El Espíritu está presente en la Iglesia; se mueve y comunica
su aliento donde quiere (Juan 3, 8).
Asimismo, permite que los eventos históricos y culturales formen la práctica y
entendimiento de la fe. Un notable ejemplo de esto es la historia y la teología
del Sacramento de la Confirmación. La forma en que la Iglesia Católica ha
celebrado el sacramento a lo largo de los siglos y la manera en que lo ha
entendido ha tenido cambios muy notables. Es casi universalmente aceptado que
es una celebración del Espíritu dentro de nosotros y una ocasión para reafirmar
nuestro Bautismo. También es cierto que existen diferentes escuelas de
pensamiento en lo relacionado a su significado, finalidad y edad conveniente
para recibirlo.
En la primera Iglesia los tres sacramentos de iniciación:
Bautismo, Confirmación y Primera Comunión, se celebraban en la misma ceremonia
con adultos catecúmenos en la Vigilia Pascual. Los catecúmenos descendían a una
fuente en la que eran bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo. Después de que ascendían, se les vestía de blanco, el obispo
les imponía sus manos y les ungía con el óleo. Luego iban en procesión a un
lugar de honor en medio de la comunidad donde participaban en la Eucaristía por
primera vez. De esta manera, su iniciación consistía en un único evento con
varios momentos. El clímax era la celebración de la Eucaristía.
La separación de la unción por parte del obispo del momento
del bautismo ocurrió por muchas razones en la Iglesia en Occidente. La
proclamación que hizo el emperador romano Constantino de que el cristianismo
era la religión oficial del Estado, en el siglo IV significó, entre muchas
otras cosas, que los bautismos se dieran en grandes cantidades. El cristianismo
se extendió desde las ciudades a los campos rurales. Esto hizo que fuera
imposible para los obispos, envueltos también en asuntos de gobierno de la
Iglesia, el presidir todos y cada uno de los bautismos. Los obispos de Oriente
resolvieron el problema al delegar los Sacramentos de Iniciación al presbítero,
y se reservaron para ellos la consagración del óleo que se emplea en el rito.
Hasta el día de hoy en las Iglesias de Oriente la iniciación se celebra con los
tres sacramentos a la vez. Los obispos en Occidente también delegan el Bautismo
a los sacerdotes, no obstante, retienen la función de hacer la unción final y
la imposición de las manos. Lo celebran cuando visitan una localidad
particular, una parroquia o un pueblo. Así pues, la celebración de la Confirmación
en la Iglesia de Occidente se llevó a cabo mucho tiempo después del Bautismo.
En los países de América Latina, especialmente en tiempos anteriores y con
diócesis muy extensas, muchos infantes, niños de muy corta edad, eran
confirmados cuando el obispo hacia la “visita pastoral”, que era con intervalo
de muchos años. Ahora las diócesis son más pequeñas; hay más obispos y se
prefiere que este sacramento sea recibido en edad más avanzada.
El Bautismo era el sacramento del don inicial del Espíritu,
en tanto que la Confirmación era el sacramento de la plenitud del Espíritu con
sus siete dones. Cuando en la Edad Media se hizo común la práctica de confirmar
cerca de la adolescencia en lugar de celebrarlo en la infancia, los teólogos
comenzaron a enseñar que la Confirmación era el sacramento de la madurez.
Quienes la recibían eran considerados lo suficientemente mayores y listos como
para vivir una vida cristiana activa y responsable. La persona cristiana era
sellada como testigo de Cristo en la Confirmación y recibía la fortaleza en el
crecimiento de los dones del Espíritu para luchar, sufrir y morir por la fe. La
noción de que el sacramento hace de esa persona un soldado de Cristo
prevaleció. El signo de la paz en el rito fue reemplazado por una gentil
palmada en la cara en señal de que esa persona estaba lista para las luchas de
la vida.
Hay personas que aún siguen viendo al sacramento de la
Confirmación como el sacramento de la madurez. Sin embargo, este sacramento no
implica que el candidato ya esté suficientemente maduro en la fe. Tampoco
significa que la unción del crisma[1] produzca
instantáneamente esta madurez en esa persona. La conversión a Cristo es un
proceso gradual al cual la Confirmación añade más fuerza. Por medio de este
sacramento, la persona confirmada se hace más fuerte para el largo caminar por
la vida.
Este numeral en su totalidad esta tomado de http://www.loyolapress.com/la-historia-del-sacramento-y-el-desarrollo-de-la-confirmacion.htm, bajado el 17 de diciembre de 2014.
[1] Está compuesto por aceite de oliva (que representa la fortaleza) al que se añade una pequeña cantidad de
bálsamo (cuyo aroma representa el suave olor de la vida cristiana). Es usado en
el sacramento del bautismo y la confirmación. También en la ordenación de obispos
y presbíteros (no de diáconos), la dedicación de las nuevas iglesias y del
nuevo altar, que tiene que ser fijo y preferentemente de piedra. La unción con
el crisma representa la plena difusión de la gracia.
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