Conversando con un compañero de estudio, Alberto, me mencionó que vivía en unión libre desde hacía seis años. Le pregunté si tenía temor al matrimonio. ¿Por qué no comprometerse más seriamente? Me respondió que no ha recibido el sacramento de la Confirmación. Le volví a interpelar: ¿No hace las vueltas de la Confirmación por desacuerdos con la fé? Me respondió: -No, es por la pereza de hacer el trámite e ir a un curso. No fue posible continuar la conversación. Tampoco tenemos la suficiente confianza ni era el lugar para profundizar en el tema.
La pregunta que me quedó fue ¿cómo hago para explicarle que el trámite es lo menor y que el Sacramento es lo mayor?
La respuesta me llegó con el Evangelio de la 6ª semana del Tiempo Ordinario, ciclo C:
"Llegan a Betsaida. Le presentan un ciego y le suplican que le toque. Tomando al ciego de la mano, le sacó fuera del pueblo, y habiéndole puesto saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntaba: «¿Ves algo?» Él, alzando la vista, dijo: «Veo a los hombres, pues los veo como árboles, pero que andan.» Después, le volvió a poner las manos en los ojos y comenzó a ver perfectamente y quedó curado, de suerte que veía de lejos claramente todas las cosas. Y le envió a su casa, diciéndole: «Ni siquiera entres en el pueblo.»" Mc 8, 22-26.
He de advertir que fue Dios, por medio del padre Javier, el sacerdote que ofició la misa de hoy, quien me respondió:
En esta lectura le presentan un ciego a Jesús. Yo espero ser quien interceda ante Jesús por Alberto. Jesús lo sacó fuera del pueblo. Fue importante que el ciego de Betsaida accedió a retirarse del mundanal ruido e ir con Jesús. Seguramente no sabía muy bien de qué se trataba, pero fue con la mente y el corazón abierto a lo que podríamos llamar un retiro. Jesús le untó de saliva y le impuso las manos. Ese gesto recuerda al Bautismo, en donde no es saliva, sino agua lo que se vierte. Pero en ambos casos es el símbolo externo de la unción del Espíritu Santo. El Bautismo es la semilla de la fé. Alberto fue bautizado y lo sabe. Pero no es consciente de que la fé es un proceso, un camino en el que debemos hacer crecer esa semilla. La fé es un don, un regalo, una gracia, la cual se debe pedir y se debe cultivar. Y en el camino entre el Bautismo y la Confirmación se desarrolla el espíritu, la espiritualidad, el aprendizaje de estar en la intimidad con Jesús. Ese fue el caso del ciego de Betsaida. Estaba en las afueras del pueblo, a solas, con Jesús.
Luego de ese bautismo Jesús lo interroga. - ¿Ves algo? - Sí, algo lograba ver. El sacramento le ha permitido despertar a la vida espiritual, pero de manera imperfecta. Expresa que ve a los hombres como si fueran árboles, pero que se mueven. Eso nos pasa a todos. El despertar a la vida espiritual no implica que la entendamos, ni que la comprendamos bien. Hay que formarse y exigirse a uno mismo, para cultivar la semilla que nos fue dada.
Después volvió a imponerle las manos y ahí sí empezó a ver perfectamente. Ese segundo momento nos recuerda el sacramento de la Confirmación. Momento en que ya se supone nos hemos formado y desarrollado y podemos dar testimonio de nuestra fe. La Confirmación es un sacramento de envío. Somos mayores de edad en la fé y nos comprometemos a ser testimonio de dicha fé. Por esa razón escribo este diario – blog. Principalmente para mí, pero de vez en cuando para darle una respuesta a uno que otro amigo. Para dar razón de mi fé.
No es gratuito que para casarnos debamos primero confirmarnos. El matrimonio implica ser suficientemente maduro para afrontar nuevas responsabilidades, la de la vida compartida. Ya no será la vida sólo para nosotros. Hemos madurado. Y el casarnos implica el abrirnos a la vida en los hijos. Casarnos ante Dios implica ayuda por parte de Él. Recordemos que Sacramento significa también Presencia. Pero también implica educar a los hijos en la fé. No podemos comprometernos a educar en la fé si no estamos maduros espiritualmente. Por eso nos debemos formar y por eso solicitamos la unción del Espíritu Santo para estar en capacidad de dar testimonio de la fé, para estar en capacidad de dar fruto. Luego de que los hombres, que son como árboles, se desarrollan, deben dar fruto. Ese es el sentido de la formación y de la Confirmación como requisito para el matrimonio.
Realmente, el trámite es lo menor si lo entendemos como los pequeños trámites administrativos para formalizarlo frente al Estado y frente a la Iglesia. Pero no es lo menor si se trata de la formación. Y esta formación no es, ni debe ser, uno o dos fines de semana de preparación. La formación es el aprender a tener intimidad con Jesús en la oración. Nadie ama a quien no conoce. Y la formación es aunar fé y razón. Ambas las creó Dios. No son contradictorias.
El sacramento de la Confirmación es lo mayor si lo entendemos como la plenitud de la efusión del Espíritu Santo en nosotros, la cual empezó en el Bautismo, y lo entendemos como el compromiso de Dios de ayudarnos, pero, ante todo, como nuestra mayoría de edad en la fé y la responsabilidad subsecuente de transmitir la luz que nos da Dios para ver nuestro papel en este mundo: el de guiar hacia Dios a los demás, entendiendo que todos deseamos la felicidad y que nosotros somos los pies, las manos y la boca de Dios en medio del tiempo y lugar donde nos ubicó Dios.
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