martes, 31 de mayo de 2016

La Sagrada Eucaristía

Este pasado domingo celebramos los católicos el Corpus Christi. He aquí que esta entrada argumenta sobre este pilar de nuestra fe.

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El signo de la Eucaristía, al igual que el pasaje del camino de Emaús, se compone de dos partes: la Liturgia de la Palabra y la Liturgia del Pan. Liturgia es el trabajo que realiza el hombre con la mediación de Jesús para acercarse a su plenitud, que es Dios, más estrictamente es el “culto integral del Cuerpo Místico de Jesucristo, cabeza y miembros, a Dios”.

En relación a la Liturgia de la Palabra, nuestros hermanos protestantes no tienen ninguna objeción. Pero en relación a la Liturgia del Pan hay una fuerte diferencia.

La parte principal de la Liturgia del Pan es la consagración de las especies del pan y del vino a la manera que Jesús lo instituyó en la Última Cena. Es descrito en Mateo 26, 26-28; Marcos 14, 22-24 y Lucas 22, 19-20. San Pablo muestra cómo dicha tradición es parte de la primera iglesia en I Corintios 11, 23-26.

Tiene raíces en el Antiguo Testamento[1] en Génesis 14, 18: “Entonces Melquisedec, rey de Salem, presentó pan y vino, pues era sacerdote del Dios Altísimo,” y en Éxodo[2] 12: “El animal será sin defecto, macho, de un año. Lo escogeréis entre los corderos o los cabritos. Lo guardaréis hasta el día catorce de este mes; y toda la asamblea de la comunidad de los israelitas lo inmolará entre dos luces. Luego tomarán la sangre y untarán las dos jambas y el dintel de las casas donde lo coman. En aquella misma noche comerán la carne. La comerán asada al fuego, con ázimos y con hierbas amargas. Nada de él comeréis crudo ni cocido, sino asado, con su cabeza, sus patas y sus entrañas. Y no dejaréis nada de él para la mañana; lo que sobre al amanecer lo quemaréis.” (Ex 12, 5-10).

A diferencia de los tres evangelios sinópticos mencionados, el evangelio según San Juan profundiza en el sentido de dicha institución: En Jn. 6, 1 y siguientes nos relata la multiplicación de los panes, a raíz de la cual surgen las siguientes palabras del Señor descritas en el evangelio según San Juan, capítulo sexto de los versículos 18 a 68 (Jn 6, 26-68):

“Procuren el pan que mi Padre les puede dar”.

“Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi carne, y lo daré para la vida del mundo.” (51)

“En verdad les digo que si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes.” (53)

“El que come mi carne y bebe mi sangre vive vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.” (54)

“Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.” (55)

“El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (56)

“Como el Padre, que es vida, me envió y yo vivo por el Padre, así quien me come vivirá por mi.”(57)

“Este es el pan que ha bajado del cielo. Pero no como el que comieron vuestros antepasados, que comieron y después murieron. El que coma este pan vivirá para siempre.” (58)

Es un capítulo bastante insistente en el tema. Cuando lo judíos lo impugnaban preguntándose ¿cómo puede éste darnos a comer su carne?, el evangelio según san Juan, en su idioma original, el griego antiguo, cambia del verbo fagéin y sus derivados (comer, consumir, ingerir), a trógon (ho trógon mou tén sarka), masticar, en el versículo 54, lo cual implica una matización mucho más radical aún que señala un sentido literal. El verbo se repite en Jn 13, 18, mientras se efectuaba la última cena de Jesús con sus discípulos[3].

En I Corintios, capítulo 10, San Pablo reconviene a dicha iglesia por su mala observancia de la Eucaristía (versículos 15-22). En el capítulo 11 San Pablo añade, “Por lo tanto, el que come el pan o bebe la copa del Señor indignamente peca contra el cuerpo y la sangre del Señor. Cada uno, pues, discierna y luego podrá comer el pan y beber de la copa. El que come y bebe indignamente, come y bebe su propia condenación por no reconocer el cuerpo.” (versículos 27-29) El verbo “discernir” en este contexto significa “darse cuenta” (determinar; decidirse por la realidad de lo que está de fondo; distinguir la verdad de lo que está frente a uno) de la presencia que subyace frente a uno en la mesa del Señor. “… El discernir con el cernidor era la acción de darse cuenta, de identificar, de establecer un juicio certero de que lo que quedó después del ejercicio discernidor fue el trigo de verdad, lo que en realidad se buscaba, lo que importaba y daba sentido a la búsqueda. En otras palabras, el que no se da cuenta del verdadero cuerpo (mé diakrínon tó sóma [v. 28]) del Señor, el que no descubre esa realidad maravillosa que es Cristo mismo, se está metiendo en un grave problema que puede costarle la salud o la muerte…”[4]

Los hermanos cristianos separados, al igual que la Iglesia primitiva en sus primeras reuniones, parten el pan a manera de memorial. Pero la Iglesia en su crecimiento y evolución, por obra del Espíritu Santo, llegaría a darse cuenta de las múltiples riquezas de lo que son dones (regalos) de Cristo:

Una iluminación fue reconocer que dicho memorial era como una anticipación del regreso de Cristo.

Otra iluminación puede derivarse de la profundización del pasaje de Emaús. Dicho pasaje manifiesta que Jesús rememoró, delante de los ojos de los acompañantes, la acción de gracias, la bendición y la fracción del pan de la Ultima Cena, pero pareció que se esfumó inmediatamente después de eso. Pero ¿Jesús aún permanecía con los discípulos del camino de Emaús? ¿No fue ese momento una prefiguración de la presencia real de Cristo en la especie del pan?

También el hecho de que Jesús se aparecía sin abrir puertas ni ventanas en medio de sus apóstoles cuando éstos estaban encerrados compartiendo y rememorando podía verse como una huella de la prefiguración de la presencia del Señor en el memorial de la Última Cena.

Otra iluminación fue descubrir el componente “sacrificial” de la Última Cena por cuanto la Eucaristía vuelve a hacer presente la muerte del Señor hasta que vuelva. Se trata del sacrificio permanente, único y eterno de Jesús en la Cruz y que el único sacerdote es el mismo Cristo. El sacerdote oficia la liturgia del pan, pero es “Cristo mismo el sacerdote y la ofrenda”[5]. Por eso la liturgia de la Eucaristía se realiza en todas sus acciones y palabras como una ofrenda a Dios Padre por parte de Dios Hijo. De nuevo, el sacerdote sólo hace presente de manera sensible al Hijo, que es el Único que puede ofrecerse al Padre.

La Eucaristía, vista a la luz del maná, es el alimento que nos conserva la vida sobrenatural; vista a la luz de la ofrenda de Melquisedec, (pan y vino Gen 14, 18) es la ofrenda de los bienes de la tierra puestos al servicio de la vida sobrenatural; a la luz del sacrificio de Isaac, es la ofrenda de la vida humana en la persona de la víctima agradable al Padre, es el Cordero que salva de la muerte; y por último, en relación con los sacrificios que sella el pacto del Sinaí, es la inmolación de la víctima que sella la celebración de la Alianza Nueva y Eterna[6].

La conversión (transubstanciación) del pan y el vino en Cuerpo y Sangre ocurre por el poder de la acción del Espíritu Santo y por la eficacia de la Palabra de Cristo[7]. Esto quiere decir que se realiza cuando el sacerdote, como signo visible de la persona de Cristo, ejecuta el signo de la Epiclesis, es decir, cuando invoca al Espíritu Santo mediante la imposición de las manos encima de las especies del pan y del vino, y a continuación repite textualmente las palabras de Jesús tal como son relatadas en el Evangelio, sin cambios. Sin estos dos requisitos, no hay Cuerpo y Sangre del Señor, son sólo pan y vino.



[1] Veterotestamentario
[2] La Soteriología es la parte de la Teología que estudia la historia de la salvación de la humanidad gracias al sacrificio de Jesucristo.
[4] Ibid
[5] San Pablo en la carta a los Hebreos explica esto haciendo referencia al Antiguo Testamento respecto a Melquisedec rey de Salem y sacerdote, tanto en Génesis 14, 18-20 como en el Salmo 110, 4.
[6] Sofia Cavaleti. Historia de la Salvación.
[7] Numeral 1375 de catecismo de la Iglesia Católica.

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