viernes, 29 de abril de 2016

Las diferencias en las Escrituras

La Biblia es una sola, pero del Antiguo Testamento existe una versión hebrea y otra griega. La versión griega fue elaborada en la ciudad de Alejandría, en Egipto, unos doscientos años antes de Jesucristo, para uso de los judíos que habitaban fuera de Palestina. En esta versión griega hay siete libros y algunos fragmentos de otros dos que no fueron reconocidos como "inspirados" por los judíos de Palestina.

Estos Libros que no entraron en el canon hebreo son Judit, Tobías, I y II de los Macabeos, Sabiduría, Eclesiástico y Baruc, incluida la Carta de Jeremías. A ellos hay que agregar una parte del libro de Ester y otra del libro de Daniel. La razón para no admitirlos es que algunos de ellos habían sido escritos originariamente en griego y de otros sólo se conservaba la traducción en esa lengua, por ejemplo el libro Eclesiástico o Sirásides que fue escrita originalmente en hebreo pero solo se pudo conservar en la traducción al griego.

Al igual que los judíos, otras denominaciones no católicas, no los aceptan[1]. La Iglesia Católica, en cambio, los incluye con el nombre de "deuterocanónicos", o sea, "reconocidos en segundo término", si bien hoy se sabe que fueron reconocidos en primer término.

La historia consta de dos partes, y es la siguiente:

Luego de la muerte de Alejandro Magno (309 a.C.) sus generales se repartieron el imperio. Ptolomeo se aseguró de detentar el poder sobre el reino de Egipto, el sur de la actual Turquía, que se llamaba en ese entonces Cilicia, las islas de la zona de Chipre, y la costa fenicia, en específico las ciudades de Tiro, Sidón y Jerusalen. Ptolomeo gobernó hasta el 285 a.C. Para la historia que interesa en este capítulo basta saber que dicho gobernante fue quien mandó construir la famosa biblioteca de Alejandría, su ciudad capital, y que en la zona de Palestina fue muy duro con los judios. Su sucesor, Ptolomeo II Filadelfo fue en cambio amable con el pueblo judío y éstos en agradecimiento le enviaron una copia de todos los libros sagrados que contenía el templo de Jerusalem con destino a la mencionada biblioteca. Ptolomeo II dio gran consideración a dichos escritos e invitó a Alejandría a una gran cantidad de eruditos judios para que tradujeran al griego los escritos sagrados. Es el origen de la Biblia Septuaginta, en idioma griego. Su nombre deriva de que la tradición dice que fueron poco mas de setenta los eruditos que realizaron dicha traducción. Se sabe que tomó poco más de dos siglos terminarla. Como ya se mencionó, es la versión que utilizaban los judios que vivían en las diversas ciudades de la costa del mar Mediterráneo.

Casi cuatro siglos después la situación había cambiado grandemente. Quien gobernaba Egipto y la zona de Palestina era el Imperio Romano. Tito, hijo del emperador Vespaciano, arrasó con Jerusalen en una guerra cruel en el año 70 d.C. Muchos fariseos habían huido de Jerusalen antes de la debacle. Hacia el año 90 se reunieron en la ciudad de Yamnia ubicada en lo que actualmente es Jordania y establecieron lo que hoy en día se conoce como el canon palestinense, ya que eran judios de Palestina, y hace referencia al conjunto de libros que contemplaban como sagrados, un acuerdo que nunca antes habían considerado necesario establecer de manera formal. En dicho canon entraron sólo los libros que estaban en posesión del templo de Jerusalen en los años en que huyeron. No hay historia escrita que explique por qué habia menos libros en el templo en el siglo I d.C que en el siglo III a.C. Sólo se conocen los múltiples disturbios, guerras civiles y saqueos que sufrió el Templo en dicho intervalo de tiempo[2].

Ahora se comprende por qué los “deuterocanónicos” fueron reconocidos en un primer término, 400 años antes. Pero en tiempos de Lutero esta historia no se conocía. Lutero consideró que el canon adecuado era el “palestinense” y no el “alejandrino” como lo había establecido el Concilio de Roma en el siglo IV d.C. (382). La ironía es que fueron fariseos anticristianos los que definieron el canon que siguen los protestantes.

Las cartas de San Pablo y los evangelios (fueron escritos en ese orden) hacen referencia a muchos pasajes del Antiguo Testamento, la mayoría de ellos fieles a la traducción septuaginta, por tanto, ¿por qué considerar el Canón Alejandrino como no válido?, ¿no será que el Canón Palestinense estaba incompleto?[3]



[1] Actualmente se incluyen en las Biblias luteranas, anabaptistas, anglicanas y episcopalianas.
[2] En Qumrán, la evidencia bíblico-arqueológica más antigua, han sido encontrados algunos fragmentos de tres libros deuterocanónicos: del Eclesiástico (gruta 2), de Tobías (gruta 4) y de Baruc (gruta 7). Fuente: Wikipedia
[3] Hay multitud de referencias cruzadas entre los libros deuterocanónicos y los canónicos, no se contradicen, se complementan.

martes, 26 de abril de 2016

El Magisterio de la Iglesia

El Magisterio o enseñanza de la Iglesia es necesaria para evitar desviaciones dadas por la bien intencionada equivocación de los miembros de la Iglesia, cosa que ha ocurrido en numerosas ocasiones a lo largo de la historia de la misma. El Magisterio no es una sola persona, es toda una tradición y todo un conjunto de fieles dedicados al estudio y meditación de la Palabra al abrigo del Espíritu Santo. La enseñanza del Magisterio siempre está fundamentada en las Escrituras. La interpretación de las Escrituras en la Iglesia Católica se diferencia de algunas iglesias protestantes fundamentalistas[1] en cuanto éstas tienen como principio, que siendo la Biblia Palabra de Dios inspirada y exenta de error, debe ser leída e interpretada literalmente en todos sus detalles. Dicho fundamentalismo impone como única fuente de enseñanza sobre la vida cristiana y la salvación una lectura de la Biblia que rehúsa todo cuestionamiento y toda investigación crítica, rechazando admitir que la Palabra inspirada de Dios ha sido expresada en un lenguaje humano, que es limitado, así como escrita por seres humanos con capacidades y posibilidades de comprensión limitadas acerca de lo que escribían ya que, por ejemplo, tenían una visión histórica y cultural concreta y no plenamente conscientes del significado profundo de la inspiración dada. La lectura textual lleva a veces a pretender que es hecho científico o histórico algo que no necesariamente lo es, ya que la Biblia fue escrita en orden a la salvación y no en orden a la transmisión de conocimiento. En relación al Nuevo Testamento, les falta reconocer que tomó forma en el seno de la tradición de una iglesia cristiana primigenia, cuya existencia es previa a la escritura de los textos y por ello tiende a despreciar los credos, los dogmas, la función de enseñanza de la Iglesia y las diferentes prácticas litúrgicas que se han vuelto tradición eclesiástica, pero que tienen origen también en esa Iglesia inicial[2].

La diferencia con otras corrientes del protestantismo no fundamentalistas es que la Iglesia Católica nutre su interpretación de tres fuentes adicionales a la escritura: a.- la Tradición apostólica, es decir, todas aquellas actitudes, virtudes y ritos que las comunidades cristianas primigenias llevaban a cabo como herederos de la predicación y enseñanza de los discípulos de Jesús; b.- la reflexión iluminada de las escrituras y plasmada en los escritos de los Padres de la Iglesia, quienes fueron básicamente personas que exhibieron en su tiempo una constancia heroica en la proclamación de la Palabra y la vivencia de las virtudes evangélicas, y que de manera muy extendida entre los miembros de la Iglesia así se reconocía y reconoce[3]; y c.- cuando desde los obispos hasta el último de los laicos cristianos católicos afirman estar completamente de acuerdo en cierta cuestión de fe y moral por el sentido sobrenatural de la fe que nos da el Espíritu Santo.

Pero el Magisterio además de salvaguardar las verdades de la Fe también enfrenta el reto de revisar a la luz de las Escrituras y la Tradición nuevas cuestiones morales y éticas que surjan en cada época, como por ejemplo la concepción artificial mediante inseminación o los métodos anticonceptivos químicos y quirúrgicos.

De este modo la Iglesia Católica no solo cree en las Escrituras, sino en la continua acción del Espíritu Santo a través de los fieles, laicos y consagrados, la cual no cambia lo ya escrito, sino que lo lleva a una nueva plenitud de significado.

“El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2, 27). La fuente del mensaje divino no está en las Escrituras sino en el Espíritu Santo. La verdad de las fuentes diferentes a las Escrituras radica en su sujeción a las inspiraciones del Espíritu Santo y en que jamás la contradicen, sino que hacen inteligible su mensaje para cada época y sus circunstancias o se profundiza dicho mensaje para entender mejor lo que Dios nos ha dicho en el lenguaje del hombre, que es limitado para explicar los misterios divinos, bajo el oficio del Magisterio de la Iglesia.

Creo pertinente terminar haciendo referencia a Juan Damasceno (675-749):

“… y por lo tanto al magisterio de la Iglesia tomado en su conjunto es al que debe atribuirse la inspiración, no cada Padre en particular, porque «una golondrina no hace verano»




[1] El término “fundamentalista” se relaciona directamente con el Congreso Bíblico Americano de 1895 en dónde los exégetas conservadores protestantes definieron cinco puntos de fundamentalismo: la inerrancia verbal de la escritura, la Divinidad de Cristo, Su nacimiento virginal, la doctrina de la expiación vicaria, y la resurrección corporal en la segunda venida de Cristo.
[2] Quien desee profundizar acerca de cómo se realiza la interpretación de la Biblia en el seno de la Iglesia Católica, sus bondades y dificultades y sus diferencias con el protestantismo, se le invita a consultar “La Interpretación de la Biblia en la Iglesia”, texto presentado por la Pontificia Comisión Bíblica el 23 de abril de 1993 y publicado en español por la editorial PPC de España.
[3] Grupo de pastores y escritores eclesiásticos, obispos en su mayoría, de los primeros siglos del cristianismo, cuyo conjunto doctrinal es considerado testimonio de la fe y de la ortodoxia en la Iglesia Católica. Los cuatro grandes padres griegos son: San Atanasio de Alejandría, San Basilio el Grande, San Gregorio Nacianceno y San Juan Crisóstomo. Y los cuatro latinos son: San Ambrosio de Milán, San Agustín de Hipona, San Jerónimo de Estridón y San Gregorio Magno. Pero habitualmente se conocen como padres de la Iglesia a una serie más amplia de escritores cristianos, que va desde estas generaciones (siglo III) hasta el siglo VIII, y que se caracterizan por la ortodoxia de su doctrina, santidad de vida y el reconocimiento de la Iglesia.
Es un placer leer las homilías y escritos de muchos de estos patriarcas, por cuanto llegaban a profundidades que iluminan grandemente, aún hoy, el sentido de las escrituras, además de ilustrar cómo lo entendían en los primeros siglos. 

viernes, 22 de abril de 2016

Sola Scriptura

Dice San Pedro en su primera carta: “Y así se nos hace más firme la palabra de los profetas, a la cual hacéis bien en prestar atención, como a lámpara que luce en lugar oscuro, hasta que despunte el día y se levante en vuestros corazones el lucero de la mañana. Pero, ante todo, tened presente que ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia; porque nunca profecía alguna ha venido por voluntad humana, sino que hombres movidos por el Espíritu Santo, han hablado de parte de Dios” (I Pe 1, 19-21) Y luego, respecto de las cartas de San Pablo: “Consideren que las demoras de nuestro Señor son para nuestra salvación, como lo escribió nuestro querido hermano Pablo con la sabiduría que le fue dada, e insiste sobre esto en todas sus cartas. Hay en ellas algunos puntos difíciles de entender, que los ignorantes y poco firmes en la fe interpretan torcidamente para su propio daño, como hacen también con las demás Escrituras.” (II Pe 3, 15-16)

Con lo cual se entiende que el apóstol Pedro opinaba que la interpretación de los misterios de Dios no es bueno hacerlo por cuenta propia, pues de otro modo podría llevar a una mala interpretación. No quiere decir esto que la Iglesia Católica prohíba de algún modo leer las escrituras y dejarse llevar por las escrituras para la oración personal[1]. Al contrario. Ni siquiera históricamente. El Padre Miguel Angel Fuentes, sacerdote I.V.E. referencia a los autores Tuya y Salguero: “Mucho antes de que Lutero iniciase la reforma protestante, existían numerosas versiones de la Biblia en las lenguas vulgares de muy diversos países. Según el P. A. Vaccari, entre los años 1450 y 1500 se cuentan unas 125 ediciones diferentes de la Biblia, lo que demuestra cuán extendida estaba su lectura. En España, se leía la Sagrada Escritura en romance ya antes de Alfonso X el Sabio (1252-1284). En Alemania, se hizo una versión en 1466, de la que aparecieron 15 ediciones antes del año 1500. La primera edición en lengua vulgar italiana, se publicó en Venecia el año 1471, de la que se conocen nueve ediciones antes de 1500. En Francia, también se hizo una traducción el año 1477, que tuvo tres ediciones antes del año 1500”[2]. Lo que no permite la Iglesia Católica es la difusión como doctrina de las iluminaciones personales. Para ello está el Magisterio de la Iglesia.

Jesús oró reiteradamente por una sola Iglesia bajo un solo Pastor. Pero se cuentan varios miles de denominaciones protestantes, todas ellas bajo el principio de la “Sola Scriptura” y en contradicción unas con otras en cuestiones medulares. Eso nos dice claramente que no basta solamente la Escritura. De hecho, los protestantes dicen que la Biblia es la única norma de fe, doctrina y conducta, pero tal aseveración no figura en la Biblia. ¿Caen en contradicción?[3].

En Mc 12-24 se lee: "Jesús les contestó: «¿No estáis en un error precisamente por esto, por no entender las Escrituras ni el poder de Dios?" Juan Pablo II nos dice "... Cristo se encuentra aquí con hombres que se consideran expertos y competentes intérprete de las Escrituras. A estos hombres -esto es, a los saduceos- les responde Jesús que sólo el conocimiento literal de la Escritura no basta. Efectivamente, la Escritura es, sobre todo, un medio para conocer al Dios vivo, que se revela en ella a sí mismo, igual que se reveló a Moisés en la zarza"[4].

Jesús advirtió que Él se marcha y que es necesario porque de esa manera vendrá el Paráclito, el abogado, el Espíritu Santo, el cual “os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho”(Jn 14, 26). ¿Se lo iba a enseñar sólo a los apóstoles? Todas las iglesias coinciden en que las Escrituras van dirigidas a los creyentes, a cada uno de ellos. La Biblia no fue escrita para que el pueblo de Dios creyera, fue el pueblo de Dios creyente el que escribió la Biblia[5]. La tradición apostólica y los primeros Padres de la Iglesia dan fe de todo lo que el Espíritu Santo les recordó a los apóstoles, y el Espíritu Santo sigue enseñándonos aún hoy en día. La Iglesia católica proclama solum verbum Dei: «solo la palabra de Dios».




[1] Un equívoco extendido es expresar que en los tiempos de la reforma la Iglesia prohibía la lectura de la Biblia. El tema estaba más relacionado con que el pueblo llano no sabía leer. Muy pocos eran los ilustrados en el leer y escribir. Lutero lo que implementó en su reforma es que la liturgia fuese en lengua vernácula, no en latín, por lo menos en las asambleas con el pueblo llano, dejando el latín para los monasterios, lo cual, como se explicará más adelante, es un concepto ausente entre los protestantes en cuanto que no hay comunidades de consagrados.
[2] P. Miguel Angel Fuentes, sacerdote I.V.E. en http://es.catholic.net/op/articulos/5739/cul-es-la-diferencia-entre-una-biblia-catlica-y-otra-protestante.html
[3] Lo infieren de II de Timoteo 3,16, pero inferir va en contra de la sentencia "Sola Scriptura".
[4] El celibato apostólico y la resurrección de la carne. Teología del cuerpo III. Juan Pablo II. Ediciones Palabra. 4ta edición, 2012.
[5] 101 preguntas y respuestas sobra la Biblia. Raymond E, Brown. Ediciones Sigueme. Salamanca 2006.

martes, 19 de abril de 2016

Sola Fide.

Sólo la Fé está fundamentado para los protestantes principalmente en la carta a los Romanos (3,28) y a los Efesios (2,8-9), si bien, también en otros versículos.

El versículo 3, 28 de la carta a los Romanos dice: "Porque pensamos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley". El punto es que la naciente teología paulina no explicita y tematiza de manera exhaustiva cuál es la posición concreta de las obras con respecto a la salvación[1], causando la discusión con nuestros hermanos protestantes. Pero las Escrituras deben entenderse en conjunto, no en versículos particulares, que dan para diversas interpretaciones.

La primera carta de Pablo a los Corintios (13,2) nos dice: “Aunque tuviera el don de profecía y descubriera todos los misterios, -el saber más elevado-, aunque tuviera tanta fe como para trasladar montes, si me falta el amor nada soy.”

El Evangelio según San Mateo, cap. 25 del 34 al 43 nos transmite la siguiente explicación de Jesús en referencia a la justicia del Reino de Dios:

“Entonces dirá el Rey a los de su derecha: «Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme. » Entonces los justos le responderán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos?  ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?» Y el Rey les dirá: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis. » Entonces dirá también a los de su izquierda: «Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis.»”

Estos versículos indican que también por las obras según el amor somos justificados.

El término católico, significa “universal”. La Iglesia católica admite que aquellos que no han tenido acceso a la Fe pueden salvarse si buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia[2]. Pensarlo de otro modo es ir en contra de la misericordia de Dios. La carta de Santiago dice: “Hablad y obrad tal como corresponde a los que han de ser juzgados por la Ley de la libertad. Porque tendrá un juicio sin misericordia el que no tuvo misericordia; pero la misericordia se siente superior al juicio. ¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: «Tengo fe», si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe? Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: «Idos en paz, calentaos y hartaos», pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta” (Sg 2, 12-17).

La carta a los Efesios, dice en sus versículos 8 y 9 del capítulo 2: "Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe", pero continúa: "En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos" (Ef 2,10). Pablo diferencia entre las obras según la Ley, es decir, según la norma, y las obras según la caridad, es decir, por amor a Dios y al prójimo. Las primeras de nada sirven. Ese es su mensaje, y es una continuación del mensaje de Jesús.

Las escrituras no proclaman la “Sola Fides”. Ya leímos cómo Santiago dice claramente que la fe, si no tiene obras, está realmente muerta. El apóstol Pedro nos añade: “Ante todo, tened entre vosotros intenso amor, pues el amor cubre multitud de pecados.” (I Pe 4, 8) y Jesús nos recuerda que no todo el que diga “Señor, Señor” entrará en el Reino de los cielos (Mt. 7, 21).

En Apocalipsis 20, 12 nos dejan claro las Escrituras que somos juzgados según las obras: "Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie delante del trono; fueron abiertos unos libros, y luego se abrió otro libro, que es el de la vida; y los muertos fueron juzgados según lo escrito en los libros, conforme a sus obras."

Hermano cristiano, no basta con que digas de labios y corazón que tienes fe en Jesucristo, esto es sólo el comienzo del camino. Debemos caminar como peregrinos en esta vida terrenal y la gracia de Dios y nuestro amor por Dios debe llegar a que tu proclamación de fe esté acompañada de actos de caridad y sacrificio por amor. No importa cuánto avances en tu camino de fe, siempre habrá más camino por recorrer.

El padre Santiago Martín, fundador de la comunidad de los Franciscanos de María, explica este punto con un ejemplo concreto: Supón que una persona pudiente quiere darte un regalo realmente importante. Supón que hace uso de un courier para hacerte llegar su regalo. Supón que llega tal courier y toca a tu puerta. Hasta aquí tú no has hecho nada. El regalo está a tu puerta. Es tu turno. Debes actuar, abrir tu puerta, certificar que eres tú el destinatario y firmar la orden de recibido. No basta con que Dios Padre envíe a su Hijo para darte la salvación, y no basta con solo decir que lo aceptas, debes actuar de una manera mínima para recibir efectivamente el regalo de la salvación. Esas son las obras.



[2] Numeral 847 del Catecismo de la Iglesia Católica. Basado entre otros puntos en la carta a los Romanos.

viernes, 15 de abril de 2016

El Protestantismo

Si bien los protestantes no tienen un Credo explicito ni una organización vertical que garantice una unidad de Fe, sí hay una columna vertebral en sus propuestas que provienen de su origen.
Protestantes son los herederos y seguidores de la reforma protestante del siglo XVI[1]. Significa que creen en las doctrinas comunes de Lutero y Calvino, que esencialmente son[2]:

“Sola Fide” La Salvación Solamente por la Fe: la justificación es una gracia concedida únicamente a través de, y solamente, la fe en Jesucristo. La fe en Jesucristo es la única satisfacción posible frente a la perfecta justicia de Dios.

“Sola Scriptura”, Solamente la Escritura: solo la Biblia es la única autoridad para todos los asuntos de la fe y la práctica. La Escritura y solamente la Escritura es la norma por la cual todas las enseñanzas y doctrinas de la iglesia deben ser medidas.

“Sola Gratia”, Solamente por la Gracia: la salvación es únicamente por la gracia de Dios y el ser humano es rescatado de Su ira solamente por Su gracia. La gracia de Dios en Cristo no sólo es necesaria, sino que es la única causa eficiente de la salvación. Esta gracia es el trabajo sobrenatural del Espíritu Santo que nos trae a Cristo al librarnos de nuestra esclavitud del pecado y levantarnos de la muerte espiritual a la vida espiritual.

“Solus Christus” En Cristo Solamente: la salvación se encuentra solamente en Cristo y únicamente Su vida sin pecado y Su expiación sustitutiva son suficientes para nuestra justificación y reconciliación con Dios Padre. El evangelio no ha sido predicado si la obra sustitutiva de Cristo no es declarada, y la fe en Cristo y Su obra no es solicitada.

“Soli Deo Gloria” Solo a Dios la Gloria: la salvación es de Dios, y ha sido realizada solamente por Dios para Su gloria. Como cristianos debemos glorificarle siempre, y debemos vivir todas nuestras vidas ante la presencia de Dios, bajo la autoridad de Dios, y para Su gloria solamente.

La Iglesia Católica cree en la inspiración de las Escrituras por parte del Espíritu Santo, en la Fé como fundamento, en que la salvación del hombre fue realizada por la entrega de Jesús en la Cruz, en que sólo Dios merece ser alabado y que la Gracia es la vida misma de Dios dada a los hombres. Adicionalmente ha descubierto en su larga historia muchas maneras adicionales en las que Dios Trino se hace presente en la vida de la Iglesia y todas están fundamentadas en las escrituras. En las próximas entradas discutiré cada "Sola".



[1] Luteranos, calvinistas, presbiterianos, anabaptistas, metodistas, baptistas y adventistas. No necesariamente los pentecostales ni los restauracionistas, ni los anglicanos.
[2] Las “cinco solas” son fácilmente encontradas en Internet, explicadas por cada una de las denominaciones protestantes y restauracionistas.

viernes, 8 de abril de 2016

Razones por las cuales no es posible el concepto de “matrimonio homosexual”.

Ayer, en una decisión sin precedentes, la Sala Plena de la Corte Constitucional de Colombia decidió que la unión de dos personas del mismo sexo se puede llamar "matrimonio" y por tanto abre paso para que tengan los mismos derechos y deberes que las parejas heterosexuales.

Es un sinsentido desde varios puntos de vista, pero aquí lo expongo desde el punto de vista doctrinal basado en la Teología del cuerpo de san Juan Pablo II, la carta encíclica 'Dios es Amor' (Deus caritas est) de Benedicto XVI y otros documentos del magisterio de la Iglesia.

En el matrimonio cristiano, los esposos se hacen promesas mutuas delante de Dios. Son ellos mismos los que se administran mutuamente el sacramento. El sacerdote sólo es un testigo[1]. ¿Cuáles son esas promesas o votos? “: … te quiero a ti como esposa y me entrego a ti, y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida”,… “recibe esta alianza en señal de mi amor y fidelidad a ti”,… “recibe estas arras como prenda de la bendición de Dios y signo de los bienes que vamos a compartir”.

Hasta este punto las promesas indican una alianza mutua de entrega libre, total, eterna y fiel.

En caso que las promesas hayan sido realizadas bajo coacción de cualquier tipo, indica la nulidad, por cuanto falta el componente de libertad.

Si previamente al acto de promesa mutua, hay algún evento de importancia que uno de los promitentes conoce y no ha manifestado al otro, carecería del elemento de entrega total, ya que se ha reservado algo para sí mismo. Un evento de importancia serían antecedentes de una enfermedad mental y/o psicológica, actos delictivos en los que la legislación considera la prisión como castigo o una situación legal de vínculo tal como un matrimonio previo válido. También es de importancia omitir situaciones sabidas de antemano y que afectan directamente a la situación de la pareja: infertilidad, una tendencia homosexual, o una relación sentimental simultánea al momento del matrimonio. Pueden ser razones muy diversas.

La entrega ha de ser de carácter exclusivo, y bajo la premisa de que se permanecerá en fidelidad.

La promesa se realiza hasta el momento de la muerte, dándole un cariz de promesa eterna en cuanto a la vida corporal. Por ello se insiste en que la promesa abarca salud y enfermedad, situaciones de alegría y aquellas de dolor y angustia. Una unión en que alguno de los contrayentes, o ambos, no expresen o no tengan intención de hacer de este compromiso uno que abarque todos los días de su vida, es inválido ya que la protección  de la Iglesia, y en esto coincide con la que debe dar el  Estado, se da siempre a los miembros más débiles y en el caso del matrimonio esos son el miembro que caiga enfermo, por falta de salud o por deterioro natural consecuencia de la edad, o el fruto natural del matrimonio, es decir, la prole, y su bienestar está mediado por la estabilidad familiar. Y la estabilidad familiar se da en cuanto haya fidelidad mutua en las promesas y a las promesas.

Y he aquí que ya hemos mencionado el quinto elemento de promesa mutua: la fecundidad. Una pregunta que realiza el sacerdote a los contrayentes es: ¿están preparados para recibir responsable y amorosamente a sus hijos como don de Dios?, ¿y a educarlos según la ley de Cristo y de su Iglesia?[2]

La justicia supone buena fe y debe considerar válido que dos personas deseen realizar compromisos de carácter mutuo. De hecho, desde un punto de vista civil se han realizado durante muchos años. Para efectos de la presente exposición, supongamos que uno de estos acuerdos civiles es realizado por dos personas con tendencia homosexual, y lo realizan con carácter libre, total, que abarcan el periodo hasta el momento de la muerte y en mutua fidelidad, pero es imposible que considere la fecundidad.

La carencia de fecundidad hace inviable desde el punto de vista formal el matrimonio homosexual, pero una visión positivista del derecho podría involucrar elementos en que se subsanara dicha falencia si se añade en la legislación el compromiso de “adopción”. No obstante, la unión del hombre y de la mujer en el matrimonio es una manera de imitar en la carne la generosidad y la fecundidad del Creador: “El hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne” (Gn 2, 24). De esta unión proceden todas las generaciones humanas (Gn 4, 1-2; 4, 25-26; 5, 1). Llamados a dar la vida, los esposos participan del poder creador y de la paternidad de Dios. De este modo, en primer lugar, la sexualidad entre personas del mismo sexo no es imagen en la carne de la generosidad y la fecundidad de Dios. Por eso los católicos decimos que la actividad homosexual es un desorden de carácter moral. Se queda en la sensualidad y en lo temporal, sin trascender.

En segundo lugar, la prole no es un derecho sino el don más excelente del matrimonio. Son personas humanas[3]. El hijo o hija no puede ser considerados como un objeto de propiedad, a lo que conduciría el reconocimiento de un pretendido “derecho a la adopción”. A este respecto, sólo los hijos poseen verdaderos derechos: el de ser el fruto del acto específico del amor conyugal de sus padres, y el de ser respetado como persona desde el momento de su concepción.

Para el cristiano, el matrimonio no es sólo la expresión de una voluntad del ser humano, sino la respuesta a un llamado, a una vocación. Esa vocación a la unión libre, total, eterna, fiel y fecunda entre un hombre y una mujer es una llamada a la conformación de una familia. Es el llamado a ser fiel imagen y semejanza del Dios trino, comunidad de amor, Padre, Hijo y Espíritu Santo. La familia es una comunidad de amor trinitaria: padre, madre e hijos. El amor de Dios es así: libre, total, eterno, fiel y fecundo.

Por la unión de los esposos se realiza el doble fin del matrimonio: el bien de los esposos y la transmisión de la vida. No se pueden separar estas dos significaciones o valores del matrimonio sin alterar la vida espiritual de los cónyuges ni comprometer los bienes del matrimonio y el porvenir de la familia y la sociedad.

Así, el amor conyugal del hombre y de la mujer queda situado bajo la doble exigencia de la fidelidad y la fecundidad.

En tercer lugar, los católicos entendemos el amor conyugal como una entrega de la propia vida en pro de la felicidad del otro. El pecado original consistió en darle la espalda al amor de Dios y considerar que no lo necesitaríamos al hacernos como Él. Una de las consecuencias fue la tergiversación del significado del cuerpo. Mientras para el hombre original el cuerpo era la manifestación visible de realidades invisibles como por ejemplo la capacidad que tenemos de expresar el amor entregándonos al otro y valorándolo por sí mismo, no por lo que me pueda dar, para el hombre histórico, es decir, el ser humano después de la pérdida de la inocencia originaria, pasamos a ver al otro como objeto de nuestro deseo. Es válido el amor entre cualquier par de personas, pero en la castidad.

El Magisterio de la Iglesia enseña que la castidad es 'la energía espiritual que libera el amor del egoísmo y de la agresividad". La castidad es esa virtud, o hábito bueno, que hace que el ser humano sea capaz de dominar sus pasiones, para poner su sexualidad al servicio del verdadero amor. Si la persona no se domina a ella misma, o sea, no se posee a ella misma, no puede darse a sí misma. Sin la castidad, el "amor se hace progresivamente egoísta, es decir, deseo de placer y no ya don de sí”. El amor entre dos personas debe darse sobre la virtud de la castidad. Sólo en el matrimonio, ese doble bien, el de los esposos y el de la transmisión de la vida es el que lleva a considerar como virtud la sexualidad, en la castidad.

Queda explicado cómo no es factible denominar “matrimonio” a un compromiso entre dos personas del mismo sexo desde el punto de vista doctrinal de la Iglesia Católica.




[1] Es testigo por cuanto, en el matrimonio cristiano, la alianza se hace inmersa en la vida de la Iglesia, por ello siempre se busca realizarlo en un templo, acompañado del sacramento de la Eucaristía como principal actividad eclesial de la asamblea del pueblo de Dios.
[2] Cantidades enormes de hombres y mujeres católicos están fracasando en el cumplimiento de las promesas que hicieron en el matrimonio de llevar a sus hijos a Cristo y criarlos en la fe de la Iglesia. (Basado en Thomas J. Olmsted, Obispo de Phoenix en su exhortación apostólica “Firme en la brecha”. 2015).
[3] Catecismo de la Iglesia Católica 2378

viernes, 1 de abril de 2016

Introducción al blog

En latinoamerica ha habido un importante crecimiento de las iglesias protestantes y otro conjunto de congregaciones de muy variado origen y credo. En consecuencia se ha vuelto frecuente para los católicos tener contacto con familiares y amigos que profesan en iglesias cristianas no católicas . El conversar con algunos de estos hermanos protestantes es enriquecedor, pero para muchos se vuelve algo peligroso porque se sienten cuestionados en su fe y prácticas religiosas. Ser cuestionado no debe volverse de manera alguna en motivo de temor ya que todo cristiano debe cuestionarse continuamente su proceso espiritual si desea crecer en este sentido. Toda la predicación de Jesús fue un constante cuestionamiento a sus contemporáneos y los Evangelios son un cuestionamiento a cada uno de los que de manera honesta busquemos la verdad y el conocimiento de Dios.

En mi caso particular recuerdo una compañera de trabajo que había sido monja pero que colgó los hábitos y profesaba en una iglesia protestante para la época en que la conocí. No me cabe duda que su vocación nunca fue la vida religiosa y por ello su abandono. Pero su vocación sí era la búsqueda del amor de Dios. Recientemente las conversaciones con un par de amigas a las que llegamos por medio de nuestras hijas me han permitido un inicial acercamiento a la visión e interpretación de las escrituras por parte de los protestantes. No me sorprende que cada una de las tres mujeres que menciono tenga su propia visión en ciertos aspectos, dado no solamente por su propia historia de vida, sino porque cada una de las tres pertenece a una iglesia diferente y por tanto su interpretación de las escrituras tiene un ligero matiz diferencial.

Lo que aquí escribo obedeció inicialmente a exponerle cuestiones fundamentales sobre el Bautismo a un amigo cuya esposa abandonó la Iglesia Católica y empezó a asistir a una cristiana no católica. El escrito se convirtió luego en una reflexión personal de entendimiento de esa fe que profesan los protestantes, pero sobre todo de respuesta, en primer lugar a mí mismo, y en segunda instancia al lector que acaso llegue a tener, acerca de mi convicción en la profesión de Fe en el Credo de la Iglesia Católica.

A medida ha crecido el escrito he ido introduciendo otros temas relacionados con la ignorancia de mis propios correligionarios o cuestiones que ayuden a amistades protestantes a no difundir críticas infundadas hacia la Iglesia Católica.

Espero haber sido suficientemente respetuoso con los protestantes, pues no está en mi ánimo ofenderlos sino aclararles mi fe. En mis conversaciones con ellos siento el impulso de mirarlos como a niños que aún no han madurado su fe, pero últimamente me doy cuenta que ellos también nos miran a nosotros del mismo modo, lo cual significa que hay mucho de prepotencia y poco de conocimiento mutuo.

Todas las citas bíblicas han sido sacadas de la traducción denominada Biblia de Jerusalén.

He procurado ser extensivo en las fuentes y ceñirme a las escrituras como fuente principal por cuanto el catecismo de la Iglesia Católica expone los libros y versículos de los cuales extrae sus enseñanzas. Pero sí hago uso del Catecismo cuando se trata de una cuestión de proclamación exclusiva de posición por parte del Magisterio de la Iglesia. Si en algo me he equivocado y voy en contravía del Magisterio de la Iglesia, me retracto de antemano. Téngase en cuenta que este escrito no es de carácter general sino particular y agradezco la misericordia de aquel que me saque del error que en mí haya.

No juzguen por razón del expositor, pues pecador es, sino por razón de los argumentos.