viernes, 3 de noviembre de 2017

La Política y la Fé.

En época de elecciones se vuelve una obligación para el cristiano indagar acerca de las opciones políticas que ofrecen candidatos y partidos (hoy en día no necesariamente están alineadas las propuestas de uno y otro), elegir una y votar. La perspectiva inmadura de no votar con el argumento de que hay mucha corrupción, o que ya se sabe quien va a ganar, o que son los organismos internacionales los que deciden lo que se realiza en el país, u otras varias es ir en contra de la obligación ética y moral de todo ciudadano y de todo creyente.

Jesús sentó “un principio de enormes consecuencias para la vida social de los pueblos y de las naciones, que están compuestas por personas individuales”, cuando dijo 'Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios' (Mt 22,21).1

Seamos claros, no puso en contraposición lo uno y lo otro, sino que nos pidió que pusiéramos cada cosa en su sitio.2

Hay dos tipos de soberanía de Dios. La soberanía espiritual y trascendente y la soberanía temporal o inmanente. Dios ejerce su soberanía temporal indirectamente, confiándonos como causa segunda la elección de nuestros gobernantes. César y Dios no están al mismo nivel, porque también el César depende de Dios y debe rendirle cuentas a Él3. Como Dios creador, es soberano de todo lo creado. Como soberano temporal, es Él quien permite que algunos hombres dirijan los pueblos: "El hace alternar estaciones y tiempos, depone a los reyes, establece a los reyes, da a los sabios sabiduría, y ciencia a los que saben discernir."(Dn 12, 21).

“Dad al César lo que es del César” significa, por tanto, “dad a Dios lo que Dios mismo quiere que le sea dado al César4. "Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas." (Rm, 13,1)

En nuestras sociedades democráticas no delegamos toda la responsabilidad en los gobernantes. Votamos por aquel que dirigirá el Poder Ejecutivo y votamos por aquellos que ejercerán el Poder Legislativo. Pero los ciudadanos mantenemos responsabilidades políticas: debemos colaborar en la construcción de una sociedad justa, debemos promover valores como la dignidad de la persona humana, la familia como célula de la sociedad o la solidaridad con los más débiles y/o pobres.

Transcribo, al respecto de la política, apartes del discurso de Benedicto XVI ante el Parlamento Federal de Alemania en su viaje apostólico de septiembre de 20115:
«En el primer Libro de los Reyes, se dice que Dios concedió al joven rey Salomón, con ocasión de su entronización, formular una petición. ¿Qué pedirá el joven soberano en este momento tan importante? ¿Éxito, riqueza, una larga vida, la eliminación de los enemigos? No pide nada de todo eso. En cambio, suplica: “Concede a tu siervo un corazón dócil, para que sepa juzgar a tu pueblo y distinguir entre el bien y mal” (1 R 3,9). Con este relato, la Biblia quiere indicarnos lo que en definitiva debe ser importante para un político. Su criterio último, y la motivación para su trabajo como político, no debe ser el éxito y mucho menos el beneficio material. La política debe ser un compromiso por la justicia y crear así las condiciones básicas para la paz. Naturalmente, un político buscará el éxito, sin el cual nunca tendría la posibilidad de una acción política efectiva. Pero el éxito está subordinado al criterio de la justicia, a la voluntad de aplicar el derecho y a la comprensión del derecho. El éxito puede ser también una seducción y, de esta forma, abre la puerta a la desvirtuación del derecho, a la destrucción de la justicia. “Quita el derecho y, entonces, ¿qué distingue el Estado de una gran banda de bandidos?”6, dijo en cierta ocasión San Agustín… Servir al derecho y combatir el dominio de la injusticia es y sigue siendo el deber fundamental del político. En un momento histórico, en el cual el hombre ha adquirido un poder hasta ahora inimaginable, este deber se convierte en algo particularmente urgente. El hombre tiene la capacidad de destruir el mundo. Se puede manipular a sí mismo. Puede, por decirlo así, hacer seres humanos y privar de su humanidad a otros seres humanos. ¿Cómo podemos reconocer lo que es justo? ¿Cómo podemos distinguir entre el bien y el mal, entre el derecho verdadero y el derecho sólo aparente? La petición salomónica sigue siendo la cuestión decisiva ante la que se encuentra también hoy el político y la política misma.

Para gran parte de la materia que se ha de regular jurídicamente, el criterio de la mayoría puede ser un criterio suficiente. Pero es evidente que en las cuestiones fundamentales del derecho, en las cuales está en juego la dignidad del hombre y de la humanidad, el principio de la mayoría no basta: en el proceso de formación del derecho, una persona responsable debe buscar los criterios de su orientación.
Una persona responsable debe buscar los criterios de su orientación. En este punto quiero que seamos nosotros, los ciudadanos, quienes seamos responsables en los criterios que orienten nuestra selección de un candidato, ya sea presidencial o para alcaldía municipal, ya sea para el senado de la República.

Vivimos bajo el imperio de los extremismos a nivel político, ya sea de la izquierda, ya sea de la derecha. Los elementos comunes de estos extremismos son7:
  • Manipular los sentimientos para convencer.
  • Utilizar falacias y argumentos superficiales.
  • Omitir datos y manipular estadísticas.
  • Emplear falsas dicotomías dando sólo dos opciones extremas para inducir a que se elija una en concreto.
  • Demonizar grupos y estigmatizar ideas.
  • Manipular significados y redefinir el lenguaje.
  • Utilizar tácticas de despiste y desviar la atención.
Y para ello, los medios de comunicación son siervos útiles. Y muchas veces no sólo siervos, sino dirigentes de dichas tácticas.

¿Qué debemos hacer entonces para evitar caer en el facilismo o actuar como estúpidos que caen en tales populismos?
  • Cultivar la razón y apelar a ella para informarnos.
  • Tratar los temas en profundidad, con todas sus complejidades.
  • Buscar conocer la realidad, no la parcialidad.
  • Juzgar en base a las verdades de la Fé en las cuestiones fundamentales, a la luz del Magisterio de la Iglesia, sin permitir que utilicen de manera aislada versículos para apoyar visiones parcializadas.
  • Llamar a las cosas por su nombre y utilizar las palabras de acuerdo a su verdadero significado.
  • No especular alrededor de idealismos, sino atenerse a la realidad del hombre y la sociedad, abordando los temas sin evitar aquellos que puedan ser controversiales, que precisamente suelen ser los fundamentales.
Sepamos seleccionar al César, cumpliendo en ello la Voluntad de Dios. Pero conocer la Voluntad de Dios implica humildad, oración y formación.

¿Cuáles son las cuestiones fundamentales? Benedicto XVI en la exhortación apostólica postsinodal Sacramentum Caritatis los denomina principios no negociables: "… el culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario, exige el testimonio público de la propia fe. Obviamente, esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables. Así pues, los políticos y los legisladores católicos, conscientes de su grave responsabilidad social, deben sentirse particularmente interpelados por su conciencia, rectamente formada, para presentar y apoyar leyes inspiradas en los valores fundados en la naturaleza humana."[8]

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1 Mons. Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, España. Texto
2 Mons. Juan Ignacio González, obispo de San Bernardo en la Región Metropolitana de Chile.
3 Ibid
4 Ibid
5 Texto del discurso de Benedicto XVI
6 La Ciudad de Dios, IV, 4, 1.
7 Revista Misión. España. Varios números.
8 Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum Caritatis del Santo Padre Benedicto XVI al episcopado, al clero, a las personas consagradas y a los fieles laicos sobre la eucaristía fuente y culmen de la vida y de la misión de la iglesia. Numeral 83.

martes, 17 de octubre de 2017

La naturaleza de Dios y la Nueva Era

Una compañera de trabajo es muy entregada a animar a los demás. Ciertamente llama la atención. En alguna ocasión en que hablamos acerca del tema de la espiritualidad y de Dios, acordaba con nosotros acerca de su existencia y su importancia. No obstante, había algo que no me cuadraba, así que profundicé.

Finalmente identifiqué que nuestra diferencia radicaba en que ella no tenía ningún reparo en mezclar formas religiosas de tradiciones muy diversas, aun cuando hubiera contradicciones de fondo. Para ella Dios no era una persona, alguien con quien conversar y quien tuviera una voluntad propia e individual. Ella opinaba que cada quien puede formular su propia verdad religiosa, filosófica y ética. Es decir, profesaba la Nueva Era.

¿En qué cree la Nueva Era?

Algunas creencias comunes que casi todos los participantes de la Nueva Era comparten son:

a) El mundo está por entrar en un período de paz y armonía mundial señalado por la astrología como "la era de acuario".

b) La "era de acuario" será fruto de una nueva conciencia en los hombres. Todas las terapias y técnicas de la Nueva Era pretenden crear esta conciencia y acelerar la venida de la era de acuario.

c) Por esta nueva conciencia el hombre se dará cuenta de sus poderes sobrenaturales y sabrá que no hay ningún Dios fuera de sí mismo.

d) Cada hombre, por tanto, crea su propia verdad. No hay bien y mal, toda experiencia es un paso hacia la conciencia plena de su divinidad.

e) El universo es un ser único y vivo en evolución hacia el pleno conocimiento de sí y el hombre es la manifestación de su auto-conciencia.

f) La naturaleza también forma parte del único ser cósmico y, por tanto, también participa de su divinidad. Todo es "dios" y "dios" está en todo.

g) Todas las religiones son iguales y, en el fondo, dicen lo mismo.

h) Hay "maestros" invisibles que se comunican con personas que ya han alcanzado la nueva conciencia y les instruyen sobre los secretos del cosmos.

i) Todos los hombres viven muchas vidas, se van reencarnando una y otra vez hasta lograr la nueva conciencia y disolverse en la fuerza divina del cosmos.

Como ya mencioné, la Nueva Era no tiene ningún reparo en mezclar formas religiosas de tradiciones muy diversas, aun cuando haya contradicciones de fondo. Hay que recordar que la oración cristiana se basa en la Palabra de Dios, se centra en la persona de Cristo, lleva al diálogo amoroso con Jesucristo y desemboca siempre en la caridad al prójimo. Las técnicas de concentración profunda, los métodos orientales de meditación encierran al sujeto en sí mismo, le impulsan hacia un absoluto impersonal o indefinido y hacen caso omiso del evangelio de Cristo.

Para nosotros los cristianos, Dios es una persona que se revela a sí mismo para que lo vayamos conociendo a Él y su regalo de amor hacia nosotros, en cambio, el “dios” de la Nueva Era es una fuerza impersonal y anónima. El Dios cristiano es creador de todo, pero no es parte de lo creado. El “dios” de la Nueva Era es la creación que poco a poco se va dando cuenta de sí misma. El Dios cristiano es infinitamente superior al hombre, pero se inclina hacia él para entrar en amistad con él, por amor, y juzgará a cada hombre según su respuesta a ese amor. El “dios” de la Nueva Era es el mismo hombre que está más allá del bien y el mal. En la Nueva Era el amor más alto es el amor a su dios, es decir, a sí mismo.

Creer en la Nueva Era para aquellos que buscan un algo que llene de sentido su vida es relativamente fácil. "En aguas poco profundas, todo es claro" decía Newman. También decía que "dos cosas contrarias no pueden ser ambas verdaderas".

Mi compañera de trabajo está estudiando para ser coaching de psicología transpersonal. Investigando, encontré que es el nuevo nombre del Método Silva, de moda en los años ochenta del siglo pasado, muy relacionado con la filosofía de la Nueva Era.

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Exposición sobre la visión de la Nueva Era tomada de http://www.arbil.org/(23)newa.htm

viernes, 13 de octubre de 2017

Oración para el inicio de las labores diarias

Oh Espíritu Santo Amor del Padre y el Hijo.

Inspírame siempre
lo que debo pensar,
lo que debo decir,
cómo debo decirlo,
lo que debo callar,
cómo debo actuar,
lo que debo hacer,
para gloria de Dios,
bien de las almas,
y mi propia santificación.

Espíritu Santo
regálame agudeza para entender,
capacidad para retener,
método y facultad para aprender,
sutileza para interpretar,
gracia y eficacia para hablar.

Concédeme acierto al empezar,
dirección al progresar
y perfección al acabar.

Amén.

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Composición atribuído al Cardenal Verdier.

Las última parte de esta oración es de Santo Tomás de Aquino.

martes, 26 de septiembre de 2017

La visión protestante de los anglicanos

En el libro Perder y ganar, Newman hace varios apuntes acerca del punto de vista protestante:

"Es una estupidez intentar que una nación tan religiosa como la inglesa sea más religiosa a base de poner imágenes por las calles. Ese no es su estilo y sólo conseguiría ofenderlos. Si fuese su estilo, hubiera surgido ya sin que nadie se los dijera. Como la música empuja a bailar. Pero, lo mismo que el baile no hace mejor la música que uno está escuchando, tampoco las ceremonias hacen más religioso a quien no le gustan las ceremonias." Pag 56

A esto responde Newman: "Lo católicos creen que hay un poder en las imágenes. No las ponen como algo meramente externo, para crear sentimientos, sino que dan verdadero culto a las imágenes porque son más de lo que parecen, no son pura apariencia externa. Les rinden culto a las imágenes bendecidas o a aquellas cosas que pertenecieron a algún santo o porque se obró algún milagro a través de ellas, porque tienen un vínculo con el mundo invisible de la gracia." Pag 56

Otro punto de vista protestante: "La Escritura dice muchas cosas sobre fe y santidad pero ni una palabra sobre iglesias y formas externas. La gran tendencia, la desdichada tendencia del entendimiento humano es crear un mediador (se refieren a la Iglesia) para interponerlo entre él y su Creador; y lo mismo da si ese intermediario falaz es un rito, un credo, una fórmula de oración, las buenas obras, o la comunión con iglesias particulares. La única manera segura de servirse de esas cosas es usarlas con la conciencia de que puede uno prescindir de ellas, que ninguna de ellas surgía directamente del núcleo porque la fe, ese firme convencimiento de que Dios me ha perdonado, es lo único absolutamente necesario; que donde esta esa única cosa, todo lo demás resulta superfluo." Pag 69.

Newman anota que mantienen los protestantes esto de manera tan inconmovible, bajo la base de la verdadera fe, que les parece que una persona podía ser cualquier cosa, arminiano, calvinista, episcopaliano, presbiteriano, swedenborgiano o unitario, y con todo estar en la salvación. Pag 69. Newman pensaba que no se puede dar gusto a todo el mundo. Dos cosas contradictorias no pueden ser ambas verdaderas. Todas las doctrinas no pueden ser igualmente seguras: una es cierta y las otras son falsas. Pag 65.

Para el efecto del párrafo anterior, Newman anotó una contradicción en la iglesia anglicana luego de estudiar los 39 artículos de la religión que son la interpretación anglicana de la fe y los sacramentos, a medio camino entre Roma y los protestantes, que datan de 1563, junto con el Prayer Book, libro sobre el ritual y el ceremonial, que data a su vez de 1570, y que constituyen los textos fundamentales de la Iglesia de Inglaterra. Los anglicanos dicen que el Prayer Book se deduce de la Escritura al igual que el credo Atanasio, aceptado por la Iglesia de Inglaterra. Uno de los Artículos dice que se deben recibir como “fundados en la Escritura”, aún siendo invención humana. Y los Artículos no dicen que sea necesario admitir sus proposiciones para la salvación. Pag 70. De tal manera que los libros que dan sustento a la religión que profesan no están fundados en la Escritura, en contravía del énfasis en la “Sola Scriptura” de los protestantes. Recordemos que el estudio minucioso de los Artículos fue el causante de que el superior jerárquico de Newman le obligara a cejar en la publicación de los Tracts of the Times.

Los anglicanos parten de la base que la Iglesia Católica tiene muchas corrupciones y abominaciones. Por eso Henry Newman les dice: "Lo cierto es que conocen poco o nada de ella.", y “No me gusta lo malo de la Iglesia Católica, si es malo, sino lo bueno. Y si voy, es por lo bueno, no por lo malo.” Pag 74.

Explica los prejuicios que tienen los protestantes acerca del Magisterio de la Iglesia: “¡Las tragaderas que hacen falta pasar, sin más, el montón de basura que los católicos tienen que meterse dentro! ¡Es como coger y, a sangre fría, atarse al cuello un dogal y darle luego la cadena al cura!” Pag 137

Newman añade por boca de un protagonista del libro:“… imagínate por un momento que el catolicismo tiene la verdad, ¿No es una oportunidad de que te conviertas?” Pag 132 "Por supuesto que estaba buscando la verdad. Era su deber. Una vez su tutor – no se le olvidaría, no – le explicó que el libre examen era un deber. Esa era la verdadera diferencia entre católicos y protestantes; los católicos empiezan por la fé, los protestantes por la interrogación."Pag 92

Tal vez por esta razón Newman desarrolló tanto el concepto de conciencia, como ya lo mencioné en otra entrada, como profundización de lo que es el verdadero "libre examen".

El diagnóstico de Newman respecto al libre examen como identidad de la Iglesia Anglicana le lleva a escribir esta afirmación en labios de uno de sus personajes en Perder y Ganar: “Nuestra iglesia admite una gran libertad de pensamiento en sus miembros. Entre nuestros teólogos hay diferencias muy notables. Éste es un gran principio de nuestra Iglesia: estamos de acuerdo en ser distintos.” Pag 109 Por eso "...les parece que una persona podía ser cualquier cosa, arminiano, calvinista, episcopaliano, presbiteriano, swedenborgiano o unitario, y con todo estar en la salvación." Pag 69.


sábado, 23 de septiembre de 2017

Esbozos del pensamiento de Newman

A Newman lo conocemos como pensador. Aún no se ha difundido su espiritualidad. Pero de una se puede deducir la otra. Trataré de dar un esbozo de algunas cuestiones a partir de frases del libro Perder y ganar[1]:

Sobre los temas de la religión decía: “Tengo que indagar, juzgar, decidir, sí, claro. ¡Pero si no sé nada! ¡Si nadie me ha enseñado nada!" refiriéndose a su educación en Oxford Pág. 139

“Cuando alguien se acerca la primera vez al mundo de la política o la religión, se enfrenta a todo como un ciego que de pronto recibiera la vista y se pusiera ante un paisaje. Tan lejana le parecería una cosa como otra: no hay perspectiva. La conexión de un hecho con otro, de una verdad con otra, el influjo de los hechos sobre las verdades y de las verdades sobre los hechos, quién precede a quién, qué puntos son primordiales y cuáles son secundarios, todo eso…” los jóvenes tienen que aprenderlo todavía. “… para ellos el mundo de hoy no tiene contacto con el mundo de ayer; el tiempo no es como una corriente, sino que les parece rotundo y estático como la luna. No saben lo que ocurrió hace diez años y mucho menos lo de hace cien. Para ellos el pasado no vive en el presente; los nombres no les dicen nada, ni las personas les traen recuerdo alguno. Puede que oigan hablar de gentes, cosas, proyectos, luchas, doctrinas, pero todo les pasa por delante, como el viento, sin dejar huella, sin impregnar. Nada crea hueco en sus mentes: no sitúan nada, no tienen sistema. Oyen y olvidan; como mucho, recuerdan haber oído algo pero no saben dónde. Y tampoco tienen solidez en su manera de razonar, y hoy discurren así y mañana de otra forma que tampoco es exactamente la contraria, sino al azar. Su línea de pensamiento se extravía, nada apunta a un fin determinado ni tiene un punto de partida sobre el que se asiente un juicio sobre los hombres y las cosas. Muchos hombres andan así toda su vida y llegan a ser unos eclesiásticos o políticos que dan pena… Todo según les coja o según les lleven las circunstancias. A veces, cuando se hiere el sentido de su propia importancia, se atrincheran en la idea de que eso prueba que son imparciales, desapasionados, moderados, que no son hombres de partido; cuando, en realidad, son esclavos sin remedio, pues en este mundo no hay otra fuerza que el compromiso con la razón ni otra libertad que sentirse cautivos de la verdad”. Pág. 49

"No es él una persona capaz de dejar que una verdad se quede dormida en su cerebro. Era seguro que al final la llevara hasta sus últimas consecuencias modificando sus puntos de vista en ese momento." Pág. 65

"Dios quiere que nos guiemos por la razón. No digo que la razón lo sea todo pero es algo. Y no debemos actuar sin contar con ella, ni en contra de ella." Pág 131

"Yo no he dicho que cualquier cosa sea un Credo ni que baste tener un Credo para que una religión sea verdadera; pero una religión no puede ser verdadera si no tiene un Credo”. Pág. 139.

"Yo admiro a quien construye algo y siento desprecio por quien no hace más que destruir." Pág. 140.

“Hay que respetar a quien se atreve a obrar de acuerdo con su conciencia.” Pág. 137.

Newman explica que para los protestantes la religión interior lo es todo y las formas externas no son nada sin un corazón contrito. Que esa es la que consideran la excelencia de la doctrina de la justificación sólo por la fé. “Al pecador se le dice: «Ven, tal como eres; no intentes hacerte mejor. Cree que la salvación es tuya, y entonces ya es tuya; las buenas obras llegarán después»”. “… la fé es un sentimiento del corazón, es confianza, creencia de que Cristo es mi salvador. Es cosa distinta de la santidad. «Santidad» introduce la noción de virtud, de rectitud moral, y no es eso. Fe es gozo y paz, pero no santidad. La santidad viene luego.” (pag 162-163). Estas cuestiones le daban desconfianza al joven protagonista de la novela de Newman: 1. ¿Cómo puede algo que no es santo causar santidad?, 2. “Cuando se dice que la justificación sigue inmediatamente al Bautismo se dice algo inteligible, que todo el mundo puede comprobar. El Bautismo es un signo externo inequívoco, mientras que si un hombre tiene ese secreto sentimiento llamado «fe» nadie más que él puede atestiguarlo y él es parte interesada. 3. Afirman que la fe lleva consigo su propia evidencia, que una vez que se acepte a Jesucristo Dios nos dará la fe, que todo lo demás, caridad y/o frutos vendrán después, pero entonces la falsa fe es muy parecida a la verdadera fe de tal modo que no hay manera de distinguir una de otra. Los efectos sí. Pero los efectos implican unas causas. Si la causa lleva a uno a hacer cosas buenas y a otro no, ¿dónde está la diferencia entre una verdadera fe y una falsa fe? De aquí otra frase del libro: "Dos cosas contradictorias no pueden ser ambas verdaderas. Todas las doctrinas no pueden ser igualmente seguras: una es cierta y las otras son falsas." Pág. 65.

"Unas cuantas conclusiones, no muy novedosas, pero sí importantes, Primera: hay un montón de opiniones distintas sobre los asuntos más trascendentes de la vida. Segunda: No todas son igualmente valederas. Tercera: es un deber moral tener opiniones verdaderas. Cuarta: Es verdaderamente difícil hacerse con esas opiniones verdaderas." Pág. 92.

A aquellos que se dejan llevar por lo expuesto de manera superficial sobre la trascendencia, Newman les dice: “En aguas poco profundas siempre se ve claro.” Pág. 94.

“… si hay algo que me hace mirar con buenos ojos el Romanismo es justamente … que alguien de confianza me dijera «Esto es verdad», «Esto no es verdad» … ¿no te daría una paz enorme saber, con certeza absoluta, lo que hay que creer sobre Dios, y cómo adorarle y agradarle?” Pág. 138 “… lo que te digo es que hoy nadie sabe lo que hay que creer ni tiene unas creencias claras más que los católicos … Nadie dice «Esto es verdad», «Esto es falso», «Esto viene de los Apóstoles» o «Esto no»." Pág. 139

Termino esta entrada con las palabras del cardenal Caffarra: “La enseñanza del Beato J. H. Newman tiene gran actualidad. Hacia el final de su vida, dijo que el patógeno que corrompe el sentido religioso y la conciencia moral, es «el principio liberal», como él lo llama. Es decir, la creencia de que, con respecto a la adoración que le debemos a Dios, es irrelevante lo que pensamos de él; la creencia de que todas las religiones tienen el mismo valor. Newman considera por lo tanto el principio liberal así entendido como algo completamente contrario a lo que él llama «el principio dogmático», que es la base de la proposición y la afirmación cristiana.

Del relativismo religioso al relativismo moral, sólo hay un paso. No hay problema entonces en el hecho de que una religión justifica la poligamia, y otro lo condena. De hecho, supuestamente no existe, por lo tanto, una verdad absoluta acerca de lo que es bueno y lo que es malo."[2]


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[1] Perder y ganar. John Henry Newman. Editorial Encuentro. España. 1992
[2] bajado de http://infocatolica.com/?t=noticia&cod=27026 el 22 de septiembre de 2017.

miércoles, 16 de agosto de 2017

Lo bello, lo bueno y lo santo.

Los conversos eminentes tienen interés por cuanto usualmente son personas que nacieron fuera del contexto de la Iglesia Católica y por tanto aportan una mirada fresca a las riquezas del catolicismo que no son vistas por los propios católicos que nacieron inmersos en ésta. Solemos dar por sentadas muchas cosas sin ser capaces de apreciar su belleza.

Para explicar el tema, quiero transcribir una descripción dada por John Henry Newman en su novela Perder y Ganar[1]: En el capítulo séptimo de la Primera Parte el protagonista se hace preguntas sobre la razonabilidad de la fe: "Siempre he pensado que la razón era un don general y la fe un don particular, personal. Si la fe es realmente racional, todos deberían darse cuenta de que es racional, pero, según eso, será que no es racional. Pero, ¿cómo vamos a encontrar la verdad si no es mediante la razón?". Luego se responde a sí mismo: "Los hombres nos movemos por sentimientos, por pasiones, por el sentido de lo bello, lo bueno y lo santo. Religión es hermosura: nubes, sol y cielo, los campos, los bosques, todo es religión." Luego continúa, haciendo referencia a que en la Iglesia Católica “.. el celebrante, el diácono, los acólitos con cirios, el incienso, los cantos, todo apuntando a un mismo fin, a un solo acto de culto. Notas que realmente estás adorando; todos tus sentidos, ojos, oídos, el olor, todo te dice que se está llevando a cabo un acto de culto ... el coro cantando el Kyrie y el sacerdote y sus ayudantes, inclinados, diciéndose el «Yo confieso» unos a otros. Esto es adoración y está a años luz por encima de la razón."

El punto no es menor. Algunas denominaciones protestantes procuraban ser muy austeras en tiempos de Newman, y la facción pro protestante de la Iglesia Anglicana entendía la liturgia muy centrada en La Palabra, sin adornos. Por el contrario la Iglesia Católica siempre ha llenado la Liturgia de signos que resaltan el contenido del culto, y aprovechan los cincos sentidos para transmitir el mensaje: los gestos, las luces, el humo de los cirios en la atmósfera, los colores litúrgicos, la música y los cantos, el incienso, el abrazo de la paz, los responsorios, las oraciones comunes, ... el ser humano en su integridad cuerpo-alma elevan a Dios su plegaria y su alabanza.

En el capítulo veinte de la Segunda Parte de la misma novela Newman pone en boca de un amigo del protagonista, converso al catolicismo, la descripción de sus sentimientos por la Misa: "No se trata de recitar unas palabras. Es una gran Acción, la Acción más grande que puede darse en la tierra. Es no solo la invocación sino ... la evocación del Dios Eterno. El que hace temblar a los demonios, el que recibe la reverencia constante de los ángeles, Él mismo se hace presente sobre el altar en cuerpo y sangre. Ése es el hecho sobrecogedor que da sentido a toda la Misa. Las palabras hacen falta, pero sólo como medios, no como fines. Las palabras hacen mucho más que dirigirse al trono de la gracia, son instrumentos de algo que es mucho más alto: la consagración, el sacrificio. Que todo es muy apresurado, dices tú ... Sí, las palabras van rápidas..., como si estuvieran impacientes por cumplir su misión. Son rápidas; todo es rápido, porque todas son partes de una acción única. Son rápidas, porque son las palabras impresionantes de un sacrificio, algo demasiado grande como para demorarse en ellas. «Lo que has de hacer, hazlo rápido». Pasan de prisa porque el Señor Jesús pasa con ellas; como pasó de prisa por el lago llamando primero a uno, después a otro. Pasan rápidas, porque como el relámpago reluce de una parte a otra del cielo, así es la venida del Hijo del Hombre. Pasan rápido, porque son como las palabras de Moisés invocando el nombre de Dios, que descendía cubriéndole con su nube. Como Moisés en la montaña, nosotros también «corremos e inclinamos la cabeza hasta el suelo, adorando». Nosotros también, no solo el sacerdote, cada uno desde su sitio y en todas partes anhelamos el gran advenimiento, «aguardamos el movimiento del agua». Cada uno en su sitio, desde su corazón, sus deseos, sus pensamientos, sus intenciones, con su propia petición; distintos pero unidos, contemplando lo que pasa, contemplando cómo pasa, uniéndose a la consumación de todo aquello... y no limitándose a seguir de principio a fin, aburrido y cansado, unas fórmulas monótonas; todos y cada uno. Como instrumentos musicales, distintos y unánimes, participando con el sacerdote de Dios, apoyándole, guiados por él, lanzamos al cielo una plegaria de valor infinito..."

Este extracto creo que da cuenta del atractivo de la prosa del cardenal Newman. En la próxima entrada tocaremos otras de sus reflexiones.


[1] Perder y ganar. John Henry Newman. Editorial Encuentro. 5ta edición. Madrid 2017. Pags. 313 y 314.

martes, 8 de agosto de 2017

Biografía de John Henry Newman[1]

Habiendo leido la entrada anterior, en donde se proporciona un contexto de la época que vivió, se hace una corta biografía del beato Newman:

(1801) Nacimiento en la ciudad de Londres. Hijo de un trabajador de un banco, lo cual le dio la posibilidad de estudiar en un colegio privado.

(1816) Último año de colegio. Año en que conoce el evangelismo anglicano, que "le dotó de un sentido de lo religioso que lo hizo inmune a la tentación a las malas compañías" tanto en el colegio de Ealing como luego en Oxford.[2] Decide permanecer célibe. Destacable que haya sido a sus quince años, pero aún más porque el concepto era poco común tanto en la sociedad inglesa como en la propia Iglesia Anglicana.

(1825) Se ordena presbítero anglicano.

(1826) Tutor en Oriel College, de la Universidad de Oxford, mismo año en que es nombrado becario Froude, luego miembro del movimiento de Oxford y cercano amigo de Newman. "Froude fue una fuente pausada pero inagotable de inspiración religiosa, no solo por su modo de hablar y comunicarse, sino también por su gran clase intelectual, que necesariamente debió causar un impacto perdurable en la receptiva y crítica mente de Newman. Froude fue uno de los primeros británicos de creencias anglicanas que intentaron y consiguieron hacerle justicia a la iglesia de Roma y utilizaron para ella un lenguaje respetuoso y amable. Alentó así en Newman una visión nueva sobre la comunión Romana, sin ignorancia afectada, y poco a poco, sin prejuicios importantes"[3].

(1828) Comienza a leer los Padres de la Iglesia. Muere su hermana Mary, de la que es muy cercano. En el mismo año Newman fue nombrado vicario de Santa María, Iglesia del recinto universitario a la que se unió el beneficio de Littlemore (al sur de la ciudad de Oxford) en donde Newman consigue construir hacia 1935 una capilla, estilo gótico, que se convirtió en un modelo para las iglesias pequeñas de la época[4]. En Santa María predica sermones a los jóvenes universitarios donde pretendía alejarlos "de una espiritualidad pietista, burguesa, sin raíces en la vida cotidiana, y devolverles al ámbito de la verdadera batalla cristiana en medio del mundo"[5]. Pusey, un eminente teólogo, fue nombrado Profesor Regio de Hebreo en Oxford. También fue escritor de algunos «tractos» del movimiento de Oxford.

(1830) Época en que se acaba su evangelismo anglicano. Los principios básicos del evangelismo anglicano eran: escasa elaboración doctrinal, acento en lo afectivo, autoridad de la sola Escritura y justificación por la sola Fe que hace del bautismo algo meramente simbólico, distinción entre elegidos y cristianos puramente nominales, preponderancia de la actividad externa destinada a provocar la conversión carismática del corazón del hombre tibio[6].

(1832-33) Viaje al Mediterraneo italiano en compañía de Froude. En el viaje enfermó Newman y durante ésta concibió que su misión era reformar la Iglesia Anglicana.

(1833) Un sermón titulado "Apostasía nacional" dado por el teólogo y poeta John Keble fue el que incentivó a Newman a dar el paso hacia la reforma que había concebido como misión, iniciando la publicación de los “Tracts of the Times”, lo que a su vez dió forma a lo que se denominó el movimiento de Oxford. Su objetivo era asegurar a la Iglesia de Inglaterra una base definida de doctrina y disciplina.

(1833) Publicación de los tractos #1 #2, #3, #6, #7 y #11, entre otros de los que era autor: “Pensamientos sobre la comisión Ministerial", "La Iglesia católica”, “Pensamientos respetuosamente dirigidos al clero sobre alteraciones en la Liturgia. El servicio de entierro. El Principio de la Unidad.”, “La actual obligación de la práctica primitiva. Un pecado de la Iglesia.”, “La Iglesia Episcopal apostólica” y “La Iglesia Visible”, respectivamente. Para los anglicanos el catolicismo incorpora lo litúrgico, pero excluye la subordinación a Roma.

(1834) Publicación de los tractos #31, #33, #34, #38 y 41, y #47, entre otros de los que era autor: “La Iglesia Reformada”, “El Episcopado primitivo”, “Ritos y usos de la Iglesia”, “La Via media” y “Sobre la Iglesia Visible”, respectivamente.

(1836) Publica el tracto #75 del que era autor: “Sobre el Breviario Romano como encarnando la sustancia de los Servicios Devocionales de la Iglesia Católica”. También escribió en el ámbito político "Aclaraciones de las afirmaciones teológicas del Dr. Hampden" para evitar que el primer ministro lo nombrase para la cátedra de Teológía en Oxford. El escrito era un muestrario e implacable crítica a Hampden probando su heterodoxia y reduccionismo dogmático[7].

(1837) Publica el tracto #79, del que era autor: “Sobre el Purgatorio”. El purgatorio no era admitido por parte de la Iglesia Anglicana.

(1841) Publica el tracto # 90. En este examen detallado de los Treinta y nueve artículos sugirió que sus redactores dirigieron sus negaciones no contra el credo autorizado del catolicismo, sino solamente contra los errores populares y las exageraciones. Recibió un gran rechazo por parte de los opositores al Movimiento de Oxford y su obispo lo obligó a no volver a publicar mas tractos.

(1842) Inicia su retiro en Littlemore, donde vivió cuatro años bajo condiciones monásticas con un pequeño grupo de seguidores. Entre los protestantes no hay monasterios, por lo cual fue algo muy inusual. Años más tarde, en su libro "Perder y ganar" enuncia su pensamiento de que la llamada al celibato es ahogada por la sociedad, pero que él no era el único que había recibido tal llamado.

(1843) Retractación formal de todas las afirmaciones que pronunciara contra Roma. Aduce que siempre siguió a los teólogos que así lo afirmaban, pero sin conocer él personalmente mayor cosa sobra la Iglesia de Roma.

(1845) Es acogido en la Iglesia Católica por parte del Cardenal Wiseman.

(1847) Ordenado sacerdote católico.

(1848) Escribe su novela filosófica Perder y Ganar. Describe el clima religioso de la Universidad de Oxford durante la década de 1840, un momento de gran contienda entre varias facciones dentro de la Iglesia de Inglaterra. Algunas facciones abogaban por las doctrinas protestantes, renunciando al desarrollo de la doctrina a través de la tradición y enfatizando la interpretación privada de las Escrituras y unas exigencias morales cercanas al puritanismo (era lo que se denominaba la Low Church). Contra estas y otras facciones religiosas liberales, es que el Movimiento de Oxford defendía una interpretación católica de la Iglesia de Inglaterra, alegando que la Iglesia y sus tradiciones eran autoritarias (lo que se denominaba la High Church).

(1851) Se convierte al catolicismo Henry Edward Manning, clérigo de la Iglesia de Inglaterra desde 1832, luego Cardenal. También miembro del movimiento de Oxford. En 1842 empezó a compartir púlpito con Newman en la capilla de St. Mary’s. Fue importante para la conversión de la madre de Hilarie Belloc, quien fue un futuro apologeta católico y difusor del distribucionismo, modelo económico apoyado por la Iglesia Católica. Manning no se llevó bien con Newman por considerarlo un converso de corazón anglicano.

(1854) Funda la Universidad de Irlanda a solicitud de los obispos de dicho país. Las universidades existentes en Irlanda eran protestantes y deseaban crear una católica. Newman abogaba por una educación en dónde hubiera cabida para todas las confesiones, y en la que el laicado se preparara para ser fermento en el mundo, pero no recibió respaldo a sus propuestas[8].

(1859) Funda una escuela en su oratorio de Birmingham (donde estudió el propio Hilarie Belloc). Newman les proponía a los jóvenes un alto ideal de vida y exigencia en la vida intelectual y espiritual.

(1859) Se pone al frente de la revista católica Rambler. Inicia un periodo de depresión para Newman, que continuó hasta 1864.

(1864) Escribe “Apologia pro vita sua, historia de mis ideas religiosas”. Defiende sus creencias frente a las críticas en torno a su propia conversión, el sacerdocio y la Iglesia Católica. Uno de sus grandes apostolados fue intentar convencer a la sociedad inglesa que se puede ser ingles y católico simultáneamente.

(1875) Publica su carta al Duque de Norfolk, "donde desarrolla el tema de la conciencia como lugar sagrado de encuentro ente dos personas, la persona Divina y la persona humana... Newman se desmarca claramente del sentido de conciencia que tienen los protestantes, en cuanto que, para estos, la conciencia significa subjetivismo y juicio privado, mientras que para Newman, la conciencia debe estar formada y sometida a la verdad"[9]

(1879) Es nombrado Cardenal.

(1890) Muere.

(2010) Beatificado por el papa Benedicto XVI.

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[1] Fuente: Wikipedia donde no se indica lo contrario.
[2] Perder y ganar. John Henry Newman. Editorial Encuentro. 5ta edición. Madrid 2017. pag 33
[3] Newman (1801-1890). José Morales. Ediciones RIALP. Madrid 2010.
[4] Fuente: Wikipedia, en la entrada https://en.wikipedia.org/wiki/Littlemore
[5] Nota a pie de página de la 5ta edición de Perder y ganar, ya mencionada, en la pag 151, cuya fuente, a su vez, es José Morales.
[6] Newman y la crisis actual frente a frente. Rafael Pardo Fernández. Editorial San Pablo. Madrid. 2014.
[7] Newman (1801-1890). José Morales. Ediciones RIALP. Madrid 2010.
[8] Newman y la crisis actual frente a frente. Rafael Pardo Fernández. Editorial San Pablo. Madrid. 2014.
[9] Ibidem

lunes, 31 de julio de 2017

John Henry Newman

En relación con los Padres de la Iglesia, deseo hacer varias entradas relacionadas con John Henry Newman, quien se convirtió del anglicanismo al catolicismo a partir de la lectura de los Padres de la Iglesia.

John Henry Newman nació en Inglaterra en 1801. Antes de comentar su pensamiento e influencia, recapitularé la historia del siglo y país en que vivió. La fuente de lo escrito en esta entrada es Wikipedia cuando no se especifica.

Nació bajo la Iglesia Anglicana, la cual es una combinación entre el catolicismo no papal y el protestantismo. En el momento de la ruptura del rey Enrique VIII con Roma por razones personales del rey, en 1534, admitían toda la doctrina católica. Fue Isabel I, en la década inicial de la segunda mitad del siglo XVI, la que dotó al anglicanismo de textos y normas oficiales, dando paso a la influencia protestante en la formación del credo anglicano[1]. Se consideran a sí mismos una vía media bajo tres pilares: la Sagrada Escritura, la Tradición Apostólica y la razón.

El denominado “Siglo imperial” del Imperio Británico, que comprende el periodo 1815-1914, fue de radical cambio social y político en el Reino Unido y en el cual la religión desempeñó un papel significativo. Si bien el auge imperial fue entre 1880 y 1930, concentrado en África y Asia, la época previa fue de expansión comercial y colonial hacia América. Por ejemplo, en 1806 y 1807 intentaron tomar por la fuerza, sin éxito, la zona del Rio de la Plata a los españoles. Sus grandes colonias americanas fueron las de América el Norte, las que luego dieron nacimiento a los Estados Unidos de América y de Canadá.

Al principio de este período, muchos anglicanos equipararon el bienestar religioso del país con el de la propia Iglesia Anglicana, mientras que los disidentes protestantes y católicos sufrían bajo la discriminación de la legislación religiosa. Por ejemplo, previniendo una revuelta social en Irlanda, en 1829 se aprobó el Acta de Ayuda Católica en la que se permitió que un católico hiciera parte del Parlamento, es decir, antes estaba prohibido. Dicha Acta multiplicó por cinco los requisitos económicos para tener derecho al voto, buscando que disminuyeran la cantidad de campesinos y granjeros católicos de Irlanda que pudieran votar.

Newman estudio su carrera clerical en el Trinity College de Oxford. Las universidades de Oxford y Cambridge desempeñaron un papel central en la Iglesia de Inglaterra. Eran instituciones completamente anglicanas. En Oxford, los estudiantes tenían que suscribirse a los Treinta y Nueve Artículos de la Iglesia de Inglaterra como parte del proceso de admisión; mientras que en Cambridge nadie podía graduarse sin hacerlo. Eran los principales viveros del clero anglicano y muy influyentes en el país en general. Los Treinta y Nueve Artículos definen la doctrina de la Iglesia de Inglaterra en cuanto a su relación con la doctrina calvinista y la práctica católica. Fueron definidos inicialmente en 1563, aunque con desarrollos durante los siglos siguientes[2].

Políticamente, la Iglesia Anglicana era abrumadoramente Tory (conservadora). El partido Whig (liberal) y su programa de reforma se soportaba en gran medida en el apoyo de los protestantes más liberales. A pesar del alivio parcial proporcionado por el Acta de Ayuda Católica y revocación de la obligatoriedad de suscribir los Treinta y Nueve Artículos en los años treinta, los no anglicanos seguían sufriendo una grave discriminación. En 1830 se pasó de un gobierno dominado por liberales-conservadores (Pittite-Tories) a un gobierno liberal (Whig). Esto creó tensiones entre la Iglesia Anglicana y el Estado. Por ejemplo, veintiún obispos votaron en contra de la reforma del Parlamento en 1831. Si todos hubieran votado a favor, el proyecto de ley habría pasado. En 1832 se aprobó el Acta de Reforma al sistema electoral de Inglaterra y Gales. Muchos clérigos temían que el gobierno se estuviera preparando para invadir los derechos y la constitución de la Iglesia Anglicana. Dicho temor se volvió patente cuando en 1833 un Acta del Parlamento reformó los territorios episcopales de la Iglesia de Irlanda. Es necesario aclarar que en ese tiempo los clérigos anglicanos eran funcionarios del Estado y la Iglesia dependía totalmente de los cargos civiles[3].

Ante tales perspectivas, una serie de teólogos, principalmente de la Universidad de Oxford, exhortaron a la recuperación de las tradiciones más antiguas para enfrentar el fuerte movimiento de secularización.

Newman detectó que el talento en boga y la corriente de la opinión pública se estaba posicionando en contra de la Iglesia. Predominaba el vivir bien, el sentido hedonista, relativista, materialista, laicista y ateo. Newman veía cómo la Iglesia anglicana era muy débil para afrontar los cambios que se estaban dando porque dependía del Estado para vivir, los clérigos observaban mudos el fin del prestigio de las autoridades eclesiásticas, y los principios de la Reforma protestante eran impotentes para rescatar a la Iglesia[4]. Así que preguntó ¿qué es la Iglesia de Inglaterra? y así inició el denominado “Movimiento de Oxford” con la publicación de una serie de escritos, “Tracts of the Times”, entre 1833 y 1841, que eran la materialización de este movimiento. Su primer número, escrito por el mismo Newman se titulaba "Tenéis que decidiros".

La próxima entrada proporciona una cronología de su biografía.

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[1] Newman y la crisis actual frente a frente. Rafael Pardo Fernández. Editorial San Pablo. Madrid. 2014.
[2] "En 1538 Enrique VIII, con el fin de llegar a un acuerdo con los príncipes luteranos de Alemania, promulgó los Trece Artículos, que pasaron a ser los Cuarenta y Dos Artículos en 1553 con el arzobispo Thomas Cranmer, que obligó a los sacerdotes a jurarlos para evitar controversias y eliminar resistencia de anabaptistas y católicos. El paso decisivo a los Treinta y Ocho Artículos de 1563, redactados con deliberada ambigüedad para consolidar una Iglesia Nacional que admitiera el mayor número posible de opiniones. La última revisión fue en 1571: los Treinta y Nueve Artículos." Nota del traductor, Víctor García Ruiz, al inicio del capítulo quinto del libro Perder y Ganar. John Henry Newman. Editorial Encuentro, Madrid. 2017.
[3] Newman y la crisis actual frente a frente. Rafael Pardo Fernández. Editorial San Pablo. Madrid. 2014.
[4] Ibidem.

miércoles, 19 de julio de 2017

El silencio de María

María meditaba todo en el corazón (Lc 2,51). Era una mujer que reflexionaba. No hablaba mucho. Excepto en el Magníficat, sólo se saben pocas y cortas frases de ella. Vivía en el silencio interior. Aquel en que se conversa con Dios. Aquel en que se contempla la obra de Dios en los hombres. Aquel en que se sabe esperar el tiempo de Dios.

¿Cómo no fijarse en María? Dios habló bien de Moisés, habló bien de Juan Bautista, pero habló tres veces bien de María. ¿Qué otra persona ha recibido semejante tratamiento?

El pecado original se transmite por la carne. Pero Jesús no tuvo pecado original. Pero Jesús era hijo de la carne de María. ¿Es posible que María no tuviera pecado original? Así lo dice Dios Padre a través de su mensajero celestial: “Alégrate, plena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1, 28). La plenitud de la Gracia significa que no puede haber más Gracia. Que está totalmente llena de la vida misma de Dios. No hay cabida para el pecado. Tampoco para el pecado original. Por eso Dios Hijo, en su majestad, pudo habitar en ella.

No fue accidental ni incidental. Dios se preparó para sí mismo una criatura digna de Él. María. No hubo otra ni la habrá. Por eso es bendita entre todas las mujeres. Fue, es y será la más bendecida entre todas las mujeres.

¿Dichosos los pechos que criaron al Redentor? (Lc 11, 27-28) Dichosos aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen: María. ¿Quién es la madre de Jesús? La que cumple la voluntad del Padre celestial. (Mt 12, 47-50)

¿Quién recibió el Espíritu Santo como primicia de la Ascensión de Jesús a los cielos? Hechos nos dice: "Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos." Y Hechos nos dice: "Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar.", y luego: "Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse." (Hc 2, 1-5) No hay duda. Lucas, en el libro de los Hechos de los apóstoles, incluye a María cuando dice “todos”. Pero, en realidad, María había recibido hacía mucho tiempo su Pentecostés. El Espíritu Santo hacía mucho tiempo había hecho su obra en ella.

¿Para qué guardaba María todo en el corazón? Ella fue el puente entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. La única persona nombrada en la Biblia que está presente antes del nacimiento de Jesús y después de la muerte de Cristo, es María.

Fue María la que dio a conocer a los apóstoles todo lo que aconteció a Jesús antes de que ellos lo conociesen. Cuando Cristo murió crucificado, los apóstoles estaban desolados y llenos de temor. María les contó que ella sintió que había perdido a Jesús cuando Él tenía alrededor de 12 años. Su angustia y temor fue enorme, pero al tercer día lo encontró. (Lc 2, 41-47) ¿No les dio esperanzas a esos corazones arrugados?

-He aquí tu Madre-, nos dice Jesús (Jn 19, 27). Somos el discípulo amado, no tengamos dudas. Tenemos la opción de no tomarla por madre. ¿Pero cómo no llevar a casa a aquella que nos puede indicar los más íntimos secretos del corazón de Jesús? ¿Cómo no honrar a aquella a la que honró Dios Padre? ¿Cómo no tomarla como maestra? ¿Cómo no cuidarla? Sabemos que, a la larga, es ella la que nos cuida a nosotros. No hay duda.

miércoles, 7 de junio de 2017

Los padres de la Iglesía (III)

San Cirilo (315 - 386). Nacido en Cesaréa Marítima, ciudad situada al norte de la región de Samaria. Fue una ciudad portuaria construida por Herodes el Grande entre los años 25 y 13 a.C., y se convirtió en la capital administrativa romana de la provincia a comienzos del año 6 a.C. En 1961 se descubrió en esta ciudad la Piedra de Pilato, el único objeto arqueológico que menciona al prefecto romano Poncio Pilato, que ordenó la crucifixión de Jesús.

San Cirilo fue un obispo de Jerusalén, declarado doctor de la Iglesia en 1883. Hay que contextualizarlo en el Concilio de Nicea y en las disputas contra los arrianos. Eso lo llevó en una ocasión a retirarse a Tarso. En ese tiempo fue oficialmente encargado de vender propiedades de la Iglesia para ayudar a los pobres, al parecer una excusa para apartarlo de enseñar la doctrina del Concilio de Nicea y no la arriana en su catecismo.

Más tarde fue exiliado de Jerusalén, hasta la ascensión del emperador Juliano el Apóstata que le permitió regresar. Pero el emperador Valente, que era arriano, lo volvió a deportar en el año 367. Posteriormente participó en el Primer Concilio de Constantinopla (381). En ese concilio, votó por la aceptación del término homoioussios en el entendido de que hay consubstancialidad de las tres personas de la Trinidad[1], en referencia a la naturaleza de Dios.[2]

He aquí un escrito suyo acerca de la catolicidad[3]:

La Iglesia se llama católica o universal porque está esparcida por todo el orbe de la tierra, del uno al otro confín, y porque de un modo universal y sin defecto enseña todas las verdades de fe que los hombres deben conocer, ya se trate de las cosas visibles o invisibles, de las celestiales o las terrenas; también porque induce al verdadero culto a toda clase de hombres, a los gobernantes y a los simples ciudadanos, a los instruidos y a los ignorantes; y, finalmente, porque cura y sana toda clase de pecados sin excepción, tanto los internos como los externos; ella posee todo género de virtudes, cualquiera que sea su nombre, en hechos y palabras y en cualquier clase de dones espirituales.

Con toda propiedad se la llama Iglesia o convocación, ya que convoca y reúne a todos, como dice el Señor en el libro del Levítico: Convoca a toda la asamblea a la entrada de la Tienda de Reunión. Y es de notar que la primera vez que la Escritura usa esta palabra «convoca» es precisamente en este lugar, cuando el Señor constituye a Aarón como sumo sacerdote. Y en el Deuteronomio Dios dice a Moisés: Convoca el pueblo a asamblea, para que yo le haga oír mis palabras y aprendan a temerme. También vuelve a mencionar el nombre de Iglesia cuando dice, refiriéndose a las tablas de la ley: Y en ellas estaban escritas todas las palabras que el Señor os había dicho en la montaña, de en medio del fuego, el día de la iglesia o convocación; es como si dijera más claramente: «El día en que, llamados por el Señor, os congregasteis.» También el salmista dice: Te daré gracias, Señor, en medio de la gran iglesia, te alabaré entre la multitud del pueblo.

Anteriormente había cantado el salmista: En la iglesia bendecid a Dios, al Señor, estirpe de Israel. Pero nuestro Salvador edificó una segunda Iglesia, formada por los gentiles, nuestra santa Iglesia de los cristianos, acerca de la cual dijo a Pedro: Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y los poderes del infierno no la derrotarán.

En efecto, una vez relegada aquella única iglesia que estaba en Judea, en adelante se van multiplicando por toda la tierra las Iglesias de Cristo, de las cuales se dice en los salmos: Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la iglesia de los fieles. Concuerda con esto lo que dijo el profeta a los judíos: Vosotros no me agradáis -dice el Señor de los ejércitos-, añadiendo a continuación: Desde el oriente hasta el poniente es grande mi nombre entre las naciones.

Acerca de esta misma santa Iglesia católica escribe Pablo a Timoteo: Sabrás ya de este modo cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad.

En un escrito de sus Catequesis, menciona su enseñanza sobre el Cuerpo y la Sangre[4]:

1. Incluso esta sola enseñanza de Pablo sería suficiente para daros una fe cierta en los divinos misterios. De ellos habéis sido considerados dignos y hechos partícipes del cuerpo y de la sangre del Señor. De él se dice que «la noche en que fue entregado» (I Cor 11,23), nuestro Señor Jesucristo «tomó pan, y después de dar gracias, lo partió» (1 Cor 11,23-24) «y, dándoselo a sus discípulos, dijo: "tomad, comed, éste es mi cuerpo". Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: "Bebed de ella todos, porque ésta es mi sangre"» (Mt 26,26-28). Así pues, si es él el que ha exclamado y ha dicho acerca del pan: «Este es mi cuerpo», ¿quién se atreverá después a dudar? Y si él es el que ha afirmado y dicho: «Esta es mi sangre», ¿quién podrá dudar jamás diciendo que no se trata de su sangre?

2. En una ocasión, en Cana de Galilea, cambió el agua en vino (Jn 2,1-10), que es afín a la sangre. ¿Y ahora creeremos que no es digno de fe al cambiar el vino en sangre? Invitado a unas bodas humanas, realizó aquel prodigio admirable. ¿No confesaremos mucho más que a los hijos del tálamo nupcial les dio para su disfrute su propio cuerpo y sangre?

3. Por ello, tomémoslo, con convicción plena, como el cuerpo y la sangre de Cristo. Pues en la figura de pan se te da el cuerpo, y en la figura de vino se te da la sangre, para que, al tomar el cuerpo y la sangre de Cristo, te hagas partícipe de su mismo cuerpo y de su misma sangre. Así nos convertimos en portadores de Cristo, distribuyendo en nuestros miembros su cuerpo y su sangre. Así, según el bienaventurado Pedro, nos hacemos «partícipes de la naturaleza divina» (2 Pe 1,4).

4. En cierta ocasión, discutiendo Jesús con los judíos, decía: «Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros» (Jn 6,53). Pero como aquellos no entendiesen en sentido espiritual lo que se estaba diciendo, se retiraron ofendidos (cf. 6,60) creyendo que les invitaba a comer carnes.

5. Existían también, en la antigua Alianza, los panes de la proposición; pero, puesto que se referían a una alianza caduca, tuvieron un final. Pero, en la nueva Alianza, el pan es celestial y la bebida saludable, y santifican el alma y el cuerpo. Pues, como el pan le va bien al cuerpo, así también el Verbo le va bien al alma.

6. Por lo cual no debes considerar el pan y el vino (de la Eucaristía) como elementos sin mayor significación. Pues, según la afirmación del Señor, son el cuerpo y la sangre de Cristo. Aunque ya te lo sugieren los sentidos, la fe te otorga certidumbre y firmeza. No calibres las cosas por el placer, sino estáte seguro por la fe, más allá de toda duda, de que has sido agraciado con el don del cuerpo y de la sangre de Cristo.

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[1] http://www.mercaba.org/VocTEO/H/homoousios.htm bajado el 8 de junio de 2017
[2] Wikipedia.
[3] http://www.liturgiadelashoras.com.ar/sync/2017/jun/07/oficio.htm
[4] http://www.mercaba.org/TESORO/CIRILO_J/Cirilo_24.htm bajado el 8 de junio de 2017

viernes, 19 de mayo de 2017

Los Padres de la Iglesia (II)

San Ireneo (130 - 202). Nacido en Esmirna, Anatolia (actual Turquía), Ireneo fue uno de los discípulos Policarpo, padre apostólico, discípulo del Apóstol Juan, obispo de Esmirna, Éste lo envió a las Galias (actual Francia) en el año 157. En Lugdunum, actual ciudad de Lyon, capital de la Galia Lugdunense, donde se registró una cruel persecución que causó numerosos mártires entre los cristianos, fue ordenado sacerdote y desde el año 177 ejerció allí como presbítero. Fue enviado al Obispo de Roma Eleuterio, para rogarle mediante «la más piadosa y ortodoxa de las cartas», en nombre de la unidad y de la paz de la Iglesia, para que tratase con suavidad a los hermanos montanistas de Frigia. Explicó que al rechazar a los falsos profetas había que acoger el verdadero don de profecía. Pese a rechazar los «excesos carismáticos» y apocalípticos del montanismo, consideró que no se podía prohibir las manifestaciones del Espíritu Santo dentro de las iglesias romanas.[1]

Sucedió a Potino en la sede episcopal de Lyon desde el año 189 e intervino ante el obispo romano Víctor (190), para que no separara de la comunión a los cristianos orientales que celebraban la Pascua el mismo día que los judíos.[1]

El nombre de San Ireneo está vinculado, sobre todo, a la defensa de la Fe frente a los gnósticos. El gnosticismo era un conjunto de corrientes filosófico-religiosas que llegaron a involucrarse con el cristianismo en los tres primeros siglos, convirtiéndose finalmente en un pensamiento declarado herético después de una etapa de cierto prestigio entre los intelectuales cristianos.

He aquí una selección de sus escritos:

Respecto a la Eucaristía: "No pueden creer que el Hijo de Dios está presente en el pan consagrado, porque éste es un elemento material, un fruto de la creación de Dios hecha por medio de su Hijo. Y ¿cómo pueden creer que el cuerpo y sangre de Cristo se nos dan como alimento del cuerpo y del alma para la resurrección definitiva, si rechazan la resurrección de la carne, a la que consideran corrupta?" (cf. IV, 18,4-5). "Y, pues el alma por naturaleza no se corrompe, el cuerpo corruptible es el que necesita participar de la resurrección de Cristo. Los herejes son incongruentes al celebrar la Eucaristía, porque no hay concordancia entre la fe en ella y sus doctrinas. Se apartan de la salvación al despreciar el medio que para alcanzarla nos ha ofrecido el Señor. En cambio, «para nosotros concuerdan lo que creemos y la Eucaristía y, a su vez, la Eucaristía da solidez a lo que creemos»" (IV, 18,5). “Porque así como el pan que procede de la tierra al recibir la invocación de Dios ya no es pan común, sino Eucaristía, compuesta de dos elementos, terreno y celestial, así también nuestros cuerpos, al recibir la Eucaristía, ya no son corruptibles, sino que tienen la esperanza de la resurrección eterna”.

Respecto de la Iglesia Católica: “La predicación de la Iglesia presenta por todas partes una inconmovible solidez, manteniéndose idéntica a sí misma y beneficiándose, como lo hemos manifestado, del testimonio de los profetas, de los apóstoles, y de todos sus discípulos”

Respecto a María: El vientre de María, nuestra Madre Inmaculada, está “totalmente intacto, sin labrar ni sembrar más que por el rocío del Cielo; da a luz al Salvador, proporciona a los mortales con el Pan de los ángeles y el alimento de la vida eterna”.

Otras frases:

"Es mejor no saber nada, pero creer en Dios, y permanecer en el amor de Dios, que arriesgarse a perderle con investigaciones sutiles" Contra los herejes II 28, 3

El Hijo ... esta subordinado al Padre no por su seer, o por su esencia, sino sólo por su actividad" Contra los herejes V 18, 2

Yerran los gnósticos al afirmar que la carne tiene en sí el mal o el origen del mal. El cuerpo, como el alma, es una creación divina, y no puede, por tanto, implicar mal en su naturaleza. Contra los herejes IV 37, 1


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[1} Entrada de Wikipedia.

lunes, 1 de mayo de 2017

Los Padres de la Iglesia (I)

Los Padres de la Iglesia son un grupo de pastores y escritores eclesiásticos, obispos en su mayoría, de los primeros siglos del cristianismo, cuyo conjunto doctrinal es considerado testimonio de la fe y de la ortodoxia en la Iglesia Católica. Los cuatro grandes padres griegos son:
  • Atanasio de Alejandría (296-373 obispo de Alejandría - , ciudad de lo que hoy es Egipto), 
  • Basilio el Grande (330-379 obispo de Cesaréa - , ciudad de lo que hoy es Turquía), 
  • Gregorio Nacianceno (329-389 Papa, nacido en Capadocia, ciudad de lo que hoy es Turquía) y 
  • Juan Crisóstomo (347-407 patriarca de Constantinopla, ciudad de lo que hoy es Turquía). 
Y los cuatro latinos son:
  • Ambrosio de Milán (340-397 obispo de Milán, ciudad de lo que hoy es Italia) , 
  • Agustín de Hipona (354-413) obispo de Hippo Regius, ciudad de lo que hoy es Argelia), 
  • Jerónimo de Estridón (340-420, de la zona de lo que hoy es Croacia. Traductor de la Biblia del griego y el hebreo al latín) y 
  • Gregorio Magno (540-604 Papa, nacido en Roma). 
Pero habitualmente se conocen como padres de la Iglesia a una serie más amplia de escritores cristianos, que van desde estas generaciones del siglo III hasta el siglo VIII, y que se caracterizan por la ortodoxia de su doctrina, santidad de vida y el reconocimiento de la Iglesia.

Hay otros, denominados padres apostólicos, que son según la tradición los que tuvieron algún contacto con uno o más de los apóstoles de Jesús de Nazaret. Por ejemplo, Policarpo de Esmirna, Ignacio de Antioquía (ambos en lo que hoy es Turquía), Bernabé (originario de Chipre) y, Clemente y Hermas (ambos de Roma).

Es un placer leer las homilías y escritos de muchos de estos Padres de la Iglesia, por cuanto llegaban a profundidades que iluminan grandemente, aún hoy, el sentido de las escrituras, además de ilustrar cómo lo entendían en los primeros siglos.

Aquí transcribo una selección de algunos de estos Padres de la Iglesia.

San Gregorio Magno: Homilia 26. Edición de los numerales 7 a 9. Sobre Juan 20, 24-29.

Tomás, uno de los doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos en el momento de presentarse Jesús. Únicamente este discípulo estuvo ausente, y cuando vino oyó lo que había sucedido y no quiso creer lo que oía. Volvió de nuevo el Señor y descubrió al discípulo incrédulo su costado para que le tocase y le mostró las manos, y con presentarle las cicatrices de sus llagas curó la llaga de su incredulidad. ¿Qué pensáis de todo esto, hermanos carísimos? ¿Creéis que sucedió porque sí el que estuviera en aquella ocasión ausente aquel discípulo elegido y el que, cuando vino, oyera, y oyendo dudara, y dudando palpara, y palpando creyera?

No; no sucedió esto porque sí, sino que fue disposición de la divina providencia; pues la divina Misericordia obró de modo tan admirable para que, tocando aquel discípulo incrédulo las heridas de su Maestro, sanase en nosotros las llagas de nuestra incredulidad. De manera que la incredulidad de Tomás ha sido más provechosa para nuestra fe que la fe de los discípulos creyentes, porque, decidiéndose aquél a palpar para creer, nuestra alma se afirma en la fe, desechando toda duda. En efecto, el Señor, después de resucitado, permitió que aquel discípulo dudara; pero, no obstante, no le abandono en la duda; a la manera que antes de nacer quiso que Maria tuviera esposo, el cual, no obstante, no llego a consumar el matrimonio; porque, así como el esposo había sido guardián de la intachable virginidad de su Madre, así el discípulo, dudando y palpando, vino a ser testigo de la verdadera resurrección.

Y tocó y exclamó Tomás: ¡Señor mío y Dios mío! Díjole Jesús: Tú has creído, Tomás, porque me has visto. Diciendo el apóstol San Pablo que (Hebr. 11,1) la fe es el fundamento de las cosas que se esperan y un convencimiento de las cosas que no se ven, resulta claro en verdad que la fe es una prueba decisiva de las cosas que no se ven, pues las que se ven, ya no son objeto de la fe, sino del conocimiento. Ahora bien, ¿por qué, cuando Tomás vio y palpó, se le dice: ¿Porque has visto has creído? Pues es porque el vio una cosa y creyó otra; el hombre mortal, cierto que no puede ver la divinidad; por tanto él vio al hombre y creyó que era Dios; y así dijo: ¡Señor mío y Dios mío! Luego viendo creyó porque, conociéndole verdadero hombre le aclamó Dios aunque como tal no podía verle.

Causa mucha alegría la que sigue: Bienaventurados los que sin haber visto han creído. Sentencia en la que sin duda, estamos señalados nosotros, que confesamos con el alma al que no hemos visto en la carne. Sí, en ella estamos significados nosotros, pero con tal que nuestras obras acompañen nuestra fe, porque quien cumple en la práctica lo que cree, ése es el cree de verdad. Por el contrario, de aquellos que solamente creen con palabras dice San Pablo (Tit. 1,16) Profesan conocer a Dios, mas lo niegan con las obras; por eso dice Santiago (2,17): La fe, si no es acompañada de obras, está muerta en sí misma.

martes, 11 de abril de 2017

Liturgia: Vigilia pascual

Tercera entrega de exposición de la liturgia. La del Sábado Santo es la más larga de todas las del año, pero también la más hermosa.


SÁBADO SANTO

Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su Pasión y su Muerte y se abstiene de celebrar el sacrificio de la Misa, manteniendo desnuda la sagrada mesa hasta que, después de la solemne Vigilia o espera nocturna de la Resurrección, dé lugar a la alegría pascual cuya plenitud extenderá a lo largo de cincuenta días.

En este día, la comunión solo puede administrarse a modo de viático, es decir, a los enfermos que están en peligro de muerte.

Vigilia pascual en la noche santa.

Según antiquísima tradición, ésta es una noche de vela en honor del Señor (Ex 12,42). Los fieles, tal como lo recomienda el Evangelio (Lc. 12,35-37), deben asemejarse a los criados que, con las lámparas encendidas en sus manos, esperan el retorno de su señor, para que cuando llegue les encuentre en vela y los invite a sentarse a su mesa.

La celebración de esta Vigilia, que es la más noble entre todas las solemnidades, se desarrolla de la siguiente manera: después de un breve lucernario o Liturgia de la luz (primera parte de la Vigilia), la santa Iglesia, confiando en las palabras del Señor, medita y contempla las maravillas que Dios, desde siempre, realizó por su pueblo (segunda parte de la Vigilia o Liturgia de la Palabra) hasta que, al acercarse el día de la resurrección y acompañada ya de sus nuevos hijos renacidos en el bautismo (tercera parte de la Vigilia o Liturgia bautismal), es invitada a la mesa que el Señor, por medio de su muerte y resurrección, ha preparado para su pueblo (cuarta parte de la Vigilia o Liturgia eucarística).

Toda la celebración de la Vigilia pascual debe hacerse durante la noche de manera que no ha de empezar antes que sea de noche, y debe concluir antes del amanecer del día domingo. Esta indicación debe entenderse rigurosamente.

La Misa de la Vigilia pascual, aunque se celebre antes de la medianoche, es ya la Misa de Pascua del Domingo de Resurrección.

Es deseable conservar la costumbre de que al sacerdote lo asista el diácono. Ambos se revisten desde el principio con ornamentos blancos como para la Misa.

Deben prepararse velas suficientes para todos los que participen en la Vigilia. Para iniciar la Vigilia deben estar apagadas todas las luces del templo.

Solemne comienzo de la Vigilia llamado Lucernario

En un lugar adecuado, fuera de la iglesia, se enciende una fogata. Una vez que allí se han congregado los fieles, se acerca el sacerdote con los ministros, uno de los cuales lleva el cirio pascual. El que lleva el incensario (turiferario), lo lleva sin carbones. Si por dificultades diversas no puede hacerse una fogata, el pueblo se congrega dentro del templo, y el sacerdote con los ministros se dirige a la puerta de la iglesia; en este caso el pueblo, en la medida de lo posible, se vuelve hacia el sacerdote y se siguen las indicaciones.

El sacerdote saluda al pueblo del modo acostumbrado:

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Fieles: Amén.

Queridos hermanos, que la alegría de Cristo resucitado nos acompañe en esta celebración y esté con todos ustedes.
Fieles: Y con tu espíritu

El mismo sacerdote recuerda brevemente el sentido de la vigilia nocturna, con las palabras siguientes u otras semejantes:

Queridos hermanos.
En esta noche santa en la que nuestro Señor Jesucristo pasó de la muerte a la Vida, la Iglesia invita a sus hijos diseminados por todo el mundo a que se reúnan y permanezcan en vela para orar.
Si hacemos presente así la Pascua del Señor, escuchando su Palabra y celebrando sus misterios, podemos tener la esperanza de compartir su triunfo sobre la muerte y de vivir siempre con él en Dios.

A continuación, bendice el fuego con las manos extendidas.

Oremos.
Dios nuestro, que por medio de tu Hijo
comunicas el fuego de tu luz a los que creen en ti,
santifica este fuego nuevo,
y concédenos que, gracias a estas fiestas pascuales,
seamos de tal manera inflamados en deseos celestiales,
que podamos llegar con un corazón puro
a las fiestas de la luz eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Fieles: Amén.

Si parece oportuno, pueden resaltarse la significación del cirio pascual de la siguiente manera:
Un ministro acerca el cirio pascual ante el sacerdote que, con un estilete, marca una cruz sobre el mismo. En el extremo superior de la cruz marca la letra griega alfa, y en el inferior, la letra omega; en los ángulos que forman los brazos de la cruz los números del año en curso. Mientras tanto se dice:

Cristo ayer y hoy,
(Marca la línea vertical de la cruz)
principio y fin,
(Marca la línea horizontal de la cruz)
alfa
(Marca la letra alfa en la parte superior de la cruz)
y omega.
(Marca la letra omega en la parte inferior de la cruz)
A él pertenecen el tiempo
(Marca en el ángulo superior izquierdo la primera cifra del año actual)
y la eternidad.
(Marca en el ángulo superior derecho la segunda cifra del año actual)
A él la gloria y el poder,
(Marca en el ángulo inferior izquierdo la tercera cifra)
por los siglos de los siglos. Amén.
(Marca en el ángulo inferior derecho la última cifra del año actual)

Acabada la inscripción de la cruz y de los otros signos, el sacerdote puede fijar en el cirio cinco granos de incienso, en forma de cruz, mientras dice:
1. Por sus llagas                                                  El orden es:
2. santas y gloriosas                                                    1
3. nos proteja                                                          4  2  5
4. y nos conserve                                                        3
5. Cristo el Señor. Amén.

Si hubiere dificultades para realizar el rito de la bendición del fuego tal como se ha descrito, el pueblo puede estar ya congregado en la iglesia y el sacerdote con el ministro que lleva el cirio pascual se dirigen a la puerta del templo. En la medida de lo posible, el pueblo se orienta hacia el sacerdote. Hecho el saludo y la monición se procede a la bendición del fuego y a la preparación del cirio como se ha señalado.

El sacerdote enciende el cirio pascual con la llama del fuego nuevo mientras dice:
Que la luz de Cristo
gloriosamente resucitado
disipe las tinieblas
de la inteligencia y del corazón.

Procesión

El turiferario toma carbones encendidos del fuego nuevo y los coloca en el incensario. El sacerdote impone incienso. A continuación se arma una procesión de ingreso en el templo. Si se utiliza el incienso, precede el turiferario con el incensario humeante. Sigue el diácono, o en su defecto el mismo sacerdote, con el cirio pascual; detrás los demás ministros. Ya armada la procesión, quien lleva el cirio, antes de caminar, lo mantiene elevado y canta él solo:
Diácono: La luz de Cristo.
Fieles: Demos gracias a Dios
El sacerdote, si no lleva él el cirio, enciende su vela en el cirio pascual.

Luego, en la puerta de la iglesia si es que se viene del exterior, o bien en el medio del templo si es que la procesión se inició en la entrada, el diácono se detiene y, elevando nuevamente el cirio canta por segunda vez:
Diácono: La luz de Cristo.
Fieles: Demos gracias a Dios.

Inmediatamente todos encienden sus cirios con la llama que se transmite desde el cirio pascual; mientras tanto la procesión avanza hacia el presbiterio.

Cuando llega al altar, el diácono se detiene y mirando hacia el pueblo, eleva el cirio y canta por tercera vez:
Diácono: La luz de Cristo.
Fieles: Demos gracias a Dios.

Y se encienden algunas luces del templo. El diácono coloca el cirio pascual en el candelabro situado junto al ambón o en medio del presbiterio; el sacerdote va a la sede y los ministros a sus lugares.

Anuncio pascual

El diácono pide y recibe la bendición del sacerdote que dice en voz baja:
Sacerdote: El Señor esté en tu corazón y en tus labios, para que anuncies dignamente su Anuncio pascual. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
Fieles: Amén.

Esta bendición se omite, si el anuncio pascual es proclamado por alguien que no es diácono.

El diácono, o en su defecto, el mismo sacerdote, inciensa, si se usa, el libro y el cirio, y proclama el Anuncio pascual en el ambón, mientras todos permanecen de pie y con los cirios encendidos en sus manos. En caso de necesidad el Anuncio pascual puede ser hecho por un cantor que no sea diácono; en ese caso se omiten las palabras: "Por eso, queridos hermanos..." hasta el final de la invitación, como así también el saludo "El Señor esté con ustedes".
El Anuncio pascual puede ser cantado también en su forma más breve.

Forma larga del anuncio pascual

1. Alégrese en el cielo el coro de los ángeles.
Alégrense los ministros de Dios,
y por la victoria de un Rey tan grande,
resuene la trompeta de la salvación.

2. Alégrese también la tierra inundada de tanta luz,
y brillando con el resplandor del Rey eterno,
se vea libre de las tinieblas
que cubrían al mundo entero.

3. Alégrese también nuestra madre la Iglesia,
adornada con los fulgores de una luz tan brillante,
y resuene este templo
con las aclamaciones del pueblo.

(Posible aclamación de la asamblea)

4. Por eso, queridos hermanos, al contemplar
la admirable claridad de esta luz santa,
invoquemos la misericordia de Dios omnipotente,
y ya que sin mérito mío se dignó agregarme
al número de sus servidores,
me infunda la claridad de su luz,
para que sea plena y perfecta
la alabanza a este cirio.

5. Sacerdote: El Señor esté con ustedes.
Fieles: Y con tu espíritu.]
Sacerdote: Levantemos el corazón.
Fieles: Lo tenemos levantado hacia el Señor.
Sacerdote: Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
Fieles: Es justo y necesario.

Sacerdote: Realmente es justo y necesario
aclamar con nuestras voces
y con todo el afecto de la mente y del corazón
al Dios invisible, Padre todopoderoso,
y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo.

Él pagó por nosotros al eterno Padre
la deuda de Adán, y borró con su sangre
la sentencia del primer pecado.

Estas son las fiestas pascuales,
en las que se inmola el verdadero Cordero,
cuya sangre consagra las puertas de los fieles.

Esta es la noche en que sacaste de Egipto
a nuestros padres, los hijos de Israel,
y los hiciste pasar a pie por el mar Rojo.

Esta es la noche que disipó las tinieblas
de los pecados con el resplandor
de una columna de fuego.

Esta es la noche en que por toda la tierra,
los que confiesan su fe en Cristo,
arrancados de los vicios del mundo
y de la oscuridad del pecado,
son restituidos a la gracia
y agregados a los santos.

Esta es la noche en la que Cristo
rompió las ataduras de la muerte
y surgió victorioso de los abismos.

(Posible aclamación de la asamblea)

¡De nada nos valdría haber nacido
si no hubiésemos sido redimidos!

¡Qué admirable es tu bondad con nosotros!
¡Qué inestimable la predilección de tu amor:
para rescatar al esclavo, entregaste a tu propio Hijo!

¡Pecado de Adán ciertamente necesario,
que fue borrado con la sangre de Cristo!
¡Oh feliz culpa que nos mereció tan noble y tan grande Redentor!

¡Noche verdaderamente feliz!
Ella sola mereció saber el tiempo y la hora
en que Cristo resucitó del abismo de la muerte.

Esta es la noche de la que estaba escrito:
"La noche será clara como el día,
la noche ilumina mi alegría."

Por eso, la santidad de esta noche
aleja toda maldad, lava las culpas,
devuelve la inocencia a los pecadores
y la alegría a los afligidos;
expulsa el odio, trae la concordia
y doblega a los poderosos.

(Posible aclamación de la asamblea)

En esta noche de gracia, recibe, Padre santo,
el sacrificio vespertino de alabanza que la santa Iglesia
te presenta por medio de sus ministros,
en la solemne ofrenda de este cirio,
hecho con cera de abejas.

Ya sabemos lo que anuncia esta columna de fuego
que encendió la llama viva para gloria de Dios.
Y aunque distribuye su luz
no disminuye su claridad al repartirla,
porque se alimenta de la cera
que elaboraron las abejas
para hacer esta lámpara preciosa.

¡Noche verdaderamente dichosa
en la que el cielo se une con la tierra
y lo divino con lo humano!

Por eso, te rogamos, Señor,
que este cirio consagrado en honor de tu Nombre,
continúe ardiendo para disipar la oscuridad de esta noche,
y que aceptado por ti como perfume agradable,
se asocie a los astros del cielo.
Que lo encuentre encendido el lucero de la mañana,
aquel lucero que no tiene ocaso:
Jesucristo, tu Hijo, que resucitado de entre los muertos
brilla sereno para el género humano,
y vive y reina por los siglos de los siglos.

Fieles: Amén.


Forma breve del anuncio pascual

1. Alégrese en el cielo el coro de los ángeles.
Alégrense los ministros de Dios,
y por la victoria de un Rey tan grande,
resuene la trompeta de la salvación.

2. Alégrese también la tierra inundada de tanta luz,
y brillando con el resplandor del Rey eterno,
se vea libre de las tinieblas
que cubrían al mundo entero.

3. Alégrese también nuestra madre la Iglesia,
adornada con los fulgores de una luz tan brillante,
y resuene este templo
con las aclamaciones del pueblo.

(Posible aclamación de la asamblea)

4.
Sacerdote: El Señor esté con ustedes.
Fieles: Y con tu espíritu.]
Sacerdote: Levantemos el corazón.
Fieles: Lo tenemos levantado hacia el Señor.
Sacerdote: Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
Fieles: Es justo y necesario.

Sacerdote: Realmente es justo y necesario
aclamar con nuestras voces
y con todo el afecto de la mente y del corazón
al Dios invisible, Padre todopoderoso,
y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo.

Él pagó por nosotros al eterno Padre
la deuda de Adán, y borró con su sangre
la sentencia del primer pecado.

Estas son las fiestas pascuales,
en las que se inmola el verdadero Cordero,
cuya sangre consagra las puertas de los fieles.

Esta es la noche en que sacaste de Egipto
a nuestros padres, los hijos de Israel,
y los hiciste pasar a pie por el mar Rojo.

Esta es la noche que disipó las tinieblas
de los pecados con el resplandor
de una columna de fuego.

Esta es la noche en que por toda la tierra,
los que confiesan su fe en Cristo,
arrancados de los vicios del mundo
y de la oscuridad del pecado,
son restituidos a la gracia
y agregados a los santos.

Esta es la noche en la que Cristo
rompió las ataduras de la muerte
y surgió victorioso de los abismos.

(Posible aclamación de la asamblea)

¡Qué admirable es tu bondad con nosotros!
¡Qué inestimable la predilección de tu amor:
para rescatar al esclavo, entregaste a tu propio Hijo!

¡Pecado de Adán ciertamente necesario,
que fue borrado con la sangre de Cristo!
¡Oh feliz culpa que nos mereció tan noble y tan grande Redentor!

Por eso, la santidad de esta noche
aleja toda maldad, lava las culpas,
devuelve la inocencia a los pecadores
y la alegría a los afligidos;

(Posible aclamación de la asamblea)

¡Noche verdaderamente dichosa
en la que el cielo se une con la tierra
y lo divino con lo humano!

En esta noche de gracia, recibe, Padre santo,
el sacrificio vespertino de alabanza que la santa Iglesia
te presenta por medio de sus ministros,
en la solemne ofrenda de este cirio,
hecho con cera de abejas.

Por eso, te rogamos, Señor,
que este cirio consagrado en honor de tu Nombre,
continúe ardiendo para disipar la oscuridad de esta noche,
y que aceptado por ti como perfume agradable,
se asocie a los astros del cielo.
Que lo encuentre encendido el lucero de la mañana,
aquel lucero que no tiene ocaso:
Jesucristo, tu Hijo, que resucitado de entre los muertos
brilla sereno para el género humano,
y vive y reina por los siglos de los siglos.

Fieles: Amén.

Segunda parte: Liturgia de la Palabra

En esta Vigilia, "Madre de todas las vigilias", se proponen nueve lecturas: siete del Antiguo Testamento y dos del Nuevo Testamento (epístola y evangelio). En la medida de lo posible y respetando la índole vigiliar de esta importante celebración, deben proclamarse todas ellas.

Si graves circunstancias pastorales lo exigen, puede reducirse el número de lecturas el Antiguo Testamento, pero deben leerse por lo menos, tres lecturas del Antiguo Testamento. Nunca debe omitirse la lectura tomada del capítulo 14 del Éxodo.

Apagados los cirios, todos se sientan. Antes de comenzar las lecturas, el sacerdote se dirige al pueblo con estas palabras u otras semejantes:

Hermanos.
Después de haber iniciado solemnemente esta Vigilia,
alabando a Cristo en la luz de su victoria pascual,
escuchemos con atención la Palabra de Dios.
Ella nos relata cómo el Señor salvó a su pueblo a lo largo de la historia
y finalmente envió a su Hijo para redimirnos.
Oremos para que Dios lleve a su plenitud la redención obrada por el misterio pascual.

Luego siguen las lecturas. Un lector se dirige al ambón y proclama la primera lectura. Después el salmista o un cantor dice o canta el salmo y el pueblo responde la antífona correspondiente. Todos se ponen de pie y el sacerdote dice: "Oremos" y, después que todos han orado en silencio por unos instantes, dice la oración colecta. Así se hace con cada lectura del Antiguo Testamento.

Oraciones para después de cada lectura

Después de la primera lectura (La creación: Gen. 1,1-2,2 ó 1,26-31a)

Oremos.
Dios todopoderoso y eterno,
tú eres admirable en todo lo que existe;
te pedimos que quienes hemos sido redimidos por ti
comprendamos que la creación del mundo
en el comienzo de los siglos
no es obra de mayor grandeza
que el sacrificio pascual de Cristo
realizado en la plenitud de los tiempos.
Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor.
Fieles: Amén.

O bien (La creación del hombre):
Oremos.
Señor y Dios nuestro,
tú creaste al hombre de manera admirable
y más admirablemente aún lo redimiste;
concédenos que podamos resistir a los atractivos del pecado
con sabiduría de espíritu,
para que podamos merecer los gozos eternos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Fieles: Amén.

Después de la segunda lectura (El sacrificio de Abrahán. Gen 22, 1-18 ó 22, 1-2.9a.10-13.15-18)
Oremos.
Dios y Padre de los creyentes,
que multiplicas a los hijos de tu promesa,
derramando la alegría de la adopción filial
y por el misterio pascual,
cumples la promesa hecha a Abrahán
de hacerlo padre de todas las naciones;
concede a todos los hombres
responder dignamente a la gracia de tu llamado.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Fieles: Amén.

Después de la tercera lectura (Paso del mar Rojo. Ex 14,15-15,1)
Oremos.
Señor y Dios nuestro,
cuyas maravillas vemos brillar también nuestros días
porque lo que hiciste en favor de tu pueblo elegido
librándolo de la persecución del Faraón,
lo realizas por medio del agua del bautismo
para salvar a todas las naciones;
te pedimos que todos los hombres del mundo
se conviertan en verdaderos hijos de Abrahán
y se muestren dignos de la herencia de Israel.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Fieles: Amén.

O bien:
Dios nuestro, que con la luz del Nuevo Testamento
iluminaste los antiguos prodigios
de modo que también el Mar Rojo
fuera imagen de la fuente bautismal
y el pueblo liberado de la esclavitud
prefigurara al pueblo cristiano;
haz que todos los hombres, por el don de la fe,
participen del privilegio del pueblo elegido
y así renazcan a la acción de tu Espíritu.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Fieles: Amén.

Después de la cuarta lectura (La nueva Jerusalén. Is. 54, 5-14)
Oremos.
Dios todopoderoso y eterno,
te pedimos que, fiel a tu palabra,
multipliques la descendencia que prometiste a nuestros padres en la fe,
y aumentes el número de tus hijos adoptivos
para que tu Iglesia reconozca, desde ahora,
el cumplimiento de cuanto
los patriarcas creyeron y esperaron.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Fieles: Amén.

O bien, otra de las oraciones asignadas a las lecturas siguientes que serán omitidas.

Después de la quinta lectura (La salvación gratuitamente ofrecida a todos. Is. 55, 1-11)
Oremos.
Dios todopoderoso y eterno,
única esperanza del mundo,
que por la voz de tus profetas
anunciaste los misterios de los tiempos presentes;
alienta los deseos de tu pueblo,
porque ninguno de tus fieles puede progresar en la virtud
sin la inspiración de tu gracia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Fieles: Amén.

Después de la sexta lectura (La fuente de la sabiduría. Bar. 3, 9-15.31-4,4)
Oremos.
Señor Dios, Padre fecundo,
que convocando a todos los hombres
haces crecer sin cesar a tu Iglesia;
defiende con tu constante protección
a cuantos purificas en el agua del bautismo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Fieles: Amén.

Después de la séptima lectura (Corazón nuevo y espíritu nuevo. Ez. 36, 16-28)
Oremos.
Dios de poder inmutable, cuyo resplandor no conoce el ocaso:
mira con bondad a tu Iglesia, el signo de tu presencia entre nosotros,
y según tu proyecto eterno,
prosigue serenamente la obra de la salvación humana;
haz que todo el mundo contemple y experimente
cómo lo abatido por el pecado se restablece,
lo viejo se renueva
y se restaura plenamente por Cristo,
origen de todo lo creado.
Que vive y reina por los siglos de los siglos.
Fieles: Amén.

O bien:
Señor y Dios nuestro,
que para celebrar el misterio pascual
nos instruyes con las enseñanzas del Antiguo y el Nuevo Testamento;
concédenos comprender tu misericordia,
para que al recibir estos dones presentes,
se afirme nuestra esperanza en los dones futuros.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Fieles: Amén.

Después de la última lectura del Antiguo Testamento con su salmo responsorial y la correspondiente oración, estando todos de pie, se encienden los cirios del altar y se ilumina de manera completa el templo, mientras el sacerdote entona el Gloria, que todos prosiguen; mientras tanto, de acuerdo con las costumbres del lugar, se tocan las campanas.

Después del cantar un Gloria, el sacerdote dice la oración colecta, del modo acostumbrado.

Oremos.
(Breve silencio)
Señor y Dios nuestro, luz sobre toda luz,
que iluminas esta santísima noche
con la gloria de la resurrección del Señor;
acrecienta en tu Iglesia el espíritu de adopción,
para que renovados en el cuerpo y en el alma
te sirvamos con plena fidelidad.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios
por los siglos de los siglos.

Luego, todos se sientan y un lector proclama la lectura del apóstol san Pablo.

Acabada la epístola, si se cree conveniente y según las costumbres del lugar, el diácono o un cantor, se acerca a quien preside la celebración y le dice: "Padre, te anuncio un gran gozo: el Aleluya". Todos se levantan y el sacerdote, o si fuera necesario, un cantor, entona solemnemente el Aleluia, que repiten todos. Después el salmista o cantor, proclama el salmo, y el pueblo intercala el Aleluia en cada una de sus estrofas.

Para proclamar el Evangelio no se llevan cirios, sino sólo el incienso, si es que se usa.

Después del Evangelio tiene lugar la homilía que, aunque breve, no debe omitirse.

En este punto podría haber bautismo y confirmación de catecúmenos, los cuales tiene su propia liturgia. La congregación se alegra de los nuevos miembros de la Iglesia. Pero describo suponiendo no hay.

El sacerdote con los ministros se dirige a la fuente bautismal, si es que ésta se encuentra a la vista del pueblo. De lo contrario se pone un recipiente con agua en el presbiterio.
Si no se bendice la fuente, por no existir, se omite esta primera parte y se procede directamente a la bendición del agua común.

El sacerdote se dirige a los presentes con estas u otras palabras semejantes:

Queridos hermanos: Invoquemos la gracia de Dios Padre todopoderoso sobre esta fuente bautismal, de manera que cuantos renazcan en ella sean incorporados a los hijos adoptivos en Cristo.

Letanía de los santos

Dos cantores entonan las letanías, a las que todos responden, permaneciendo de pie (por razón del tiempo pascual). Si hubiera que hacer una procesión prolongada hasta el bautisterio, las letanías se cantan durante la procesión. En las letanías se pueden agregar nombres de otros santos, especialmente del titular de la iglesia y de los patronos del lugar.

Principal:                                                                                                                             Fieles:
Señor, ten piedad.                                                          Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad.                                                          Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad                                                           Señor, ten piedad.

Santa María, Madre de Dios                                          Ruega por nosotros.
San Miguel                                                                     Ruega por nosotros.
Santos ángeles de Dios                                                 Rueguen por nosotros.
San Juan Bautista                                                          Ruega por nosotros.
San José                                                                        Ruega por nosotros.
Santos Pedro y Pablo                                                    Rueguen por nosotros.
San Andrés                                                                    Ruega por nosotros.
San Juan                                                                       Ruega por nosotros.
Santa María Magdalena                                                Ruega por nosotros.
San Esteban                                                                  Ruega por nosotros.
San Ignacio de Antioquía                                              Ruega por nosotros.
San Lorenzo                                                                  Ruega por nosotros.
Santas Perpetua y Felicidad                                         Rueguen por nosotros.
Santa Inés                                                                     Ruega por nosotros.
San Gregorio (Magno)                                                  Ruega por nosotros.
San Agustín                                                                  Ruega por nosotros.
San Atanasio                                                                Ruega por nosotros.
San Basilio                                                                   Ruega por nosotros.
San Martín de Tours                                                     Ruega por nosotros.
San Benito                                                                    Ruega por nosotros.
Santos Francisco y Domingo                                       Rueguen por nosotros.
San Francisco (Javier)                                                 Ruega por nosotros.
San Juan María (Vianney)                                           Ruega por nosotros.
Santa Catalina (de Siena)                                            Ruega por nosotros.
Santa Teresa de Jesús                                                 Ruega por nosotros.
Todos los santos y santas de Dios                               Rueguen por nosotros.

Por tu bondad                                                               Líbranos, Señor.
De todo mal                                                                  Líbranos, Señor.
De todo pecado                                                            Líbranos, Señor.
De la muerte eterna                                                      Líbranos, Señor.
Por el misterio de tu encarnación                                 Líbranos, Señor.
Por tu muerte y resurrección                                        Líbranos, Señor.
Por el envío del Espíritu Santo                                     Líbranos, Señor.

Nosotros que somos pecadores, te pedimos               Escúchanos, Señor.
Para que con tu gracia santifiques esta fuente
          en la que han de renacer tus hijos.                    Escúchanos, Señor.
Jesús, Hijo del Dios vivo.                                             Escúchanos, Señor.

Cristo, óyenos.                                                             Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.                                                     Cristo, escúchanos.

El sacerdote dice la siguiente oración, con las manos juntas:
Dios todopoderoso y eterno,
acompaña con tu eficacia los sacramentos de tu inmenso amor
y para recrear nuevos pueblos
haciéndolos nacer para ti en la fuente bautismal,
envíanos tu Espíritu de adopción
a fin de que tu poder realice la obra
confiada a  nuestro humilde ministerio.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Fieles: Amén.

Bendición del agua bautismal

El sacerdote bendice el agua bautismal, diciendo la siguiente oración con las manos extendidas:
Señor, que por medio de los signos sacramentales
realizas obras admirables con tu poder invisible,
y de diversas maneras has preparado el agua
para que significara la gracia del bautismo:

En los orígenes del mundo
tu Espíritu aleteaba sobre las aguas
para que ya desde entonces
concibieran el poder de santificar;
incluso en las aguas torrenciales del diluvio
prefiguraste el nuevo nacimiento de los hombres,
para que el misterio de un mismo elemento
pusiera fin al pecado y diera origen a la virtud;
tú hiciste pasar por el mar Rojo
a los descendientes de Abrahán,
para que el pueblo liberado
de la esclavitud del Faraón
fuera imagen del pueblo de los bautizados.
Tu Hijo, Dios nuestro, al ser bautizado en las aguas del Jordán
fue ungido por el Espíritu Santo;
al estar suspendido en la cruz
hizo brotar sangre y agua,
y después de su resurrección
mandó a sus discípulos que
"fueran e instruyesen a todas las naciones
bautizándolas en el nombre del Padre
y del Hijo y del Espíritu Santo".
Por todo esto te pedimos, Padre,
que mires a tu Iglesia y le abras en esta noche santa la fuente del bautismo.
Que esta agua reciba por el Espíritu Santo
la gracia de tu Hijo único,
para que el hombre, creado a tu imagen,
por medio del sacramento del bautismo
sea purificado de todos sus pecados
y renazca a la Vida nueva de hijos de Dios
por el agua y el Espíritu Santo.
Y sumergiendo, según las circunstancias, el cirio pascual en el agua una o tres veces, prosigue:
Señor, te pedimos que por la gracia de tu Hijo,
descienda sobre el agua de esta fuente
el poder del Espíritu Santo,
para que por el bautismo, sepultados con Cristo en su muerte,
resucitemos con él a la Vida.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Fieles: Amén.

Saca el cirio del agua y el pueblo aclama:
Fuentes, bendigan al Señor.
Alábenlo y glorifíquenlo eternamente.

U otra aclamación adecuada.

Puede también usarse una de las dos fórmulas siguientes.

Fórmula B.

Sacerdote:
Bendito seas Dios, Padre todopoderoso,
que hiciste el agua para purificarnos y darnos la vida.

Todos:
Bendito seas, Señor (u otra aclamación adecuada).

Sacerdote:
Bendito seas Dios, Hijo único, Jesucristo,
que hiciste brotar de tu costado sangre y agua,
para que por tu Muerte y Resurrección naciera la Iglesia.

Todos:
Bendito seas, Señor.

Sacerdote:
Bendito seas Dios, Espíritu Santo, que ungiste a Cristo
al ser bautizado en las aguas del Jordán,
para que todos fuéramos bautizados en ti.

Todos:
Bendito seas, Señor.

Sacerdote:
Señor, escúchanos
y santifica esta agua creada por ti,
para que los bautizados con ella
sean purificados del pecado
y renazcan a la Vida de hijos adoptivos de Dios.

Todos:
Escúchanos, Señor (u otra aclamación adecuada).


Sacerdote:
Santifica esta agua creada por ti,
para que los bautizados con ella
en la Muerte y Resurrección de Cristo,
sean una fiel imagen de tu Hijo.

Todos:
Escúchanos, Señor.

El sacerdote toca el agua con la mano derecha y prosigue:
Santifica esta agua creada por ti,
para que los que tú has elegido
renazcan por medio del Espíritu Santo
y se incorporen a tu pueblo santo.

Todos:
Escúchanos, Señor.

O bien:

Fórmula C.

Sacerdote:
Padre misericordioso,
que derramaste sobre nosotros
la Vida nueva de hijos tuyos
que brota de la fuente bautismal.

Todos:
Bendito seas, Señor (u otra aclamación adecuada).

Sacerdote:
Padre misericordioso,
que por medio del agua y del Espíritu Santo,
congregas en un solo pueblo
a todos los bautizados en tu Hijo Jesucristo.

Todos:
Bendito seas, Señor.

Sacerdote:
Padre misericordioso,
que por tu Espíritu de amor derramado en nuestros corazones,
nos liberas para que gocemos de tu paz.

Todos:
Bendito seas, Señor.

Sacerdote:
Padre misericordioso,
que eliges a los bautizados para que anuncien alegremente
el Evangelio de Cristo a todos los pueblos.

Todos:
Bendito seas, Señor.

Sacerdote:
Bendice esta agua
con la que van a ser bautizados
quienes son llamados por ti
a participar de tu misma Vida.
Por Jesucristo nuestro Señor.

Todos:
Amén.


Si no hay bautizandos, ni se ha de bendecir el agua bautismal, el sacerdote bendice agua común con la siguiente oración:

Queridos hermanos:
Invoquemos con humildad a nuestro Dios y Señor
para que bendiga esta agua con la cual seremos rociados
en recuerdo de nuestro bautismo.
Que él nos renueve a fin de permanecer fieles al Espíritu Santo que hemos recibido.
Y después de una breve pausa de oración en silencio, con las manos extendidas, prosigue:
Señor y Dios nuestro,
acompaña con tu bondad a tu pueblo
que en esta santísima noche permanece en vela;
al rememorar la obra admirable de la creación
y el acontecimiento aún más admirable de la redención,
te pedimos que bendigas esta agua.
Ella fue creada por ti
para dar fecundidad a la tierra
y restaurar nuestros cuerpos
con su frescura y limpieza.
La hiciste también instrumento de tu misericordia:
por ella libraste a tu pueblo de la esclavitud
y apagaste su sed en el desierto:
por ella, los profetas anunciaron la Nueva Alianza
que habrías de pactar con los hombres.
Finalmente, al ser consagrada por Cristo en el río Jordán,
por ella renovaste nuestra naturaleza pecadora
con el baño de renacimiento espiritual.
Que ella nos recuerde ahora nuestro bautismo,
y concédenos participar de la alegría de nuestros hermanos
que son bautizados en esta Pascua.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Renuncia y profesión de fe de toda la asamblea

Concluida la bendición del agua, todos permaneciendo de pie y con los cirios encendidos en sus manos, renuevan las promesas bautismales.
El sacerdote se dirige a los fieles con estas palabras u otras semejantes:
Queridísimos hermanos:
por el Misterio Pascual, en el bautismo fuimos sepultados con Cristo
para que también nosotros llevemos con él una vida nueva.
Por eso, ya acabado nuestro camino cuaresmal,
renovemos las promesas del santo bautismo,
por las que un día renunciamos al demonio y a sus obras
y prometimos servir al Señor en la santa Iglesia Católica.
Por tanto:

Sacerdote:
¿Renuncian al Demonio?

Todos:
Sí, renunciamos.

Sacerdote:
¿Renuncian a todas sus obras?

Todos:
Sí, renunciamos.

Sacerdote:
¿Renuncian a todos sus engaños?

Todos:
Sí, renunciamos.

O bien:

Fórmula B

Sacerdote:
¿Renuncian al pecado
para vivir en la libertad de los hijos de Dios?

Todos: Sí, renunciamos.

Sacerdote:
¿Renuncian a los engaños del mal
para no ser esclavos del pecado?

Todos: Sí, renunciamos.

Sacerdote:
¿Renuncian al Demonio, que es el autor del pecado?

Todos: Sí, renunciamos.

O bien:

Fórmula C

Sacerdote:
¿Renuncian a Satanás y
-al pecado, como negación de Dios;
-al mal, como signo del pecado en el mundo;
-al error, como negación de la verdad;
-a la violencia, como contraria a la caridad;
-al egoísmo, como falta de testimonio de amor?

Todos: Sí , renunciamos.

Sacerdote:
¿Renuncian a las obras opuestas al Evangelio de Jesús, que son
-la envidia y el odio;
-la pereza y la indiferencia;
-la cobardía y los acomplejamientos;
-el materialismo y la sensualidad;
-la injusticia y el favoritismo;
-el negociado y el soborno?

Todos: Sí, renunciamos.

Sacerdote:
¿Renuncian a los criterios y comportamientos que llevan a:
-creerse los mejores;
-verse siempre superiores;
-creerse ya convertidos del todo;
-buscar el dinero como el máximo valor;
-buscar el placer como única ilusión;
-buscar el propio interés por encima del bien común?

Todos: Sí, renunciamos.


Profesión de fe

Sacerdote:
¿Creen en Dios Padre todopoderoso,
creador del cielo y de la tierra?

Todos responden:
Sí, creo.

Sacerdote:
¿Creen en Jesucristo,
su único Hijo, nuestro Señor,
que nació de la Virgen María,
padeció y fue sepultado,
resucitó de entre los muertos
y está sentado a la derecha del Padre?

Todos responden:
Sí, creo.
Sacerdote:
¿Creen en el Espíritu Santo,
la santa Iglesia católica,
la comunión de los santos,
el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne
y la Vida eterna?

Todos responden:
Sí, creo.

Y el sacerdote concluye:
Y Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha hecho renacer por el agua y el Espíritu Santo,
y nos ha perdonado los pecados,
nos conserve con su gracia en Jesucristo nuestro Señor,
para la Vida eterna.

Todos:
Amén.


Aspersión con el agua bendita

El sacerdote rocía al pueblo con el agua bendita mientras todos cantan:

Antífona
He visto el agua que brotaba del lado derecho del templo, Aleluia.
Y todos aquellos a quienes alcanzó esta agua han sido salvados y dicen:
Aleluia, aleluia.

U otro cántico de índole bautismal.

Si la bendición del agua bautismal no se ha realizado en el mismo bautisterio, los ministros, solemnemente, llevan el recipiente con el agua hasta la fuente bautismal.
Si no se bendijo agua bautismal, se coloca el agua bendita en un lugar adecuado.
Después de la aspersión, el sacerdote regresa a la sede, y omitiendo el Credo, comienza la oración universal.

Cuarta parte: Liturgia de la Eucaristía

El sacerdote se acerca al altar y comienza la liturgia eucarística de la manera acostumbrada.
Es conveniente que el pan y el vino sean llevados al altar por los neófitos.

Oración sobre las ofrendas
Señor nuestro, fuente de la Vida,
recibe las oraciones y ofrendas de tu pueblo,
para que la vida que nace de estos sacramentos pascuales
sea, por tu gracia, remedio para la eternidad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio pascual I

Sacerdote:   El Señor esté con ustedes
Fieles:   Y con tu espíritu.
Sacerdote:   Levantemos el corazón.
Fieles:   Lo tenemos levantado hacia el Señor.
Sacerdote:   Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
Fieles:   Es justo y necesario.
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
glorificarte siempre, Señor;
pero más que nunca en esta noche
en que Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado.
Porque él es el verdadero Cordero
que quitó el pecado del mundo;
muriendo destruyó nuestra muerte
y resucitando restauró la vida.
Por eso, con esta efusión del gozo pascual,
el mundo entero se desborda de alegría,
y también los coros celestiales
cantan un himno a tu gloria
diciendo sin cesar:
Santo, Santo, Santo...

En las Plegarias eucarísticas se dicen las partes propias para esta Misa.

Antes del canto del Cordero de Dios, el sacerdote puede dirigirse brevemente a los neófitos que recibirán la primera Comunión y exhortarlos a considerar la Eucaristía como el momento culminante de su iniciación cristiana y el centro de la vida cristiana.

Es conveniente que los neófitos, sus padres y padrinos, comulguen bajo las dos especies como asimismo sus catequistas laicos. Con la aprobación del Obispo diocesano, es recomendable que toda la asamblea reciba la Comunión bajo las dos especies.

Antífona de comunión
Cristo, nuestra víctima pascual, ha sido inmolado. celebremos, entonces, esta fiesta con los panes sin levadura de la pureza y la verdad. Aleluia. (1 Cor. 5,7-8)

Oración después de la comunión:
Señor y Padre de la vida,
tú nos has alimentado con los sacramentos pascuales;
derrama sobre nosotros tu Espíritu de caridad
para que tengamos un solo corazón en tu amor.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Si se cree oportuno, antes de la despedida, puede hacerse el solemne saludo a Nuestra Señora, dirigiéndose el sacerdote brevemente a los fieles con estas palabras u otras semejantes:
Queridísimos hermanos:
En esta noche, la más santa de todas,
en la que permaneciendo en vela hemos celebrado la Pascua del Señor,
es justo alegrarse con la Madre de Jesús por la Resurrección de su Hijo.
Este fue el acontecimiento que realizó plenamente su esperanza
y dio a todos los hombres la salvación.
Así como nosotros, pecadores, la hemos contemplado unidos en el dolor,
así -como redimidos- la honramos unidos en el gozo pascual.
Después de la introducción, si la imagen de la Virgen está en el altar donde se celebra, el sacerdote puede incensarla, mientras los instrumentos musicales suenan festivamente. Se entona la antífona "Regina coeli", y luego se canta el versículo "Gaude et laetare Virgo Maria...", y el sacerdote dice:

Oremos.
Señor, que has alegrado al mundo
por la Resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo,
concédenos que por la intercesión de su Madre, la Virgen María,
alcancemos los gozos de la Vida eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Fieles: Amén.


Conviene usar la bendición solemne para la Vigilia pascual.

Dios todopoderoso les dé su bendición
en esta solemne fiesta de Pascua
y los proteja por su bondad
de toda sombra de pecado.
Fieles: Amén.
Él, que por la Resurrección de su Hijo
nos renueva para la Vida eterna,
les conceda la recompensa de la inmortalidad.
Fieles: Amén.
Y ya que celebramos con honda alegría esta Pascua
después de recorrer con Jesús el camino de la Cruz,
les conceda participar de los gozos eternos.
Fieles: Amén.
Y que la bendición de Dios todopoderoso,
del Padre, del Hijo X y del Espíritu Santo,
descienda sobre ustedes y permanezca para siempre.
Fieles: Amén.

En la despedida, el diácono o el mismo sacerdote dice:
Sacerdote: Pueden ir en paz, aleluia, aleluia.
Fieles: Demos gracias a Dios, aleluia, aleluia.