Hoy, con mi esposa, oímos una de sus charlas en EWTN sobre la castidad. Muy claro.
Resumo aquí algunas de sus ideas, que además de estar basadas tanto en la Teología del Cuerpo de san Juan Pablo II, el Grande, y en palabras de la exhortación apostólica Amoris Laetitia del Papa Francisco, contiene asociaciones de ideas que me parecen novedosas en cuanto no las había escuchado juntas:
Hablar de castidad es políticamente incorrecto, pero la Iglesia debe dar el mensaje de Cristo en su integridad. Y éste incluye el sexto mandamiento.
Las administraciones del nivel municipal y nacional han sido cobardes en tratar el tema de la sexualidad. Se combate la violencia sexual contra la mujer, pero no se ataca a la pornografía. Van de la mano. No se puede atacar la una y permitir la otra.
Y el mensaje de las administraciones para controlar la transmisión de enfermedades sexuales y el embarazo no deseado ha sido el uso de “filtros”. Como si para combatir el tabaquismo hubieran obligado a ponerle triple filtro a los cigarrillos o para evitar la accidentalidad vial hayan decretado más cinturones. La solución está en dejar de fumar, en controlar la velocidad y en la castidad.
Lujo y lujuria van de la mano. Etimológicamente ambas provienen del latín “luxus”: desviación. Cuando el ser humano entra en el consumismo y el lujo, entra fácilmente a la lujuria. Tales “luxus” se combaten con las virtudes de la austeridad y la generosidad.
El amor libre proclamado por la revolución de mayo del 68 y el puritanismo victoriano tienen en común una antropología desviada. Ni somos sólo cuerpo, ni el cuerpo es pecaminoso. La sexualidad incorpora la totalidad del ser: cuerpo y alma.
La cultura de los encuentros sexuales momentáneos mata la capacidad de amar y de sentirse amados. La entrega de la intimidad a un desconocido crea heridas e impide llegar a sentirse amado, lo más fundamental para el ser humano.
En el noviazgo, la cultura permite la sexualidad. Pero el noviazgo es una época de discernimiento acerca de la otra persona y cuando hay de por medio una entrega sexual, se genera un compromiso antes de haber tomado una decisión. No tiene sentido. Además, en ese discernimiento se hallan dificultades en la relación. Si se tapan con la sexualidad, no se afrontan, no se resuelven.
Cada divorcio es un fracaso que causa heridas. La convivencia durante algunos meses lleva a vivir una sucesión de mini divorcios. Le has entregado la totalidad de tu ser a una persona que pasa a ser un desconocido al cabo de un tiempo. Eso mata la capacidad de amar.
La sexualidad tiene fines claros: nos da identidad, nos permite expresar el amor y nos permite procrear.
El cristianismo no busca como ideal la felicidad. Busca la entrega y el servicio como ideal. La felicidad llega como consecuencia. Del mismo modo, la sexualidad busca como ideal la entrega de la totalidad del ser a la pareja. El placer no es el fin, sino una consecuencia. No nos dejemos confundir.
Somos frágiles y podemos caer. La castidad es posible por gracia del Espíritu Santo. La fidelidad a Dios y al otro consiste en custodiar nuestra fragilidad y ponerla en diálogo con el Señor. Se trata de cultivar las virtudes de la perseverancia y la constancia. Y de buscar el perdón de Dios. El perdón de Dios nos da un corazón virgen cada vez que somos perdonados.
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