejandría - , ciudad de lo que hoy es Egipto), 
  • Basilio el Grande (330-379 obispo de Cesaréa - , ciudad de lo que hoy es Turquía), 
  • Gregorio Nacianceno (329-389 Papa, nacido en Capadocia, ciudad de lo que hoy es Turquía) y 
  • Juan Crisóstomo (347-407 patriarca de Constantinopla, ciudad de lo que hoy es Turquía). 
Y los cuatro latinos son:
  • Ambrosio de Milán (340-397 obispo de Milán, ciudad de lo que hoy es Italia) , 
  • Agustín de Hipona (354-413) obispo de Hippo Regius, ciudad de lo que hoy es Argelia), 
  • Jerónimo de Estridón (340-420, de la zona de lo que hoy es Croacia. Traductor de la Biblia del griego y el hebreo al latín) y 
  • Gregorio Magno (540-604 Papa, nacido en Roma). 
Pero habitualmente se conocen como padres de la Iglesia a una serie más amplia de escritores cristianos, que van desde estas generaciones del siglo III hasta el siglo VIII, y que se caracterizan por la ortodoxia de su doctrina, santidad de vida y el reconocimiento de la Iglesia.

Hay otros, denominados padres apostólicos, que son según la tradición los que tuvieron algún contacto con uno o más de los apóstoles de Jesús de Nazaret. Por ejemplo, Policarpo de Esmirna, Ignacio de Antioquía (ambos en lo que hoy es Turquía), Bernabé (originario de Chipre) y, Clemente y Hermas (ambos de Roma).

Es un placer leer las homilías y escritos de muchos de estos Padres de la Iglesia, por cuanto llegaban a profundidades que iluminan grandemente, aún hoy, el sentido de las escrituras, además de ilustrar cómo lo entendían en los primeros siglos.

Aquí transcribo una selección de algunos de estos Padres de la Iglesia.

San Gregorio Magno: Homilia 26. Edición de los numerales 7 a 9. Sobre Juan 20, 24-29.

Tomás, uno de los doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos en el momento de presentarse Jesús. Únicamente este discípulo estuvo ausente, y cuando vino oyó lo que había sucedido y no quiso creer lo que oía. Volvió de nuevo el Señor y descubrió al discípulo incrédulo su costado para que le tocase y le mostró las manos, y con presentarle las cicatrices de sus llagas curó la llaga de su incredulidad. ¿Qué pensáis de todo esto, hermanos carísimos? ¿Creéis que sucedió porque sí el que estuviera en aquella ocasión ausente aquel discípulo elegido y el que, cuando vino, oyera, y oyendo dudara, y dudando palpara, y palpando creyera?

No; no sucedió esto porque sí, sino que fue disposición de la divina providencia; pues la divina Misericordia obró de modo tan admirable para que, tocando aquel discípulo incrédulo las heridas de su Maestro, sanase en nosotros las llagas de nuestra incredulidad. De manera que la incredulidad de Tomás ha sido más provechosa para nuestra fe que la fe de los discípulos creyentes, porque, decidiéndose aquél a palpar para creer, nuestra alma se afirma en la fe, desechando toda duda. En efecto, el Señor, después de resucitado, permitió que aquel discípulo dudara; pero, no obstante, no le abandono en la duda; a la manera que antes de nacer quiso que Maria tuviera esposo, el cual, no obstante, no llego a consumar el matrimonio; porque, así como el esposo había sido guardián de la intachable virginidad de su Madre, así el discípulo, dudando y palpando, vino a ser testigo de la verdadera resurrección.

Y tocó y exclamó Tomás: ¡Señor mío y Dios mío! Díjole Jesús: Tú has creído, Tomás, porque me has visto. Diciendo el apóstol San Pablo que (Hebr. 11,1) la fe es el fundamento de las cosas que se esperan y un convencimiento de las cosas que no se ven, resulta claro en verdad que la fe es una prueba decisiva de las cosas que no se ven, pues las que se ven, ya no son objeto de la fe, sino del conocimiento. Ahora bien, ¿por qué, cuando Tomás vio y palpó, se le dice: ¿Porque has visto has creído? Pues es porque el vio una cosa y creyó otra; el hombre mortal, cierto que no puede ver la divinidad; por tanto él vio al hombre y creyó que era Dios; y así dijo: ¡Señor mío y Dios mío! Luego viendo creyó porque, conociéndole verdadero hombre le aclamó Dios aunque como tal no podía verle.

Causa mucha alegría la que sigue: Bienaventurados los que sin haber visto han creído. Sentencia en la que sin duda, estamos señalados nosotros, que confesamos con el alma al que no hemos visto en la carne. Sí, en ella estamos significados nosotros, pero con tal que nuestras obras acompañen nuestra fe, porque quien cumple en la práctica lo que cree, ése es el cree de verdad. Por el contrario, de aquellos que solamente creen con palabras dice San Pablo (Tit. 1,16) Profesan conocer a Dios, mas lo niegan con las obras; por eso dice Santiago (2,17): La fe, si no es acompañada de obras, está muerta en sí misma.