miércoles, 16 de agosto de 2017

Lo bello, lo bueno y lo santo.

Los conversos eminentes tienen interés por cuanto usualmente son personas que nacieron fuera del contexto de la Iglesia Católica y por tanto aportan una mirada fresca a las riquezas del catolicismo que no son vistas por los propios católicos que nacieron inmersos en ésta. Solemos dar por sentadas muchas cosas sin ser capaces de apreciar su belleza.

Para explicar el tema, quiero transcribir una descripción dada por John Henry Newman en su novela Perder y Ganar[1]: En el capítulo séptimo de la Primera Parte el protagonista se hace preguntas sobre la razonabilidad de la fe: "Siempre he pensado que la razón era un don general y la fe un don particular, personal. Si la fe es realmente racional, todos deberían darse cuenta de que es racional, pero, según eso, será que no es racional. Pero, ¿cómo vamos a encontrar la verdad si no es mediante la razón?". Luego se responde a sí mismo: "Los hombres nos movemos por sentimientos, por pasiones, por el sentido de lo bello, lo bueno y lo santo. Religión es hermosura: nubes, sol y cielo, los campos, los bosques, todo es religión." Luego continúa, haciendo referencia a que en la Iglesia Católica “.. el celebrante, el diácono, los acólitos con cirios, el incienso, los cantos, todo apuntando a un mismo fin, a un solo acto de culto. Notas que realmente estás adorando; todos tus sentidos, ojos, oídos, el olor, todo te dice que se está llevando a cabo un acto de culto ... el coro cantando el Kyrie y el sacerdote y sus ayudantes, inclinados, diciéndose el «Yo confieso» unos a otros. Esto es adoración y está a años luz por encima de la razón."

El punto no es menor. Algunas denominaciones protestantes procuraban ser muy austeras en tiempos de Newman, y la facción pro protestante de la Iglesia Anglicana entendía la liturgia muy centrada en La Palabra, sin adornos. Por el contrario la Iglesia Católica siempre ha llenado la Liturgia de signos que resaltan el contenido del culto, y aprovechan los cincos sentidos para transmitir el mensaje: los gestos, las luces, el humo de los cirios en la atmósfera, los colores litúrgicos, la música y los cantos, el incienso, el abrazo de la paz, los responsorios, las oraciones comunes, ... el ser humano en su integridad cuerpo-alma elevan a Dios su plegaria y su alabanza.

En el capítulo veinte de la Segunda Parte de la misma novela Newman pone en boca de un amigo del protagonista, converso al catolicismo, la descripción de sus sentimientos por la Misa: "No se trata de recitar unas palabras. Es una gran Acción, la Acción más grande que puede darse en la tierra. Es no solo la invocación sino ... la evocación del Dios Eterno. El que hace temblar a los demonios, el que recibe la reverencia constante de los ángeles, Él mismo se hace presente sobre el altar en cuerpo y sangre. Ése es el hecho sobrecogedor que da sentido a toda la Misa. Las palabras hacen falta, pero sólo como medios, no como fines. Las palabras hacen mucho más que dirigirse al trono de la gracia, son instrumentos de algo que es mucho más alto: la consagración, el sacrificio. Que todo es muy apresurado, dices tú ... Sí, las palabras van rápidas..., como si estuvieran impacientes por cumplir su misión. Son rápidas; todo es rápido, porque todas son partes de una acción única. Son rápidas, porque son las palabras impresionantes de un sacrificio, algo demasiado grande como para demorarse en ellas. «Lo que has de hacer, hazlo rápido». Pasan de prisa porque el Señor Jesús pasa con ellas; como pasó de prisa por el lago llamando primero a uno, después a otro. Pasan rápidas, porque como el relámpago reluce de una parte a otra del cielo, así es la venida del Hijo del Hombre. Pasan rápido, porque son como las palabras de Moisés invocando el nombre de Dios, que descendía cubriéndole con su nube. Como Moisés en la montaña, nosotros también «corremos e inclinamos la cabeza hasta el suelo, adorando». Nosotros también, no solo el sacerdote, cada uno desde su sitio y en todas partes anhelamos el gran advenimiento, «aguardamos el movimiento del agua». Cada uno en su sitio, desde su corazón, sus deseos, sus pensamientos, sus intenciones, con su propia petición; distintos pero unidos, contemplando lo que pasa, contemplando cómo pasa, uniéndose a la consumación de todo aquello... y no limitándose a seguir de principio a fin, aburrido y cansado, unas fórmulas monótonas; todos y cada uno. Como instrumentos musicales, distintos y unánimes, participando con el sacerdote de Dios, apoyándole, guiados por él, lanzamos al cielo una plegaria de valor infinito..."

Este extracto creo que da cuenta del atractivo de la prosa del cardenal Newman. En la próxima entrada tocaremos otras de sus reflexiones.


[1] Perder y ganar. John Henry Newman. Editorial Encuentro. 5ta edición. Madrid 2017. Pags. 313 y 314.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario