Hoy deseo hacer referencia a la educación en el contexto de la familia cristiana, la cual debe ser diferente en varios aspectos a la educación en general.
Transcribo entonces apartes de uno de los documentos resultado del Concilio Vaticano II. Como la Iglesia es universal los textos originales se escriben en latín y luego se traducen. El documento toma el nombre de las dos primeras palabras de su texto, por tanto, éste se llama Gravissimus educationis. Es un texto breve, pero que incorpora otros aspectos de la educación adicionales a los que aquí transcribo. Disculpen la particular forma en que fue redactado.
La educación se propone la formación de la persona humana en orden a su fin último.
Se debe ayudar a los niños y a los adolescentes a desarrollar armónicamente sus cualidades físicas, morales e intelectuales, y a que gradualmente vayan adquiriendo un sentido más completo de la responsabilidad, lo mismo en el recto desarrollo de su vida, mediante el continuado esfuerzo, que en la adquisición progresiva de la verdadera libertad, superando los obstáculos con grandeza y constancia de ánimo.
Los niños y los adolescentes tienen derecho a que se les estimule a estimar los valores morales con conciencia recta y abrazarlos con adhesión personal, así como a conocer y amar más perfectamente a Dios.
La educación cristiana no persigue solamente la madurez de la persona humana sino que mira principalmente a que los bautizados, a medida que se van introduciendo gradualmente en el conocimiento del misterio de la salvación, se vayan haciendo cada día más conscientes del don de la fe que han recibido; que aprendan, en primer lugar en la acción litúrgica, a adorar a Dios Padre con sinceridad de espíritu, que se preparen para realizar su propia vida, conforme al hombre nuevo que son, en la justicia y en la santidad de la verdad; y que así traten de realizar en sí el tipo de varón perfecto, buscando alcanzar esa edad de plenitud que es Cristo, y colaboren en el crecimiento del cuerpo místico.
Conscientes además de su vocación, que se acostumbren a dar testimonio de la esperanza que poseen y a ayudar a que se realice la configuración cristiana del mundo, en la que los mismos valores naturales, que lleva consigo la consideración total del hombre redimido por Cristo, contribuyan al bien de la sociedad entera.
Los padres, al haber dado vida los hijos, se deben primordialmente a la educación de la prole y, en consecuencia, se deben reconocer como los primeros y principales educadores. La familia es, por lo tanto, la primera escuela de las virtudes sociales, de que todas las sociedades necesitan. Sobre todo en la familia cristiana, que en el matrimonio está enriquecida con la gracia y con el deber del sacramento, es necesario que ya desde los primeros años los hijos sean enseñados a sentir a Dios, a tratar con él y amar al prójimo conforme la fe que recibieron en el bautismo. En la familia deben sentir la primera experiencia de una sana sociedad humana y de la iglesia.
La tarea de impartir la educación, que corresponde primeramente a la familia, necesita de la ayuda de toda la sociedad, a saber, para proteger las obligaciones y los derechos de los padres y los que participan en la educación, y para prestarles ayuda conforme a su papel subsidiario, completando la obra de la educación cuando no bastan los esfuerzos de los padres y de otras instituciones, pero siempre atendiendo los deseos de los padres.
La Iglesia, como madre que es, está obligada a darle a sus hijos una educación para la que todo en su vida quede penetrado del espíritu de Cristo.
Los padres sobre quienes recae la primera obligación y el primer derecho, ambos inalienables, de educar a los hijos, es preciso que gocen de una verdadera libertad en la elección de la educación de sus hijos.
Lo característico de la educación católica es crear un ambiente que está animado por el espíritu evangélico de la libertad y de la caridad, y ayudar a los adolescentes a que, a la vez que desarrollen la propia persona, crezcan según la nueva criatura que por el bautismo han sido hechos, y a ordenar toda la cultura humana al anuncio de la salvación, de manera que el conocimiento que gradualmente van adquiriendo del mundo, de la vida y del hombre, quede iluminado por la fe.
Debe tenerse en cuenta de la diferencia de sexo y del fin propio prefijado por la divina providencia a cada sexo en la familia y en la sociedad. A medida que su edad avanza sean instruidos en una positiva y prudente educación sexual.
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