Hay muchos relatos en la Biblia que dan cuenta de la Historia de la Salvación. Discursos pronunciados por personajes: Nehemías 9, 7-31, Josué 24, 1-13, el discurso de San Esteban ante el Sanedrín (Hechos 7, 12-53) o de alguna manera, el de San Pablo ante los atenienses (Hechos 17, 22-31), o que hacen alusión directa a ella, por ejemplo, en los capítulos 10 y 11 (hasta el versículo 19), del libro de la Sabiduría. El pueblo judío era consciente de la presencia de Dios en su historia. Dicha consciencia no es tan evidente hoy en día para el pueblo de Dios del Nuevo Testamento.
Quisiera aquí resaltar algunos ejemplos destacables que dan fé de la contínua presencia de Dios en nuestras vidas. Y quiero empezar por Nagasaki.
En 1549, San Francisco Javier visitó Japón en su proceso de evangelización de los países orientales. Vinieron muchos otros después de él. Pero todos los sacerdotes y evangelizadores fueron expulsados y prohibidos en 1587. Nagasaki era un lugar donde la presencia de los jesuitas era importante en aquella época. Más adelante, en 1612 se prohibió totalmente el cristianismo.
En 1862 le fue permitido a un misionero francés entrar al Japón. Abrió un templo en Nagasaki. Habían pasado 250 años e inesperadamente se le acercaron fieles japoneses quienes se transmitieron la fe oralmente por generaciones. Por supuesto, se habían perdido cosas o transformado, pero la mitad de ellos, unos quince mil, se dejaron catequizar.
Entre 1930 y 1936 san Maximiliano Kolbe, gran devoto de la Virgen María, fundó un monasterio en las afueras de Nagasaki, encargado, entre otras cosas, de publicar y divulgar la revista “Caballero de la Inmaculada”, en referencia a la santísima Virgen. No quiso fundarlo en la ciudad porque, dijo, “una gran bola de fuego arrasará la ciudad”.
En la Fiesta de la transfiguración del 6 de agosto de 1945, una bomba atómica fue lanzada sobre la ciudad japonesa de Nagasaki, lugar donde se concentraba cerca de la tercera parte de los católicos nipones. Una de las fotos más divulgadas es la de la ciudad arrasada. Permite apreciar la destrucción el hecho de que una edificación permaneció en pie en medio de las ruinas (ver foto). Se trata de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. No solo la construcción, sino sus cuatro ocupantes, miembros de la comunidad jesuita, quedaron vivos y sin consecuencia por la radiación, a tal punto que se sabe que treinta años después, aún vivían los cuatro.
Se calcula que hoy en día hay un millón de católicos en Japón.
Nagasaki es una historia de cinco siglos en donde se ve la mano amorosa de Dios, preservando la Fe, de manos de María, a pesar de las vicisitudes y el error humano.
Blog que incorpora apologética (defensa de la fe), ética en el contexto de la sociedad actual y, en general, formación.
lunes, 24 de agosto de 2020
viernes, 19 de junio de 2020
La castidad, una virtud liberadora
Monseñor Munilla, Obispo de San Sebastián, es un pastor con muchas cualidades, pero destaco dos: es un gran comunicador y no teme a hablar de temas difíciles.
Hoy, con mi esposa, oímos una de sus charlas en EWTN sobre la castidad. Muy claro.
Resumo aquí algunas de sus ideas, que además de estar basadas tanto en la Teología del Cuerpo de san Juan Pablo II, el Grande, y en palabras de la exhortación apostólica Amoris Laetitia del Papa Francisco, contiene asociaciones de ideas que me parecen novedosas en cuanto no las había escuchado juntas:
Hablar de castidad es políticamente incorrecto, pero la Iglesia debe dar el mensaje de Cristo en su integridad. Y éste incluye el sexto mandamiento.
Las administraciones del nivel municipal y nacional han sido cobardes en tratar el tema de la sexualidad. Se combate la violencia sexual contra la mujer, pero no se ataca a la pornografía. Van de la mano. No se puede atacar la una y permitir la otra.
Y el mensaje de las administraciones para controlar la transmisión de enfermedades sexuales y el embarazo no deseado ha sido el uso de “filtros”. Como si para combatir el tabaquismo hubieran obligado a ponerle triple filtro a los cigarrillos o para evitar la accidentalidad vial hayan decretado más cinturones. La solución está en dejar de fumar, en controlar la velocidad y en la castidad.
Lujo y lujuria van de la mano. Etimológicamente ambas provienen del latín “luxus”: desviación. Cuando el ser humano entra en el consumismo y el lujo, entra fácilmente a la lujuria. Tales “luxus” se combaten con las virtudes de la austeridad y la generosidad.
El amor libre proclamado por la revolución de mayo del 68 y el puritanismo victoriano tienen en común una antropología desviada. Ni somos sólo cuerpo, ni el cuerpo es pecaminoso. La sexualidad incorpora la totalidad del ser: cuerpo y alma.
La cultura de los encuentros sexuales momentáneos mata la capacidad de amar y de sentirse amados. La entrega de la intimidad a un desconocido crea heridas e impide llegar a sentirse amado, lo más fundamental para el ser humano.
En el noviazgo, la cultura permite la sexualidad. Pero el noviazgo es una época de discernimiento acerca de la otra persona y cuando hay de por medio una entrega sexual, se genera un compromiso antes de haber tomado una decisión. No tiene sentido. Además, en ese discernimiento se hallan dificultades en la relación. Si se tapan con la sexualidad, no se afrontan, no se resuelven.
Cada divorcio es un fracaso que causa heridas. La convivencia durante algunos meses lleva a vivir una sucesión de mini divorcios. Le has entregado la totalidad de tu ser a una persona que pasa a ser un desconocido al cabo de un tiempo. Eso mata la capacidad de amar.
La sexualidad tiene fines claros: nos da identidad, nos permite expresar el amor y nos permite procrear.
El cristianismo no busca como ideal la felicidad. Busca la entrega y el servicio como ideal. La felicidad llega como consecuencia. Del mismo modo, la sexualidad busca como ideal la entrega de la totalidad del ser a la pareja. El placer no es el fin, sino una consecuencia. No nos dejemos confundir.
Somos frágiles y podemos caer. La castidad es posible por gracia del Espíritu Santo. La fidelidad a Dios y al otro consiste en custodiar nuestra fragilidad y ponerla en diálogo con el Señor. Se trata de cultivar las virtudes de la perseverancia y la constancia. Y de buscar el perdón de Dios. El perdón de Dios nos da un corazón virgen cada vez que somos perdonados.
Hoy, con mi esposa, oímos una de sus charlas en EWTN sobre la castidad. Muy claro.
Resumo aquí algunas de sus ideas, que además de estar basadas tanto en la Teología del Cuerpo de san Juan Pablo II, el Grande, y en palabras de la exhortación apostólica Amoris Laetitia del Papa Francisco, contiene asociaciones de ideas que me parecen novedosas en cuanto no las había escuchado juntas:
Hablar de castidad es políticamente incorrecto, pero la Iglesia debe dar el mensaje de Cristo en su integridad. Y éste incluye el sexto mandamiento.
Las administraciones del nivel municipal y nacional han sido cobardes en tratar el tema de la sexualidad. Se combate la violencia sexual contra la mujer, pero no se ataca a la pornografía. Van de la mano. No se puede atacar la una y permitir la otra.
Y el mensaje de las administraciones para controlar la transmisión de enfermedades sexuales y el embarazo no deseado ha sido el uso de “filtros”. Como si para combatir el tabaquismo hubieran obligado a ponerle triple filtro a los cigarrillos o para evitar la accidentalidad vial hayan decretado más cinturones. La solución está en dejar de fumar, en controlar la velocidad y en la castidad.
Lujo y lujuria van de la mano. Etimológicamente ambas provienen del latín “luxus”: desviación. Cuando el ser humano entra en el consumismo y el lujo, entra fácilmente a la lujuria. Tales “luxus” se combaten con las virtudes de la austeridad y la generosidad.
El amor libre proclamado por la revolución de mayo del 68 y el puritanismo victoriano tienen en común una antropología desviada. Ni somos sólo cuerpo, ni el cuerpo es pecaminoso. La sexualidad incorpora la totalidad del ser: cuerpo y alma.
La cultura de los encuentros sexuales momentáneos mata la capacidad de amar y de sentirse amados. La entrega de la intimidad a un desconocido crea heridas e impide llegar a sentirse amado, lo más fundamental para el ser humano.
En el noviazgo, la cultura permite la sexualidad. Pero el noviazgo es una época de discernimiento acerca de la otra persona y cuando hay de por medio una entrega sexual, se genera un compromiso antes de haber tomado una decisión. No tiene sentido. Además, en ese discernimiento se hallan dificultades en la relación. Si se tapan con la sexualidad, no se afrontan, no se resuelven.
Cada divorcio es un fracaso que causa heridas. La convivencia durante algunos meses lleva a vivir una sucesión de mini divorcios. Le has entregado la totalidad de tu ser a una persona que pasa a ser un desconocido al cabo de un tiempo. Eso mata la capacidad de amar.
La sexualidad tiene fines claros: nos da identidad, nos permite expresar el amor y nos permite procrear.
El cristianismo no busca como ideal la felicidad. Busca la entrega y el servicio como ideal. La felicidad llega como consecuencia. Del mismo modo, la sexualidad busca como ideal la entrega de la totalidad del ser a la pareja. El placer no es el fin, sino una consecuencia. No nos dejemos confundir.
Somos frágiles y podemos caer. La castidad es posible por gracia del Espíritu Santo. La fidelidad a Dios y al otro consiste en custodiar nuestra fragilidad y ponerla en diálogo con el Señor. Se trata de cultivar las virtudes de la perseverancia y la constancia. Y de buscar el perdón de Dios. El perdón de Dios nos da un corazón virgen cada vez que somos perdonados.
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martes, 19 de mayo de 2020
Oración del moribundo
Dulce Jesús mío, quiero morir en Tú Voluntad.
Uno mi agonía y la de todos los hombres a la tuya, y que tu agonía sea mi fuerza, mi luz, mi defensa y la dulce sonrisa de tu perdón.
Mi último suspiro lo pongo en el último suspiro que diste por mi en la cruz, para que pueda presentarme ante ti, con los méritos de tu misma muerte.
Ah, Jesús mío, ábreme el cielo y ven a mi encuentro a recibirme con aquel mismo amor con el cual te recibió tu Padre, cuando exhalaste sobre la cruz tú último respiro.
Luego, llévame al cielo entre tus brazos, y yo te besaré y me dedicaré a ti eternamente.
Madre mía, ángeles y santos, vengan a asistirme como asistieron a la muerte de Jesús, ayúdenme, defiéndanme y llévenme al cielo.
Así sea.
Uno mi agonía y la de todos los hombres a la tuya, y que tu agonía sea mi fuerza, mi luz, mi defensa y la dulce sonrisa de tu perdón.
Mi último suspiro lo pongo en el último suspiro que diste por mi en la cruz, para que pueda presentarme ante ti, con los méritos de tu misma muerte.
Ah, Jesús mío, ábreme el cielo y ven a mi encuentro a recibirme con aquel mismo amor con el cual te recibió tu Padre, cuando exhalaste sobre la cruz tú último respiro.
Luego, llévame al cielo entre tus brazos, y yo te besaré y me dedicaré a ti eternamente.
Madre mía, ángeles y santos, vengan a asistirme como asistieron a la muerte de Jesús, ayúdenme, defiéndanme y llévenme al cielo.
Así sea.
martes, 12 de mayo de 2020
Las tentaciones del desierto
Hay un texto que me abrió muchas luces cuando lo leí. Decidí transcribirlo hoy para que no se lo pierda quien no lo ha leído. He aquí un resumen extractado del propio texto con el fin de acuciar la curiosidad:
Muchos ven en las tentaciones las tres concupiscencias: el desorden de la sensualidad y la carne, la llamada de la soberbia y del orgullo, y la inquietud por el dinero y el poder. Las respuestas de Cristo aciertan en las soluciones, el espíritu está sobre la materia y debe regirla; la humildad lleva a confiar en Dios; y el poder es para servir a Dios y a los demás. De hecho, es frecuente entre los hombres que el primer obstáculo en el que muchos quedan atrapados sea la sensualidad del comer, del beber o la impureza. El segundo nivel tienta la soberbia y el amor propio, lo que lleva al ansia de dominar a los demás. El tercer nivel tienta a considerar el mundo como fin último del hombre, engloba todas las sugerencias del mal a colocarnos en el lugar que corresponde a Dios.
La fuente del texto es Catholic.net. Y fue escrito por el padre Enrique Cases
He aquí la transcripción:
Las tentaciones del desierto
El silencio.
Jesús es llevado por el Espíritu al desierto para un gran combate; va a asumir su vocación de Mesías con toda su plenitud humana. Jesús vive la experiencia religiosa en una forma de espiritualidad extrema. Muchos hombres religiosos se han sentido llamados al silencio de modo que su espíritu se expanda en una relación con Dios, sin que nada distraiga esa tensión. Muchos han experimentado el ayuno como una forma de purificación en que el cuerpo extingue sus pulsiones para que el espíritu emerja. En el antiguo hinduismo era frecuente esa acción, como también en el budismo, aunque sin llegar a tanto extremo. Siempre han existido eremitas, en todas las culturas religiosas. Cristo asume la espiritualidad religiosa de los más religiosos de los hombres.
El demonio.
En esa tensión se dan las tentaciones que se prolongarán a lo largo de su vida, pero que aquí se plantean con gran crudeza: el diablo, como enemigo lúcido que plantea los verdaderos problemas, será el padre de la mentira, que intentará disuadir a Jesús de su misión. Este agente oscuro es tan importante en la vida de los hombres, que si se excluye no se entienden problemas como el mal y el bien, ni mucho menos el Evangelio de Jesucristo. El demonio es un ser vivo, creado, inteligente, pero pervertido y pervertidor. Él se rebela contra Dios de un modo lúcido y consciente, y encuentra en ese orgullo un gozo amargo y triste al tiempo. En sus tentaciones no tratará solamente de investigar quién es Jesús, ni en un juego intelectual habilidoso, aunque lo es, sino de plantear su propia tentación al hombre que ha sido llamado el Hijo Amado que trae el bautismo de fuego superior al bautismo de agua. El diablo no cree que un hombre pueda amar más allá del amor propio y se lo va a decir claramente a Jesús, no sin engaños y con métodos capciosos.
El diablo tienta a Jesús.
"Entonces fue conducido Jesús al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Después de haber ayunado cuarenta días con cuarenta noches, sintió hambre. Y acercándose el tentador le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. Él, respondiendo, dijo: Escrito está: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios. Luego, el diablo lo llevó a la Ciudad Santa y lo puso sobre el pináculo del Templo. Y le dijo: Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo. Pues escrito está: Dará órdenes acerca de ti a sus ángeles, para que te lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra. Y le respondió Jesús: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios. De nuevo lo llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: Todas estas cosas te daré si postrándote me adoras. Entonces le respondió Jesús: Apártate Satanás, pues escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a El sólo darás culto"(Mt).
El momento adecuado.
Las tentaciones se dan tras cuarenta días y cuarenta noches de oración y ayuno. Siente hambre, se agota, experimenta las limitaciones del cuerpo, la mente también es influida por el cansancio y el hambre y la soledad.
Satanás elige el momento más adecuado para tentarle, aquel en que está debilitada la humanidad. Ahí, en situación extrema, es donde se verá si Cristo acepta el reto que le va a plantear.
Es posible que la creencia en la divinidad de Jesús lleve a pensar que en el fondo las tentaciones son externas y ficticias, como de mentirijillas. Pero no es así: real fue el dolor y la muerte, y real es el hambre y la sed. Jesús experimenta la trepidación de la tentación, ve el lado positivo que toda tentación propone, y descubre lo negativo, más o menos oculto, pero que acabará saliendo a relucir. De ahí, también, que la victoria sea real, humana. El resultado final confirma a Satanás que se puede ser fiel al proyecto amoroso del Padre, que es posible cumplir la voluntad de Dios también como hombre, a pesar de las alternativas que se le ponen delante.
El sentido de las tentaciones.
Es cierto que las tentaciones tienen un sentido de ejemplo para que los hombres venzan las provocaciones al mal. Es un primer nivel no despreciable. Muchos ven en las tentaciones las tres concupiscencias: el desorden de la sensualidad y la carne, la llamada de la soberbia y del orgullo, y la inquietud por el dinero y el poder. Las respuestas de Cristo aciertan en las soluciones, el espíritu está sobre la materia y debe regirla; la humildad lleva a confiar en Dios; y el poder es para servir a Dios y a los demás. De hecho, es frecuente entre los hombres que el primer obstáculo en el que muchos quedan atrapados sea la sensualidad del comer, del beber o la impureza. Un segundo nivel, tienta la soberbia y el amor propio, y viene el ansia de dominar a los demás. En un tercer nivel el mundo como fin último del hombre, engloba todas las sugerencias del mal cuando se coloca en lugar de Dios.
La primera tentación.
Las tres tentaciones tienden a quebrar el mesianismo de Jesús. Pero hay un nivel más profundo. Veamos la tentación primera. Jesús tiene cuerpo en su doble vertiente de sentido y afectividad, tiene, por tanto, necesidades sensitivas y afectivas. La tentación dice: "Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes", es decir haz un milagro con tu poder de Hijo de Dios para satisfacer tus necesidades. El pan es el alimento para la vida; pero, al satisfacerla, se encuentra un placer en la función natural. Jesús nunca dice que eso sea malo. Lo mismo ocurre con la procreación que añade a los efectos del cuerpo la satisfacción del afecto. Nada dice el texto de la extensión de la tentación; pero entre los hombres estas cuestiones son universales. Jesús añade la dificultad del ayuno y del celibato, prescindiendo libremente del uso legítimo de esas tendencias corporales y afectivas por un amor más alto. Ahí incide la tentación: transforma el gozo natural en amor propio; benefíciate, búscate en algo tan natural como estas satisfacciones, o ¿acaso son malas?
Vivir el amor.
La respuesta de Jesús es clara: no son malas, pero "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios". Si el diablo le hubiese propuesto algo ilícito Jesús lo habría tenido que rechazar, de forma obligada; pero, en esta primera tentación, Jesús rechaza algo que en sí no es malo, pero se trata de vivir un amor que vaya más allá del amor propio y de la satisfacción que producen cosas buenas. Y rechaza decir que esas realidades sean malas y pecaminosas, aunque deben someterse a un amor superior. No se trata sólo de superar la gula y la impureza, sino de vivir un amor espiritual superior. De hecho, el Hijo de Dios es sobrio con naturalidad, y conviene que no tenga descendencia según la carne, sino sólo según el espíritu. El amor al Padre y a los hombres debe estar por encima de cosas que en otros son buenas y santificantes, pero a Él se le ha pedido más. El amor a su misión debe ser superior al tirón de los sentidos y de la afectividad, e incluso del deseo de tener una descendencia humana. Jesús responde con unas palabras del libro de la Sabiduría en las que señala que el placer de los sentidos no es malo dentro de su función natural, pero no es todo. El amor sensitivo y el afectivo son buenos, pero existe el amor espiritual. El que ama con este amor espiritual supera las atracciones de lo sensible, sin decir que sean malas, aunque pueden serlo por desorden o por exceso. El primer combate ha concluido, aunque la tentación acechará a Jesús toda la vida, especialmente en la cruz, donde el dolor será máximo. El amor de verdad pudo más.
La segunda tentación.
La segunda tentación es más profunda y complicada. El diablo cita el salmo 91 diciendo: "Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo. Pues escrito está: Dará órdenes acerca de ti a sus ángeles, para que te lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra". El demonio sigue tentando a Jesús, a partir de lo que, en Él, forma parte de su ser: era hijo de Dios y confía en el Padre como nadie lo ha hecho jamás en la tierra, por eso Satanás plantea la posibilidad de la salvación de la humanidad a través de un milagro. Esto es posible tanto para Dios, como para el que lo pide con fe: quiere salvar a la humanidad. Se trata de dejar boquiabiertos a los hombres ante la manifestación de un poder sobrenatural. Las gentes quedarían admiradas ante el éxito del nuevo salvador. Se creía en aquellos momentos que el Mesías anunciaría la salvación de Israel desde aquel pináculo del templo de altura imponente. Le sugiere que las gentes veneran a los triunfadores y se convertirán con esa acción milagrosa. Le oculta con engaño que se puede introducir la vanidad de ser admirado por lo prodigioso, y se abandona el camino de humildad.
Jesús podía usar su poder, no sólo en los milagros para ser admirado y admitido por todos. Pero quedaría oculta – u oscurecida- la manifestación del amor, un amor que no puede esconder ni un ápice de amor propio; y es precisamente en la cruz en la que la máxima humildad revela el mayor amor.
Tentar a Dios.
La tentación es contra el mismo Dios como se ve en la respuesta de Jesús: "Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios". ¿Es posible tentar a Dios? Sí. No porque Dios pueda pecar, cosa imposible; sino, en el sentido de que Él se decida a cambiar su proyecto de salvación; la tentación, esta vez, se dirige a que Jesús rechace el camino más difícil, que es el del dolor y la expiación, el de la muerte y el del sacrificio, y le propone el de utilizar el de una salvación evidentemente sobrenatural que, prácticamente, le asegure el éxito entre los suyos. Otro camino de salvación, sí; pero menos reveladora del amor.
Y Cristo, el Hijo, elige la sabiduría del amor del Padre; rechaza el camino del triunfo humano lejos del camino de la humildad, tan rodeado de piedras, persecuciones, insultos y muerte. ¿Acaso no puede arrasar a todos los perseguidores y aplastarlos como gusanos? Sí puede, pero el camino humilde permite encontrar excusas a los díscolos y tratarles con misericordia, aunque con la estricta justicia sólo merecerían castigo e ira. No tentar a Dios es confiar en su misericordia y su decreto de salvación del hombre a través de un sacrificio perfecto, oculto a los ojos del mundo.
La tercera tentación.
La tercera tentación es aún más honda. Jesús se proclamará, como había sido profetizado, rey de justicia, de paz, de prosperidad, de victoria, y ahí incidirá la seducción: "De nuevo lo llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: Todas estas cosas te daré si postrándote me adoras". Puede parecer un acoso alocado, pero es en esta tentación donde la frialdad de la astucia diabólica es mayor y la lucha más frontal. Le propone un reino donde impere la justicia, la ley buena, la paz. El diablo le dice: “somos inteligentes, podemos organizar un reino de justicia. Toma el poder político, impón un reino en el que todos puedan, y deban, ser justos; y así podrán alcanzar la salvación que tú propones. No está fuera de tus posibilidades organizar un movimiento que llegue más lejos que lo que realizó un hombre como Alejandro Magno”. Y ante los ojos de Cristo desfilan los reinos humanos que se han sucedido en la historia desde las formas de organización más rudimentarias y primitivas, en las que tantos hombres sobrevivieron malviviendo, hasta las grandes como Babilonia, China, India, Persia, Grecia, Roma; y el esplendor de esos reinos refulge lleno de gloria. ¿Será posible hacer algo mejor? Es posible, es más, es deseable para unos hombres que suspiran por la paz, la justicia, la libertad y la prosperidad. Si además es un reino religioso, mejor que mejor: será nada menos que el reino de Dios entre los hombres. Dios en las leyes, en la economía, en el arte, en las ciencias, en la convivencia, en las familias y en toda organización humana.
Pero hay dificultades que el diablo oculta, y no en vano será llamado por Jesús "príncipe de este mundo". Es fácil que los poderosos con el poder; se cieguen, se sirvan a sí mismos, se mundanicen en todos los sentidos de la palabra. Pero, sobre todo, se trata de que los hombres conviertan su corazón, que el reino de Dios anida en su interior y después se transmita a lo exterior. Dios respeta la libertad de los hombres, no quiere imponerse desde arriba, sino desde el amor personal.
La respuesta de Jesús.
La respuesta de Jesús es más tajante que en los casos anteriores: "Entonces le respondió Jesús: Apártate Satanás". Ya no puede soportar más insidia, y hace un acto de acatamiento a la sabiduría amorosa del Padre. Dios sabe más; el reino será realidad en los que quieran: no será quitada la libertad a los hombres. Cierto que la pueden usar para burlarse de Dios, pero siempre tendrán al alcance su misericordia. El reino se realizará en cada corazón y a través de cada hombre en su actividad humana, y de ahí a todas las estructuras humanas. La existencia del pecado obstaculizará la justicia y el progreso; pero al final el Padre me enviará como rey y como juez para los que quieren -mal o bien- la libertad, esta es la grandeza humana y la sabiduría del Padre. Es difícil aceptar la libertad, pero sin ella es imposible el amor, y en este reino es esencial, hasta el punto de que no hay justicia posible sin libertad; todo el engaño de la tentación está ahí: suprimir el amor de la creación y rechazar el amor de Dios cuya gloria es la vida amorosa del hombre, no un engreimiento soberbio del que quiere ser admirado, "pues escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a Él sólo darás culto". Esto es el reino de Dios: la justicia de Dios entre los hombres y el que ellos veneren y acaten la perfección del amor divino.
"Entonces lo dejó el diablo, y los ángeles vinieron y le servían". Es el primer triunfo en la primera batalla en el interior de Cristo y vence. Los ángeles, que también habían vencido, se alegran con el triunfo del Hombre, y le consuelan. Pero la suerte está echada; las batallas seguirán de un modo casi continuo hasta el final especialmente en la Pasión.
Muchos ven en las tentaciones las tres concupiscencias: el desorden de la sensualidad y la carne, la llamada de la soberbia y del orgullo, y la inquietud por el dinero y el poder. Las respuestas de Cristo aciertan en las soluciones, el espíritu está sobre la materia y debe regirla; la humildad lleva a confiar en Dios; y el poder es para servir a Dios y a los demás. De hecho, es frecuente entre los hombres que el primer obstáculo en el que muchos quedan atrapados sea la sensualidad del comer, del beber o la impureza. El segundo nivel tienta la soberbia y el amor propio, lo que lleva al ansia de dominar a los demás. El tercer nivel tienta a considerar el mundo como fin último del hombre, engloba todas las sugerencias del mal a colocarnos en el lugar que corresponde a Dios.
La fuente del texto es Catholic.net. Y fue escrito por el padre Enrique Cases
He aquí la transcripción:
Las tentaciones del desierto
El silencio.
Jesús es llevado por el Espíritu al desierto para un gran combate; va a asumir su vocación de Mesías con toda su plenitud humana. Jesús vive la experiencia religiosa en una forma de espiritualidad extrema. Muchos hombres religiosos se han sentido llamados al silencio de modo que su espíritu se expanda en una relación con Dios, sin que nada distraiga esa tensión. Muchos han experimentado el ayuno como una forma de purificación en que el cuerpo extingue sus pulsiones para que el espíritu emerja. En el antiguo hinduismo era frecuente esa acción, como también en el budismo, aunque sin llegar a tanto extremo. Siempre han existido eremitas, en todas las culturas religiosas. Cristo asume la espiritualidad religiosa de los más religiosos de los hombres.
El demonio.
En esa tensión se dan las tentaciones que se prolongarán a lo largo de su vida, pero que aquí se plantean con gran crudeza: el diablo, como enemigo lúcido que plantea los verdaderos problemas, será el padre de la mentira, que intentará disuadir a Jesús de su misión. Este agente oscuro es tan importante en la vida de los hombres, que si se excluye no se entienden problemas como el mal y el bien, ni mucho menos el Evangelio de Jesucristo. El demonio es un ser vivo, creado, inteligente, pero pervertido y pervertidor. Él se rebela contra Dios de un modo lúcido y consciente, y encuentra en ese orgullo un gozo amargo y triste al tiempo. En sus tentaciones no tratará solamente de investigar quién es Jesús, ni en un juego intelectual habilidoso, aunque lo es, sino de plantear su propia tentación al hombre que ha sido llamado el Hijo Amado que trae el bautismo de fuego superior al bautismo de agua. El diablo no cree que un hombre pueda amar más allá del amor propio y se lo va a decir claramente a Jesús, no sin engaños y con métodos capciosos.
El diablo tienta a Jesús.
"Entonces fue conducido Jesús al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Después de haber ayunado cuarenta días con cuarenta noches, sintió hambre. Y acercándose el tentador le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. Él, respondiendo, dijo: Escrito está: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios. Luego, el diablo lo llevó a la Ciudad Santa y lo puso sobre el pináculo del Templo. Y le dijo: Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo. Pues escrito está: Dará órdenes acerca de ti a sus ángeles, para que te lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra. Y le respondió Jesús: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios. De nuevo lo llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: Todas estas cosas te daré si postrándote me adoras. Entonces le respondió Jesús: Apártate Satanás, pues escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a El sólo darás culto"(Mt).
El momento adecuado.
Las tentaciones se dan tras cuarenta días y cuarenta noches de oración y ayuno. Siente hambre, se agota, experimenta las limitaciones del cuerpo, la mente también es influida por el cansancio y el hambre y la soledad.
Satanás elige el momento más adecuado para tentarle, aquel en que está debilitada la humanidad. Ahí, en situación extrema, es donde se verá si Cristo acepta el reto que le va a plantear.
Es posible que la creencia en la divinidad de Jesús lleve a pensar que en el fondo las tentaciones son externas y ficticias, como de mentirijillas. Pero no es así: real fue el dolor y la muerte, y real es el hambre y la sed. Jesús experimenta la trepidación de la tentación, ve el lado positivo que toda tentación propone, y descubre lo negativo, más o menos oculto, pero que acabará saliendo a relucir. De ahí, también, que la victoria sea real, humana. El resultado final confirma a Satanás que se puede ser fiel al proyecto amoroso del Padre, que es posible cumplir la voluntad de Dios también como hombre, a pesar de las alternativas que se le ponen delante.
El sentido de las tentaciones.
Es cierto que las tentaciones tienen un sentido de ejemplo para que los hombres venzan las provocaciones al mal. Es un primer nivel no despreciable. Muchos ven en las tentaciones las tres concupiscencias: el desorden de la sensualidad y la carne, la llamada de la soberbia y del orgullo, y la inquietud por el dinero y el poder. Las respuestas de Cristo aciertan en las soluciones, el espíritu está sobre la materia y debe regirla; la humildad lleva a confiar en Dios; y el poder es para servir a Dios y a los demás. De hecho, es frecuente entre los hombres que el primer obstáculo en el que muchos quedan atrapados sea la sensualidad del comer, del beber o la impureza. Un segundo nivel, tienta la soberbia y el amor propio, y viene el ansia de dominar a los demás. En un tercer nivel el mundo como fin último del hombre, engloba todas las sugerencias del mal cuando se coloca en lugar de Dios.
La primera tentación.
Las tres tentaciones tienden a quebrar el mesianismo de Jesús. Pero hay un nivel más profundo. Veamos la tentación primera. Jesús tiene cuerpo en su doble vertiente de sentido y afectividad, tiene, por tanto, necesidades sensitivas y afectivas. La tentación dice: "Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes", es decir haz un milagro con tu poder de Hijo de Dios para satisfacer tus necesidades. El pan es el alimento para la vida; pero, al satisfacerla, se encuentra un placer en la función natural. Jesús nunca dice que eso sea malo. Lo mismo ocurre con la procreación que añade a los efectos del cuerpo la satisfacción del afecto. Nada dice el texto de la extensión de la tentación; pero entre los hombres estas cuestiones son universales. Jesús añade la dificultad del ayuno y del celibato, prescindiendo libremente del uso legítimo de esas tendencias corporales y afectivas por un amor más alto. Ahí incide la tentación: transforma el gozo natural en amor propio; benefíciate, búscate en algo tan natural como estas satisfacciones, o ¿acaso son malas?
Vivir el amor.
La respuesta de Jesús es clara: no son malas, pero "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios". Si el diablo le hubiese propuesto algo ilícito Jesús lo habría tenido que rechazar, de forma obligada; pero, en esta primera tentación, Jesús rechaza algo que en sí no es malo, pero se trata de vivir un amor que vaya más allá del amor propio y de la satisfacción que producen cosas buenas. Y rechaza decir que esas realidades sean malas y pecaminosas, aunque deben someterse a un amor superior. No se trata sólo de superar la gula y la impureza, sino de vivir un amor espiritual superior. De hecho, el Hijo de Dios es sobrio con naturalidad, y conviene que no tenga descendencia según la carne, sino sólo según el espíritu. El amor al Padre y a los hombres debe estar por encima de cosas que en otros son buenas y santificantes, pero a Él se le ha pedido más. El amor a su misión debe ser superior al tirón de los sentidos y de la afectividad, e incluso del deseo de tener una descendencia humana. Jesús responde con unas palabras del libro de la Sabiduría en las que señala que el placer de los sentidos no es malo dentro de su función natural, pero no es todo. El amor sensitivo y el afectivo son buenos, pero existe el amor espiritual. El que ama con este amor espiritual supera las atracciones de lo sensible, sin decir que sean malas, aunque pueden serlo por desorden o por exceso. El primer combate ha concluido, aunque la tentación acechará a Jesús toda la vida, especialmente en la cruz, donde el dolor será máximo. El amor de verdad pudo más.
La segunda tentación.
La segunda tentación es más profunda y complicada. El diablo cita el salmo 91 diciendo: "Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo. Pues escrito está: Dará órdenes acerca de ti a sus ángeles, para que te lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra". El demonio sigue tentando a Jesús, a partir de lo que, en Él, forma parte de su ser: era hijo de Dios y confía en el Padre como nadie lo ha hecho jamás en la tierra, por eso Satanás plantea la posibilidad de la salvación de la humanidad a través de un milagro. Esto es posible tanto para Dios, como para el que lo pide con fe: quiere salvar a la humanidad. Se trata de dejar boquiabiertos a los hombres ante la manifestación de un poder sobrenatural. Las gentes quedarían admiradas ante el éxito del nuevo salvador. Se creía en aquellos momentos que el Mesías anunciaría la salvación de Israel desde aquel pináculo del templo de altura imponente. Le sugiere que las gentes veneran a los triunfadores y se convertirán con esa acción milagrosa. Le oculta con engaño que se puede introducir la vanidad de ser admirado por lo prodigioso, y se abandona el camino de humildad.
Jesús podía usar su poder, no sólo en los milagros para ser admirado y admitido por todos. Pero quedaría oculta – u oscurecida- la manifestación del amor, un amor que no puede esconder ni un ápice de amor propio; y es precisamente en la cruz en la que la máxima humildad revela el mayor amor.
Tentar a Dios.
La tentación es contra el mismo Dios como se ve en la respuesta de Jesús: "Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios". ¿Es posible tentar a Dios? Sí. No porque Dios pueda pecar, cosa imposible; sino, en el sentido de que Él se decida a cambiar su proyecto de salvación; la tentación, esta vez, se dirige a que Jesús rechace el camino más difícil, que es el del dolor y la expiación, el de la muerte y el del sacrificio, y le propone el de utilizar el de una salvación evidentemente sobrenatural que, prácticamente, le asegure el éxito entre los suyos. Otro camino de salvación, sí; pero menos reveladora del amor.
Y Cristo, el Hijo, elige la sabiduría del amor del Padre; rechaza el camino del triunfo humano lejos del camino de la humildad, tan rodeado de piedras, persecuciones, insultos y muerte. ¿Acaso no puede arrasar a todos los perseguidores y aplastarlos como gusanos? Sí puede, pero el camino humilde permite encontrar excusas a los díscolos y tratarles con misericordia, aunque con la estricta justicia sólo merecerían castigo e ira. No tentar a Dios es confiar en su misericordia y su decreto de salvación del hombre a través de un sacrificio perfecto, oculto a los ojos del mundo.
La tercera tentación.
La tercera tentación es aún más honda. Jesús se proclamará, como había sido profetizado, rey de justicia, de paz, de prosperidad, de victoria, y ahí incidirá la seducción: "De nuevo lo llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: Todas estas cosas te daré si postrándote me adoras". Puede parecer un acoso alocado, pero es en esta tentación donde la frialdad de la astucia diabólica es mayor y la lucha más frontal. Le propone un reino donde impere la justicia, la ley buena, la paz. El diablo le dice: “somos inteligentes, podemos organizar un reino de justicia. Toma el poder político, impón un reino en el que todos puedan, y deban, ser justos; y así podrán alcanzar la salvación que tú propones. No está fuera de tus posibilidades organizar un movimiento que llegue más lejos que lo que realizó un hombre como Alejandro Magno”. Y ante los ojos de Cristo desfilan los reinos humanos que se han sucedido en la historia desde las formas de organización más rudimentarias y primitivas, en las que tantos hombres sobrevivieron malviviendo, hasta las grandes como Babilonia, China, India, Persia, Grecia, Roma; y el esplendor de esos reinos refulge lleno de gloria. ¿Será posible hacer algo mejor? Es posible, es más, es deseable para unos hombres que suspiran por la paz, la justicia, la libertad y la prosperidad. Si además es un reino religioso, mejor que mejor: será nada menos que el reino de Dios entre los hombres. Dios en las leyes, en la economía, en el arte, en las ciencias, en la convivencia, en las familias y en toda organización humana.
Pero hay dificultades que el diablo oculta, y no en vano será llamado por Jesús "príncipe de este mundo". Es fácil que los poderosos con el poder; se cieguen, se sirvan a sí mismos, se mundanicen en todos los sentidos de la palabra. Pero, sobre todo, se trata de que los hombres conviertan su corazón, que el reino de Dios anida en su interior y después se transmita a lo exterior. Dios respeta la libertad de los hombres, no quiere imponerse desde arriba, sino desde el amor personal.
La respuesta de Jesús.
La respuesta de Jesús es más tajante que en los casos anteriores: "Entonces le respondió Jesús: Apártate Satanás". Ya no puede soportar más insidia, y hace un acto de acatamiento a la sabiduría amorosa del Padre. Dios sabe más; el reino será realidad en los que quieran: no será quitada la libertad a los hombres. Cierto que la pueden usar para burlarse de Dios, pero siempre tendrán al alcance su misericordia. El reino se realizará en cada corazón y a través de cada hombre en su actividad humana, y de ahí a todas las estructuras humanas. La existencia del pecado obstaculizará la justicia y el progreso; pero al final el Padre me enviará como rey y como juez para los que quieren -mal o bien- la libertad, esta es la grandeza humana y la sabiduría del Padre. Es difícil aceptar la libertad, pero sin ella es imposible el amor, y en este reino es esencial, hasta el punto de que no hay justicia posible sin libertad; todo el engaño de la tentación está ahí: suprimir el amor de la creación y rechazar el amor de Dios cuya gloria es la vida amorosa del hombre, no un engreimiento soberbio del que quiere ser admirado, "pues escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a Él sólo darás culto". Esto es el reino de Dios: la justicia de Dios entre los hombres y el que ellos veneren y acaten la perfección del amor divino.
"Entonces lo dejó el diablo, y los ángeles vinieron y le servían". Es el primer triunfo en la primera batalla en el interior de Cristo y vence. Los ángeles, que también habían vencido, se alegran con el triunfo del Hombre, y le consuelan. Pero la suerte está echada; las batallas seguirán de un modo casi continuo hasta el final especialmente en la Pasión.
domingo, 3 de mayo de 2020
Consistencia de los Evangelios II
La narración de los Evangelios dejan muy claro el odio que había entre los judíos hacia los romanos. Barrabás era considerado asesino por parte de Pilato por cuenta de una muerte en medio de una sublevación. Judas y muchos otros esperaban que la liberación de la que hablaba Jesús fuera de la sumisión a los invasores.
En la entrada anterior ya mencioné que los evangelios según san Mateo y según san Marcos son ubicados hacia la década de los años 70 del siglo I. El Evangelio según san Lucas en la década de los 80 y el Evangelio según san Juan en la de los 90. El emperador Tito había arrasado con el templo de Jerusalén en la década de los 70 (ver esta entrada). No había nada más doloroso para los judíos. No obstante, los evangelios según san Mateo y según san Lucas narran la conversión de los soldados romanos: "Por su parte, el centurión y los que con él estaban guardando a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: «Verdaderamente éste era Hijo de Dios.»" (Mt 27, 54). "Al ver el centurión lo sucedido, glorificaba a Dios diciendo: «Ciertamente este hombre era justo.»" (Lc 23, 47). Lucas no menciona si el centurión convertido en el libro de Los Hechos de los Apóstoles es este mismo (Hc 10). En Hechos le pone nombre propio al centurión: Cornelio. En el Evangelio no, así que debemos pensar que son diferentes. No es el mencionado en Mateo 8-5, ya que éste ya estaba convertido antes de la crucifixión del Señor. Eso nos lleva a que fueron al menos tres los centuriones que creyeron en la divinidad de Cristo.
En medio de tanto odio a los romanos, escribir sobre la conversión de algunos era aventurado, pero tiene todo que ver con la universalidad (catolicidad) del mensaje de Jesús.
Respecto a la mención de nombre propios, he aquí otro pasaje que menciona a personas que probablemente conocían las comunidades de cristianos de la segunda mitad del siglo I:
"Al salir, encontraron a un hombre de Cirene llamado Simón, y le obligaron a llevar su cruz." (Mt 27, 32) "Cuando le llevaban, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevará detrás de Jesús." (Lc 23, 26) El Cireneo es un personaje importante para la fe. Representa a los cristianos en general, que deben ayudar a Cristo a cargar la cruz. Pero es un personaje real ya que está ligado a dos nombres que eran conocidos por aquellos a quienes se les narraba la historia: "Y obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene, que volvía del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, a que llevara su cruz." (Mc 15, 21)
El siguiente comentario tiene que ver con otra entrada que hace referencia con la maternidad de María, la madre de Jesús:
Al pie de la cruz había varias personas afectas a Jesús: "Había allí muchas mujeres mirando desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle. Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo." (Mt 27, 55-56)
La madre de los hijos del Zebedeo es la madre de los apóstoles Santiago y Juan, así que los que oían las narraciones, al menos en Judea y Galilea, conocían de quien se hablaba. Marcos nos dice que la mujer se llamaba Salomé: "Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas, María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé," (Mc 15, 40).
De María Magdalena sabemos que fue sanada por Jesús: " y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios," (Lc 8, 2) y que fue fiel acompañante de los discípulos ya que estuvo presente el día de la resurrección, y por la Tradición se conoce que continuó acompañando a los apóstoles.
Los que me parecen más interesante son María, Santiago y José. ¿Quiénes son? Juan nos aclara quién es la mujer: "Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena." (Jn 19, 25) Es decir, es prima de la madre de Jesús.
Muchos dirán, ¡-No!, dice que es la “hermana” de su madre- Pero ¿qué sentido tiene llamar a dos hijas con el mismo nombre? No son hermanas, son parientes, probablemente primas ya que en esa época se llamaban “hermanos” a los primos. Hablar de los parientes de Jesús nos recuerda otros pasajes: "Vuelve a casa. Se aglomera otra vez la muchedumbre de modo que no podían comer. Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de él, pues decían: «Está fuera de sí.»" (Mc 3, 20-21) "¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas?" (Mt 13, 55) "¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?» Y se escandalizaban a causa de él." (Mc 6, 3), "Todavía estaba hablando a la muchedumbre, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera y trataban de hablar con él. Alguien le dijo: «¡Oye! ahí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte.»" (Mt 12, 46-47). María, la madre de Jesús en algún momento, probablemente hacia el tercer año de su predicación, salió a seguirlo en su camino hacia Jerusalén. La acompañaron su prima y un par de hijos de ésta. Ya el otro par de primos, Santiago y Judas Tadeo, habían creído en él y se contaban entre sus Apóstoles. Ciertamente no eran sus hermanos, aunque así los llamaban. Al pie de la cruz el Señor dejó a cargo de María, su madre, a Juan. Si Santiago y Judas Tadeo eran hijos de ella, no tenía por qué encargársela a nadie. Y si también estaban Simón y José, ¿por qué encargársela a Juan?
En la entrada anterior ya mencioné que los evangelios según san Mateo y según san Marcos son ubicados hacia la década de los años 70 del siglo I. El Evangelio según san Lucas en la década de los 80 y el Evangelio según san Juan en la de los 90. El emperador Tito había arrasado con el templo de Jerusalén en la década de los 70 (ver esta entrada). No había nada más doloroso para los judíos. No obstante, los evangelios según san Mateo y según san Lucas narran la conversión de los soldados romanos: "Por su parte, el centurión y los que con él estaban guardando a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: «Verdaderamente éste era Hijo de Dios.»" (Mt 27, 54). "Al ver el centurión lo sucedido, glorificaba a Dios diciendo: «Ciertamente este hombre era justo.»" (Lc 23, 47). Lucas no menciona si el centurión convertido en el libro de Los Hechos de los Apóstoles es este mismo (Hc 10). En Hechos le pone nombre propio al centurión: Cornelio. En el Evangelio no, así que debemos pensar que son diferentes. No es el mencionado en Mateo 8-5, ya que éste ya estaba convertido antes de la crucifixión del Señor. Eso nos lleva a que fueron al menos tres los centuriones que creyeron en la divinidad de Cristo.
En medio de tanto odio a los romanos, escribir sobre la conversión de algunos era aventurado, pero tiene todo que ver con la universalidad (catolicidad) del mensaje de Jesús.
Respecto a la mención de nombre propios, he aquí otro pasaje que menciona a personas que probablemente conocían las comunidades de cristianos de la segunda mitad del siglo I:
"Al salir, encontraron a un hombre de Cirene llamado Simón, y le obligaron a llevar su cruz." (Mt 27, 32) "Cuando le llevaban, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevará detrás de Jesús." (Lc 23, 26) El Cireneo es un personaje importante para la fe. Representa a los cristianos en general, que deben ayudar a Cristo a cargar la cruz. Pero es un personaje real ya que está ligado a dos nombres que eran conocidos por aquellos a quienes se les narraba la historia: "Y obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene, que volvía del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, a que llevara su cruz." (Mc 15, 21)
El siguiente comentario tiene que ver con otra entrada que hace referencia con la maternidad de María, la madre de Jesús:
Al pie de la cruz había varias personas afectas a Jesús: "Había allí muchas mujeres mirando desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle. Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo." (Mt 27, 55-56)
La madre de los hijos del Zebedeo es la madre de los apóstoles Santiago y Juan, así que los que oían las narraciones, al menos en Judea y Galilea, conocían de quien se hablaba. Marcos nos dice que la mujer se llamaba Salomé: "Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas, María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé," (Mc 15, 40).
De María Magdalena sabemos que fue sanada por Jesús: " y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios," (Lc 8, 2) y que fue fiel acompañante de los discípulos ya que estuvo presente el día de la resurrección, y por la Tradición se conoce que continuó acompañando a los apóstoles.
Los que me parecen más interesante son María, Santiago y José. ¿Quiénes son? Juan nos aclara quién es la mujer: "Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena." (Jn 19, 25) Es decir, es prima de la madre de Jesús.
Muchos dirán, ¡-No!, dice que es la “hermana” de su madre- Pero ¿qué sentido tiene llamar a dos hijas con el mismo nombre? No son hermanas, son parientes, probablemente primas ya que en esa época se llamaban “hermanos” a los primos. Hablar de los parientes de Jesús nos recuerda otros pasajes: "Vuelve a casa. Se aglomera otra vez la muchedumbre de modo que no podían comer. Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de él, pues decían: «Está fuera de sí.»" (Mc 3, 20-21) "¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas?" (Mt 13, 55) "¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?» Y se escandalizaban a causa de él." (Mc 6, 3), "Todavía estaba hablando a la muchedumbre, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera y trataban de hablar con él. Alguien le dijo: «¡Oye! ahí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte.»" (Mt 12, 46-47). María, la madre de Jesús en algún momento, probablemente hacia el tercer año de su predicación, salió a seguirlo en su camino hacia Jerusalén. La acompañaron su prima y un par de hijos de ésta. Ya el otro par de primos, Santiago y Judas Tadeo, habían creído en él y se contaban entre sus Apóstoles. Ciertamente no eran sus hermanos, aunque así los llamaban. Al pie de la cruz el Señor dejó a cargo de María, su madre, a Juan. Si Santiago y Judas Tadeo eran hijos de ella, no tenía por qué encargársela a nadie. Y si también estaban Simón y José, ¿por qué encargársela a Juan?
miércoles, 22 de abril de 2020
Consistencia de los Evangelios
El siglo pasado se dieron discusiones impropias alrededor de la veracidad de los evangelios. Impropias porque los evangelios no están escritos en orden a verdades inmanentes sino trascendentes. Eran discusiones acerca de la incoherencia entre los cuatro relatos.
Denótese que los evangelios se escribieron años después de ocurridos los hechos. Sería demasiado sospechoso que coincidieran mucho. Sobre todo, porque parten del relato de testigos oculares o personas que escucharon los relatos de testigos oculares. En todo caso, transmitido por predicadores del mensaje de Jesús, no de su biografía. Eran tiempos y culturas basadas en el relato oral y la memoria, así que estaban entrenados en memorizar historias, así que los muchos años transcurridos dan lugar a alteraciones menores, pero sin alterar lo que realmente era importante transmitir.
La comparación de los evangelios es una tarea larga y extensa. Limité el ejercicio al relato de la aprensión, juicio y crucifixión de Jesús y me interesaron mayormente los comentarios anecdóticos, no los sustanciales, que es otro tipo de ejercicio.
Los cuatro narran el momento de la aprensión (Mt 26, Mc 14, Lc 22 y Jn 18). Mateo y Marcos narran que “alguien” de los que acompañaba a Jesús en el huerto de los Olivos, Getsemaní, sacó la espada y agredió a uno de los sirvientes de los sacerdotes que fueron con Judas y los soldados romanos a aprender a Jesús: "Uno de los presentes, sacando la espada, hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le llevó la oreja." (Mc 14, 47). "En esto, uno de los que estaban con Jesús echó mano a su espada, la sacó e, hiriendo al siervo del Sumo Sacerdote, le llevó la oreja." (Mt 26, 51). Sólo, se menciona que los discípulos fueron al huerto, así que hemos de suponer que fue alguno de los apóstoles, pero bien pudo haber sido algún otro discípulo diferente a los doce. En la agresión le cortó la oreja al criado. No dicen que haya quedado separada del cuerpo, sólo que “le llevó la oreja”. Podemos suponer que manó abundante sangre. Juan especifica el nombre del agresor y del sirviente: "Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le cortó la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco". En las narraciones sólo se menciona el nombre de las personas que pueden ser identificadas por parte de los oyentes, así que debemos suponer que Malco con el tiempo se convirtió al cristianismo. Lucas también menciona el nombre del agresor, el apóstol Pedro. También menciona que Jesús, al tiempo que increpaba a Pedro por usar la violencia le sanó la oreja al sirviente: "Pero Jesús dijo: «¡Dejad! ¡Basta ya!» Y tocando la oreja le curó" (Lc 22, 51). Tal vez por eso valía la pena mencionar la anécdota. Jesús evitó que los ánimos se alborotaran para lograr que dejaran libres a los discípulos. Un hecho de sangre hubiera sido contraproducente.
En esta misma escena el evangelio según san Marcos narra algo muy anecdótico que, por supuesto, no figura en los otros evangelios: "Un joven le seguía cubierto sólo de un lienzo; y le detienen. Pero él, dejando el lienzo, se escapó desnudo." (Mc 14, 51-52). Es una escena que no viene al caso, excepto para aquel que la narró. Hemos de suponer que el joven que escapó desnudo era el mismo Marcos.
Durante el juicio, las palabras que pronunció el mismo Jesús para que se diera la condena a muerte fueron las palabras del profeta Daniel (Dn 7, 13): "Dícele Jesús: «Sí, tú lo has dicho. Y yo os declaro que a partir de ahora veréis al hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo.»" Lo mencionan los tres evangelios sinópticos: (Mt 26, 64; Mc 14, 62; Lc 22, 69)
También los tres mencionan cómo golpeaban a Jesús en casa de Caifás. La profecía de Isaías sobre el juicio y muerte es detallada: "Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba. Mi rostro no hurté a los insultos y salivazos." (Is 50, 6). Una mención del evangelio según san Mateo lo deja a uno perplejo: "Entonces se pusieron a escupirle en la cara y a abofetearle; y otros a golpearle, diciendo: «Adivinanos, Cristo. ¿Quién es el que te ha pegado?»" (Mt, 26, 67-68). ¿Le golpean y luego preguntan quién te ha golpeado? Parece absurdo. Es un gazapo de redacción de dicho evangelio. Los escritos según san Marcos y san Lucas explican la escena de manera lógica: "Algunos se pusieron a escupirle, le cubrían la cara y le daban bofetadas, mientras le decían: «Adivina», y los criados le recibieron a golpes." (Mc 14, 65), "y cubriéndole con un velo le preguntaban: «¡Adivina! ¿Quién es el que te ha pegado?»" (Lc 22, 64).
Los evangelios relatan que durante el juicio Pedro está afuera, para ver en qué acababa toda aquella situación. Fue en esa circunstancia que se narra la triple negación de Pedro. El evangelio según san Mateo menciona que fueron dos sirvientas las que preguntaban, y luego algunos hombres alrededor del fuego: "Pedro, entretanto, estaba sentado fuera en el patio; y una criada se acercó a él y le dijo: «También tú estabas con Jesús el Galileo.» Pero él lo negó delante de todos: «No sé qué dices.» Cuando salía al portal, le vio otra criada y dijo a los que estaban allí: «Este estaba con Jesús el Nazareno.» . Y de nuevo lo negó con juramento: «¡Yo no conozco a ese hombre!». Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro: «¡Ciertamente, tú también eres de ellos, pues además tu misma habla te descubre!»" (Mt 26, 69-73). ¿Narran lo mismo los otros dos evangelios sinópticos? Veamos a Marcos: "Estando Pedro abajo en el patio, llega una de las criadas del Sumo Sacerdote y al ver a Pedro calentándose, le mira atentamente y le dice: «También tú estabas con Jesús de Nazaret.» Pero él lo negó: «Ni sé ni entiendo qué dices», y salió afuera, al portal, y cantó un gallo. Le vio la criada y otra vez se puso a decir a los que estaban allí: «Este es uno de ellos.» Pero él lo negaba de nuevo. Poco después, los que estaban allí volvieron a decir a Pedro: «Ciertamente eres de ellos pues además eres galileo.» Pero él, se puso a echar imprecaciones y a jurar: «¡Yo no conozco a ese hombre de quien habláis!»" (Mc 14, 66 – 71) Concuerda bien. En muchas de las escenas los evangelios según san Mateo y san Marcos concuerdan plenamente, como si la fuente que les relató los hechos hubiera sido la misma. Son evangelios que la crítica bíblica ubica en la década de los años 70 del primer siglo. El evangelio según san Lucas supo de los hechos después, por tanto, puede que su fuente fuera distinta: "Una criada, al verle sentado junto a la lumbre, se le quedó mirando y dijo: «Este también estaba con él.» Pero él lo negó: «¡Mujer, no le conozco!» Poco después, otro, viéndole, dijo: «Tú también eres uno de ellos.» Pedro dijo: «¡Hombre, no lo soy!» Pasada como una hora, otro aseguraba: «Cierto que éste también estaba con él, pues además es galileo.» Le dijo Pedro: «¡Hombre, no sé de qué hablas!» Y en aquel momento, estando aun hablando, cantó un gallo," (Lc 22, 56-60) Dicho evangelio añade un dato que no mencionan los otros: "y el Señor se volvió y miró a Pedro, y recordó Pedro las palabras del Señor, cuando le dijo: «Antes que cante hoy el gallo, me habrás negado tres veces.»" (Lc 22, 61) Tal vez fue el mismo Pedro el que le narró la escena. Tal vez fue un añadido para darle mayor dramatismo a la escena.
La profecía de Isaías sobre el juicio y muerte dice más adelante: "Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca." (Is 53, 7), de tal manera que pareciera se contradice la profecía ante las conversaciones que efectivamente se narra tuvo Jesús en su juicio con Caifás y con Pilato. Pero no hay tal. Si bien contestó un par de veces, los evangelios narran: "Entonces, se levantó el Sumo Sacerdote y le dijo: «¿No respondes nada? ¿Qué es lo que éstos atestiguan contra ti?» Pero Jesús seguía callado. El Sumo Sacerdote le dijo: «Yo te conjuro por Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios.»" (Mt 26, 62-63). Fue conjurado en el nombre de Dios a hablar, pero en general callaba. Delante de Pilato, lo mismo: "Jesús compareció ante el procurador, y el procurador le preguntó: «¿Eres tú el Rey de los judíos?» Respondió Jesús: «Sí, tú lo dices.» Y, mientras los sumos sacerdotes y los ancianos le acusaban, no respondió nada. Entonces le dice Pilato: «¿No oyes de cuántas cosas te acusan?» Pero él a nada respondió, de suerte que el procurador estaba muy sorprendido." (Mt 27, 11-14). Lo que dijo fue en razón a asegurar que se cumpliese su crucifixión, su misión salvífica.
"Entonces, se levantó el Sumo Sacerdote y poniéndose en medio, preguntó a Jesús: «¿No respondes nada? ¿Qué es lo que éstos atestiguan contra ti?» Pero él seguía callado y no respondía nada. El Sumo Sacerdote le preguntó de nuevo: «¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?» Y dijo Jesús: «Sí, yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir entre las nubes del cielo.»" (Mc 14, 60-62)
El Evangelio según san Juan pone en boca de Jesús unas palabras adicionales con el propósito de dar enseñanzas, no con el de ser fiel a los sucesos: "El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su doctrina. Jesús le respondió: «He hablado abiertamente ante todo el mundo; he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he hablado nada a ocultas. ¿Por qué me preguntas? Pregunta a los que me han oído lo que les he hablado; ellos saben lo que he dicho.»" (Jn 18, 19-21)
"Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: «¿Eres tú el Rey de los judíos?» Respondió Jesús: «¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?» Pilato respondió: «¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?» Respondió Jesús: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí.» Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres Rey?» Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.» "Le dice Pilato: «¿Qué es la verdad?» Y, dicho esto, volvió a salir donde los judíos y les dijo: «Yo no encuentro ningún delito en él." (Jn 18, 33-38)
Recordemos que el Evangelio según san Juan es el más teológico, escrito muchos años después de los tres sinópticos y que complementa a éstos a partir de la Tradición. La crítica bíblica ubica su escritura en la década de los noventa del siglo primero. La respuesta de Pilato, ¿qué es la verdad? representa al relativismo contemporáneo, el cual probablemente ya estaba presente en los tiempos de san Juan.
Los evangelios según san Mateo y según san Marcos mencionan que los dos ladrones crucificados al lado de Jesús lo insultaban: "De la misma manera le injuriaban también los salteadores crucificados con él." (Mt 27, 44). "¡El Cristo, el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.» También le injuriaban los que con él estaban crucificados." (Mc 15, 32). Pero el evangelio según san Lucas dice: "Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!» Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho.» Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.» Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso.»" (Lc 23, 39-43). Probablemente se narró de esta manera para dar a entender la importancia de acogerse a la misericordia de Dios, no necesariamente corresponde a un hecho verídico. La crítica bíblica ubica la redacción del evangelio según san Lucas en la década de los ochenta del siglo primero.
Los evangelios apócrifos dicen que el nombre del “ladrón” era Dimas. Lo cierto era que si los crucificaban probablemente no era por ladrones sino por algo más grave. Obsérvese que para Pilato la alternativa que tenía para intentar liberar a Jesús de la inquina de los sacerdotes judíos era Barrabás. Tanto el evangelio según san Marcos como el escrito según san Lucas dejan claro que era un asesino: "Había uno, llamado Barrabás, que estaba encarcelado con aquellos sediciosos que en el motín habían cometido un asesinato." (Mc 15, 7) "Este había sido encarcelado por un motín que hubo en la ciudad y por asesinato." (Lc 23, 19).
Se mencionan un par de datos relacionados con la muerte de Jesús que fuera del ámbito de la fe son anecdóticos: "Desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona." (Mt 27, 45) Es decir, desde las doce del mediodía hasta las tres de la tarde. También se narra en Mc 15, 33 y en Lc 23, 44. Y: "En esto, el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo; tembló la tierra y las rocas se hendieron." (Mt 27, 51). También en Mc 15, 38 y Lc 23, 45. Ambos datos son muy importantes en el contexto de la fe. No serán explicados aquí.
El propio apóstol Pedro, muchos años después, menos impulsivo y más sabio, explica la pasión del Señor: ¿Pues qué gloria hay en soportar los golpes cuando habéis faltado? Pero si obrando el bien soportáis el sufrimiento, esto es cosa bella ante Dios. Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus huellas. El que no cometió pecado, y en cuya boca no se halló engaño; el que, al ser insultado, no respondía con insultos; al padecer, no amenazaba, sino que se ponía en manos de Aquel que juzga con justicia; el mismo que, sobre el madero, llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia; con cuyas heridas habéis sido curados. Erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas." (I Pe 2, 20-25)
Denótese que los evangelios se escribieron años después de ocurridos los hechos. Sería demasiado sospechoso que coincidieran mucho. Sobre todo, porque parten del relato de testigos oculares o personas que escucharon los relatos de testigos oculares. En todo caso, transmitido por predicadores del mensaje de Jesús, no de su biografía. Eran tiempos y culturas basadas en el relato oral y la memoria, así que estaban entrenados en memorizar historias, así que los muchos años transcurridos dan lugar a alteraciones menores, pero sin alterar lo que realmente era importante transmitir.
La comparación de los evangelios es una tarea larga y extensa. Limité el ejercicio al relato de la aprensión, juicio y crucifixión de Jesús y me interesaron mayormente los comentarios anecdóticos, no los sustanciales, que es otro tipo de ejercicio.
Los cuatro narran el momento de la aprensión (Mt 26, Mc 14, Lc 22 y Jn 18). Mateo y Marcos narran que “alguien” de los que acompañaba a Jesús en el huerto de los Olivos, Getsemaní, sacó la espada y agredió a uno de los sirvientes de los sacerdotes que fueron con Judas y los soldados romanos a aprender a Jesús: "Uno de los presentes, sacando la espada, hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le llevó la oreja." (Mc 14, 47). "En esto, uno de los que estaban con Jesús echó mano a su espada, la sacó e, hiriendo al siervo del Sumo Sacerdote, le llevó la oreja." (Mt 26, 51). Sólo, se menciona que los discípulos fueron al huerto, así que hemos de suponer que fue alguno de los apóstoles, pero bien pudo haber sido algún otro discípulo diferente a los doce. En la agresión le cortó la oreja al criado. No dicen que haya quedado separada del cuerpo, sólo que “le llevó la oreja”. Podemos suponer que manó abundante sangre. Juan especifica el nombre del agresor y del sirviente: "Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le cortó la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco". En las narraciones sólo se menciona el nombre de las personas que pueden ser identificadas por parte de los oyentes, así que debemos suponer que Malco con el tiempo se convirtió al cristianismo. Lucas también menciona el nombre del agresor, el apóstol Pedro. También menciona que Jesús, al tiempo que increpaba a Pedro por usar la violencia le sanó la oreja al sirviente: "Pero Jesús dijo: «¡Dejad! ¡Basta ya!» Y tocando la oreja le curó" (Lc 22, 51). Tal vez por eso valía la pena mencionar la anécdota. Jesús evitó que los ánimos se alborotaran para lograr que dejaran libres a los discípulos. Un hecho de sangre hubiera sido contraproducente.
En esta misma escena el evangelio según san Marcos narra algo muy anecdótico que, por supuesto, no figura en los otros evangelios: "Un joven le seguía cubierto sólo de un lienzo; y le detienen. Pero él, dejando el lienzo, se escapó desnudo." (Mc 14, 51-52). Es una escena que no viene al caso, excepto para aquel que la narró. Hemos de suponer que el joven que escapó desnudo era el mismo Marcos.
Durante el juicio, las palabras que pronunció el mismo Jesús para que se diera la condena a muerte fueron las palabras del profeta Daniel (Dn 7, 13): "Dícele Jesús: «Sí, tú lo has dicho. Y yo os declaro que a partir de ahora veréis al hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo.»" Lo mencionan los tres evangelios sinópticos: (Mt 26, 64; Mc 14, 62; Lc 22, 69)
También los tres mencionan cómo golpeaban a Jesús en casa de Caifás. La profecía de Isaías sobre el juicio y muerte es detallada: "Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba. Mi rostro no hurté a los insultos y salivazos." (Is 50, 6). Una mención del evangelio según san Mateo lo deja a uno perplejo: "Entonces se pusieron a escupirle en la cara y a abofetearle; y otros a golpearle, diciendo: «Adivinanos, Cristo. ¿Quién es el que te ha pegado?»" (Mt, 26, 67-68). ¿Le golpean y luego preguntan quién te ha golpeado? Parece absurdo. Es un gazapo de redacción de dicho evangelio. Los escritos según san Marcos y san Lucas explican la escena de manera lógica: "Algunos se pusieron a escupirle, le cubrían la cara y le daban bofetadas, mientras le decían: «Adivina», y los criados le recibieron a golpes." (Mc 14, 65), "y cubriéndole con un velo le preguntaban: «¡Adivina! ¿Quién es el que te ha pegado?»" (Lc 22, 64).
Los evangelios relatan que durante el juicio Pedro está afuera, para ver en qué acababa toda aquella situación. Fue en esa circunstancia que se narra la triple negación de Pedro. El evangelio según san Mateo menciona que fueron dos sirvientas las que preguntaban, y luego algunos hombres alrededor del fuego: "Pedro, entretanto, estaba sentado fuera en el patio; y una criada se acercó a él y le dijo: «También tú estabas con Jesús el Galileo.» Pero él lo negó delante de todos: «No sé qué dices.» Cuando salía al portal, le vio otra criada y dijo a los que estaban allí: «Este estaba con Jesús el Nazareno.» . Y de nuevo lo negó con juramento: «¡Yo no conozco a ese hombre!». Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro: «¡Ciertamente, tú también eres de ellos, pues además tu misma habla te descubre!»" (Mt 26, 69-73). ¿Narran lo mismo los otros dos evangelios sinópticos? Veamos a Marcos: "Estando Pedro abajo en el patio, llega una de las criadas del Sumo Sacerdote y al ver a Pedro calentándose, le mira atentamente y le dice: «También tú estabas con Jesús de Nazaret.» Pero él lo negó: «Ni sé ni entiendo qué dices», y salió afuera, al portal, y cantó un gallo. Le vio la criada y otra vez se puso a decir a los que estaban allí: «Este es uno de ellos.» Pero él lo negaba de nuevo. Poco después, los que estaban allí volvieron a decir a Pedro: «Ciertamente eres de ellos pues además eres galileo.» Pero él, se puso a echar imprecaciones y a jurar: «¡Yo no conozco a ese hombre de quien habláis!»" (Mc 14, 66 – 71) Concuerda bien. En muchas de las escenas los evangelios según san Mateo y san Marcos concuerdan plenamente, como si la fuente que les relató los hechos hubiera sido la misma. Son evangelios que la crítica bíblica ubica en la década de los años 70 del primer siglo. El evangelio según san Lucas supo de los hechos después, por tanto, puede que su fuente fuera distinta: "Una criada, al verle sentado junto a la lumbre, se le quedó mirando y dijo: «Este también estaba con él.» Pero él lo negó: «¡Mujer, no le conozco!» Poco después, otro, viéndole, dijo: «Tú también eres uno de ellos.» Pedro dijo: «¡Hombre, no lo soy!» Pasada como una hora, otro aseguraba: «Cierto que éste también estaba con él, pues además es galileo.» Le dijo Pedro: «¡Hombre, no sé de qué hablas!» Y en aquel momento, estando aun hablando, cantó un gallo," (Lc 22, 56-60) Dicho evangelio añade un dato que no mencionan los otros: "y el Señor se volvió y miró a Pedro, y recordó Pedro las palabras del Señor, cuando le dijo: «Antes que cante hoy el gallo, me habrás negado tres veces.»" (Lc 22, 61) Tal vez fue el mismo Pedro el que le narró la escena. Tal vez fue un añadido para darle mayor dramatismo a la escena.
La profecía de Isaías sobre el juicio y muerte dice más adelante: "Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca." (Is 53, 7), de tal manera que pareciera se contradice la profecía ante las conversaciones que efectivamente se narra tuvo Jesús en su juicio con Caifás y con Pilato. Pero no hay tal. Si bien contestó un par de veces, los evangelios narran: "Entonces, se levantó el Sumo Sacerdote y le dijo: «¿No respondes nada? ¿Qué es lo que éstos atestiguan contra ti?» Pero Jesús seguía callado. El Sumo Sacerdote le dijo: «Yo te conjuro por Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios.»" (Mt 26, 62-63). Fue conjurado en el nombre de Dios a hablar, pero en general callaba. Delante de Pilato, lo mismo: "Jesús compareció ante el procurador, y el procurador le preguntó: «¿Eres tú el Rey de los judíos?» Respondió Jesús: «Sí, tú lo dices.» Y, mientras los sumos sacerdotes y los ancianos le acusaban, no respondió nada. Entonces le dice Pilato: «¿No oyes de cuántas cosas te acusan?» Pero él a nada respondió, de suerte que el procurador estaba muy sorprendido." (Mt 27, 11-14). Lo que dijo fue en razón a asegurar que se cumpliese su crucifixión, su misión salvífica.
"Entonces, se levantó el Sumo Sacerdote y poniéndose en medio, preguntó a Jesús: «¿No respondes nada? ¿Qué es lo que éstos atestiguan contra ti?» Pero él seguía callado y no respondía nada. El Sumo Sacerdote le preguntó de nuevo: «¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?» Y dijo Jesús: «Sí, yo soy, y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir entre las nubes del cielo.»" (Mc 14, 60-62)
El Evangelio según san Juan pone en boca de Jesús unas palabras adicionales con el propósito de dar enseñanzas, no con el de ser fiel a los sucesos: "El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su doctrina. Jesús le respondió: «He hablado abiertamente ante todo el mundo; he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he hablado nada a ocultas. ¿Por qué me preguntas? Pregunta a los que me han oído lo que les he hablado; ellos saben lo que he dicho.»" (Jn 18, 19-21)
"Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: «¿Eres tú el Rey de los judíos?» Respondió Jesús: «¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?» Pilato respondió: «¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?» Respondió Jesús: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí.» Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres Rey?» Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.» "Le dice Pilato: «¿Qué es la verdad?» Y, dicho esto, volvió a salir donde los judíos y les dijo: «Yo no encuentro ningún delito en él." (Jn 18, 33-38)
Recordemos que el Evangelio según san Juan es el más teológico, escrito muchos años después de los tres sinópticos y que complementa a éstos a partir de la Tradición. La crítica bíblica ubica su escritura en la década de los noventa del siglo primero. La respuesta de Pilato, ¿qué es la verdad? representa al relativismo contemporáneo, el cual probablemente ya estaba presente en los tiempos de san Juan.
Los evangelios según san Mateo y según san Marcos mencionan que los dos ladrones crucificados al lado de Jesús lo insultaban: "De la misma manera le injuriaban también los salteadores crucificados con él." (Mt 27, 44). "¡El Cristo, el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.» También le injuriaban los que con él estaban crucificados." (Mc 15, 32). Pero el evangelio según san Lucas dice: "Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!» Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho.» Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.» Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso.»" (Lc 23, 39-43). Probablemente se narró de esta manera para dar a entender la importancia de acogerse a la misericordia de Dios, no necesariamente corresponde a un hecho verídico. La crítica bíblica ubica la redacción del evangelio según san Lucas en la década de los ochenta del siglo primero.
Los evangelios apócrifos dicen que el nombre del “ladrón” era Dimas. Lo cierto era que si los crucificaban probablemente no era por ladrones sino por algo más grave. Obsérvese que para Pilato la alternativa que tenía para intentar liberar a Jesús de la inquina de los sacerdotes judíos era Barrabás. Tanto el evangelio según san Marcos como el escrito según san Lucas dejan claro que era un asesino: "Había uno, llamado Barrabás, que estaba encarcelado con aquellos sediciosos que en el motín habían cometido un asesinato." (Mc 15, 7) "Este había sido encarcelado por un motín que hubo en la ciudad y por asesinato." (Lc 23, 19).
Se mencionan un par de datos relacionados con la muerte de Jesús que fuera del ámbito de la fe son anecdóticos: "Desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona." (Mt 27, 45) Es decir, desde las doce del mediodía hasta las tres de la tarde. También se narra en Mc 15, 33 y en Lc 23, 44. Y: "En esto, el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo; tembló la tierra y las rocas se hendieron." (Mt 27, 51). También en Mc 15, 38 y Lc 23, 45. Ambos datos son muy importantes en el contexto de la fe. No serán explicados aquí.
El propio apóstol Pedro, muchos años después, menos impulsivo y más sabio, explica la pasión del Señor: ¿Pues qué gloria hay en soportar los golpes cuando habéis faltado? Pero si obrando el bien soportáis el sufrimiento, esto es cosa bella ante Dios. Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus huellas. El que no cometió pecado, y en cuya boca no se halló engaño; el que, al ser insultado, no respondía con insultos; al padecer, no amenazaba, sino que se ponía en manos de Aquel que juzga con justicia; el mismo que, sobre el madero, llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia; con cuyas heridas habéis sido curados. Erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas." (I Pe 2, 20-25)
jueves, 9 de abril de 2020
Ver como Dios ve
Cuando invitamos a almorzar a mi suegro a éste le gusta retarnos. La última vez nos preguntó ¿Y cuál fue el pecado original? Su intención es negarse a nuestras respuestas para crear controversia, lo cual es una manera poco usual de iniciar conversación.
Pero esa pregunta es la que deseo explorar hoy. El relato del Génesis nos enuncia claramente el pecado en las propias palabras de la serpiente: "De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal." (Gn 3, 4-5). El diablo es descrito por Jesús como el padre de la mentira (Jn 8, 44). Pero nunca nos miente limpiamente porque nos daríamos cuenta. Siempre entremezcla la mentira con la verdad para engañarnos. Adán y Eva antes del pecado original veían la creación con los mismos ojos de Dios. Sólo conocían el bien. El engaño de la serpiente fue llevarlos a conocer el mal y a ser esclavizados por éste.
Una vez conocido el mal, nuestra mirada es incapaz de mirar con la misma mirada de Dios. Nacemos inocentes, pero rodeados por personas incapaces de mirar con los mismos ojos de Dios, aprendemos a ver como ellos, y nos perdemos de la alegría de ver la bondad de cada instante de la creación. El camino de conversión es desaprender la mirada del pecado original para aprender a mirar con los ojos de Dios. Y en ese camino necesitamos que Jesús nos unte nuestros ojos espirituales con el barro, y nosotros vayamos donde el “enviado” (Siloé) a lavarnos de esa mundanidad y se nos caigan esas como escamas que nos impiden ver como Dios. (Jn 9, 1-11)
¿Por qué tantas vueltas para retomar una mirada pura? Es para que se manifiesten en nosotros las obras de Dios. (Jn 9, 3)
Pero esa pregunta es la que deseo explorar hoy. El relato del Génesis nos enuncia claramente el pecado en las propias palabras de la serpiente: "De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal." (Gn 3, 4-5). El diablo es descrito por Jesús como el padre de la mentira (Jn 8, 44). Pero nunca nos miente limpiamente porque nos daríamos cuenta. Siempre entremezcla la mentira con la verdad para engañarnos. Adán y Eva antes del pecado original veían la creación con los mismos ojos de Dios. Sólo conocían el bien. El engaño de la serpiente fue llevarlos a conocer el mal y a ser esclavizados por éste.
Una vez conocido el mal, nuestra mirada es incapaz de mirar con la misma mirada de Dios. Nacemos inocentes, pero rodeados por personas incapaces de mirar con los mismos ojos de Dios, aprendemos a ver como ellos, y nos perdemos de la alegría de ver la bondad de cada instante de la creación. El camino de conversión es desaprender la mirada del pecado original para aprender a mirar con los ojos de Dios. Y en ese camino necesitamos que Jesús nos unte nuestros ojos espirituales con el barro, y nosotros vayamos donde el “enviado” (Siloé) a lavarnos de esa mundanidad y se nos caigan esas como escamas que nos impiden ver como Dios. (Jn 9, 1-11)
¿Por qué tantas vueltas para retomar una mirada pura? Es para que se manifiesten en nosotros las obras de Dios. (Jn 9, 3)
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