martes, 24 de mayo de 2016

La Confirmación

El Espíritu está presente en la Iglesia; se mueve y comunica su aliento donde quiere (Juan 3, 8). Asimismo, permite que los eventos históricos y culturales formen la práctica y entendimiento de la fe. Un notable ejemplo de esto es la historia y la teología del Sacramento de la Confirmación. La forma en que la Iglesia Católica ha celebrado el sacramento a lo largo de los siglos y la manera en que lo ha entendido ha tenido cambios muy notables. Es casi universalmente aceptado que es una celebración del Espíritu dentro de nosotros y una ocasión para reafirmar nuestro Bautismo. También es cierto que existen diferentes escuelas de pensamiento en lo relacionado a su significado, finalidad y edad conveniente para recibirlo.

En la primera Iglesia los tres sacramentos de iniciación: Bautismo, Confirmación y Primera Comunión, se celebraban en la misma ceremonia con adultos catecúmenos en la Vigilia Pascual. Los catecúmenos descendían a una fuente en la que eran bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Después de que ascendían, se les vestía de blanco, el obispo les imponía sus manos y les ungía con el óleo. Luego iban en procesión a un lugar de honor en medio de la comunidad donde participaban en la Eucaristía por primera vez. De esta manera, su iniciación consistía en un único evento con varios momentos. El clímax era la celebración de la Eucaristía.

La separación de la unción por parte del obispo del momento del bautismo ocurrió por muchas razones en la Iglesia en Occidente. La proclamación que hizo el emperador romano Constantino de que el cristianismo era la religión oficial del Estado, en el siglo IV significó, entre muchas otras cosas, que los bautismos se dieran en grandes cantidades. El cristianismo se extendió desde las ciudades a los campos rurales. Esto hizo que fuera imposible para los obispos, envueltos también en asuntos de gobierno de la Iglesia, el presidir todos y cada uno de los bautismos. Los obispos de Oriente resolvieron el problema al delegar los Sacramentos de Iniciación al presbítero, y se reservaron para ellos la consagración del óleo que se emplea en el rito. Hasta el día de hoy en las Iglesias de Oriente la iniciación se celebra con los tres sacramentos a la vez. Los obispos en Occidente también delegan el Bautismo a los sacerdotes, no obstante, retienen la función de hacer la unción final y la imposición de las manos. Lo celebran cuando visitan una localidad particular, una parroquia o un pueblo. Así pues, la celebración de la Confirmación en la Iglesia de Occidente se llevó a cabo mucho tiempo después del Bautismo. En los países de América Latina, especialmente en tiempos anteriores y con diócesis muy extensas, muchos infantes, niños de muy corta edad, eran confirmados cuando el obispo hacia la “visita pastoral”, que era con intervalo de muchos años. Ahora las diócesis son más pequeñas; hay más obispos y se prefiere que este sacramento sea recibido en edad más avanzada.

El Bautismo era el sacramento del don inicial del Espíritu, en tanto que la Confirmación era el sacramento de la plenitud del Espíritu con sus siete dones. Cuando en la Edad Media se hizo común la práctica de confirmar cerca de la adolescencia en lugar de celebrarlo en la infancia, los teólogos comenzaron a enseñar que la Confirmación era el sacramento de la madurez. Quienes la recibían eran considerados lo suficientemente mayores y listos como para vivir una vida cristiana activa y responsable. La persona cristiana era sellada como testigo de Cristo en la Confirmación y recibía la fortaleza en el crecimiento de los dones del Espíritu para luchar, sufrir y morir por la fe. La noción de que el sacramento hace de esa persona un soldado de Cristo prevaleció. El signo de la paz en el rito fue reemplazado por una gentil palmada en la cara en señal de que esa persona estaba lista para las luchas de la vida.

Hay personas que aún siguen viendo al sacramento de la Confirmación como el sacramento de la madurez. Sin embargo, este sacramento no implica que el candidato ya esté suficientemente maduro en la fe. Tampoco significa que la unción del crisma[1] produzca instantáneamente esta madurez en esa persona. La conversión a Cristo es un proceso gradual al cual la Confirmación añade más fuerza. Por medio de este sacramento, la persona confirmada se hace más fuerte para el largo caminar por la vida.

El pensamiento actual sobre la Confirmación ha recibido orientación por medio de los documentos de la Iglesia que ven la Confirmación como un sacramento relacionado integralmente con el Bautismo y la Eucaristía. Estos sacramentos juntos constituyen un proceso por el cual el Espíritu conduce al creyente a la plena unión con la comunidad. La Confirmación no completa el Bautismo como si este hubiese quedado incompleto. Más bien, los dos sacramentos están unidos en el proceso de iniciación. La Constitución sobre la Sagrada Liturgia establece que “Revísese también el rito de la confirmación, para que aparezca más claramente la íntima relación de este sacramento con toda la iniciación cristiana” (71). El Catecismo de la Iglesia Católica, citando la Constitución dogmática sobre la Iglesia, dice: “El Sacramento de la Confirmación (a los bautizados) los une más íntimamente a la Iglesia y los enriquece con una fortaleza especial del Espíritu Santo” (1285).

Este numeral en su totalidad esta tomado de http://www.loyolapress.com/la-historia-del-sacramento-y-el-desarrollo-de-la-confirmacion.htm, bajado el 17 de diciembre de 2014.



[1] Está compuesto por aceite de oliva (que representa la fortaleza) al que se añade una pequeña cantidad de bálsamo (cuyo aroma representa el suave olor de la vida cristiana). Es usado en el sacramento del bautismo y la confirmación. También en la ordenación de obispos y presbíteros (no de diáconos), la dedicación de las nuevas iglesias y del nuevo altar, que tiene que ser fijo y preferentemente de piedra. La unción con el crisma representa la plena difusión de la gracia.

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