viernes, 29 de julio de 2016

II. La vocación del matrimonio. El sacerdocio.

El caso del sacerdocio es un caso de especial importancia en donde se manifiesta la masculinidad. Los varones acuden a un seminario, cuya etimología proviene de semen semilla y arium lugar para que estén cosas o vivan allí. Se preparan para inseminar la semilla del Reino en la Iglesia. Es una labor que corresponde al sacerdote una vez reciben el sacramento del orden. Al igual que el matrimonio entre un varón y una mujer se consuma cuando se hacen una sola carne, el sacerdote consuma su matrimonio con la Iglesia la primera vez que preside la Eucaristía haciéndose uno con Cristo quien es la cabeza del cuerpo de la Iglesia. Jesús desnudo en la cruz entregó su cuerpo y su sangre a toda la Iglesia para consumar su matrimonio con ella. Son los sacerdotes quienes inseminan la Iglesia, su esposa, mediante la distribución del cuerpo de Cristo. Por eso el sacerdocio no es una profesión, sino una vocación a la paternidad espiritual[1].

Los discípulos fueron elegidos por el Maestro. La amistad que ofrece Jesús es completamente gratuita. Y el que se siente querido de Jesús también se siente obligado a ser un discípulo fiel y activo. Y esto es dar fruto[2].

Como conclusión a la vocación al matrimonio presentados en los sacramentos del matrimonio y el del orden sacerdotal, debemos reflexionar que la santidad es la respuesta de la Novia al Regalo que otorga el Novio. La novia es la Iglesia, cada uno de nosotros, y el novio es Dios. En el cielo el matrimonio que se consumará es el del ser humano con Dios.



[1] Christian West
[2] La Vocación explicada por Juan Pablo II. Pedro Beteta. Ediciones Palabra. Madrid. 2011.

martes, 26 de julio de 2016

II. La vocación del matrimonio. Entre un hombre y una mujer.

El Catecismo nos expone que la Sagrada Escritura se abre con el relato de la creación del hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26- 27) y se cierra con la visión de las "bodas del Cordero" (Ap 19,7.9). De un extremo a otro la Escritura habla del matrimonio y de su "misterio", de su institución y del sentido que Dios le dio, de su origen y de su fin, de sus realizaciones diversas a lo largo de la historia de la salvación, de sus dificultades nacidas del pecado y de su renovación "en el Señor" (1 Co 7,39) todo ello en la perspectiva de la Nueva Alianza de Cristo y de la Iglesia (cf Ef 5,31-32).

El catecismo continúa: “Todo hombre, tanto en su entorno como en su propio corazón, vive la experiencia del mal. Esta experiencia se hace sentir también en las relaciones entre el hombre y la mujer. En todo tiempo, la unión del hombre y la mujer vive amenazada por la discordia, el espíritu de dominio, la infidelidad, los celos y conflictos que pueden conducir hasta el odio y la ruptura. Este desorden puede manifestarse de manera más o menos aguda, y puede ser más o menos superado, según las culturas, las épocas, los individuos, pero siempre aparece como algo de carácter universal. Según la fe, este desorden que constatamos dolorosamente, no se origina en la naturaleza del hombre y de la mujer, ni en la naturaleza de sus relaciones, sino en el pecado. El primer pecado, ruptura con Dios, tiene como consecuencia primera la ruptura de la comunión original entre el hombre y la mujer. Sus relaciones quedan distorsionadas por agravios recíprocos (Gn 3, 12); su atractivo mutuo, don propio del creador (Gn 2, 22), se cambia en relaciones de dominio y de concupiscencia (Gn 3, 16b); la hermosa vocación del hombre y de la mujer de ser fecundos, de multiplicarse y someter la tierra (Gn 1, 28) queda sometida a los dolores del parto y los esfuerzos de ganar el pan (Gn 3, 16-19). No obstante, el orden de la Creación subsiste aunque gravemente perturbado. Para sanar las heridas del pecado, el hombre y la mujer necesitan la ayuda de la gracia que Dios, que en su misericordia infinita, jamás les ha negado (Gn 3, 21). Sin esta ayuda, el hombre y la mujer no pueden llegar a realizar la unión de sus vidas en orden a la cual Dios los creó «al principio». En su misericordia, Dios no abandonó al hombre pecador. Las penas que son consecuencia del pecado, "los dolores del parto" (Gn 3,16), el trabajo "con el sudor de tu frente" (Gn 3,19), constituyen también remedios que limitan los daños del pecado. Tras la caída, el matrimonio ayuda a vencer el repliegue sobre sí mismo, el egoísmo, la búsqueda del propio placer, y a abrirse al otro, a la ayuda mutua, al don de sí”.

Hay diversos textos en el antiguo testamento en que Dios compara el amor esponsal con el amor que Él siente por nosotros. Y lo que más rechaza es la infidelidad. (cf Oseas 1 - 11).

San Pablo nos dice: "Esposos, amen a sus esposas, así como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para hacerla santa. Él la purificó, lavándola con agua mediante la palabra, para presentársela a sí mismo como una iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni ninguna otra imperfección, sino santa e intachable. Así mismo el esposo debe amar a su esposa como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a sí mismo, pues nadie ha odiado jamás a su propio cuerpo; al contrario, lo alimenta y lo cuida, así como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos llegarán a ser un solo cuerpo.» Esto es un misterio profundo; yo me refiero a Cristo y a la iglesia. En todo caso, cada uno de ustedes ame también a su esposa como a sí mismo, y que la esposa respete a su esposo." (Ef 5:25-33).

Christopher West, autor norteamericano centrado en la teología del cuerpo, reflexiona que el primer milagro de Jesús ocurrió en las bodas de Caná. Jesús quiere restaurar el vino, que significa la sangre, que significa la verdadera entrega, en las relaciones humanas, específicamente en el matrimonio, imagen de Dios.

Esa vocación a la unión total, eterna, libre, fiel y fecunda entre un hombre y una mujer es una llamada a la conformación de una familia.

viernes, 22 de julio de 2016

I. Creados a imagen y semejanza de Dios

Mil veces hemos escuchado que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios (Gen 1:26). Como con muchas cosas de Dios, es difícil responder en qué manera somos imagen y semejanza de Él, ya sea en lo corporal, ya sea en lo espiritual. A continuación daremos algunos esbozos de lo que los teólogos y las escrituras nos dicen al respecto.

Dios es amor


La primera carta de Juan, capítulo 4 nos dice: “Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.” Pero, ¿cómo es ese amor?. Podemos caracterizarlo como total, eterno, libre, fiel y fecundo[1].

Total y Eterno: «Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga la Vida eterna» (Jn 3:16). No sólo el Padre es quien entrega a su Hijo unigénito, es el hijo quien se entrega haciendo la voluntad del padre (Sal 40: 8-9; Lc 22: 42). Si es total, es para siempre. Si no es para siempre, no es total.

 Libre: Dios nos ama sin merecimiento por parte nuestra. No somos bellos ni perfectos, ni le podemos ofrecer a Dios algo que Él no tenga. Nos ama sin condicionamientos, nos ama libremente.

Fiel: La fidelidad está ligada a la fe. Fiel es el que tiene fe. La fe consiste en la confianza depositada en Dios o en una persona. La fe exige una respuesta convencida y estable a la que llamamos precisamente fidelidad. Dios es el primero que es "el siempre fiel" (Isaías 49:15; Josué 23:14; I Pedro 4:19). La fidelidad en el ser humano consiste en una respuesta permanente a un compromiso dado, a una alianza, a un pacto[2].

Fecundo: «He venido para que tengan Vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10). «No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero» (Jn 16:16) «El que permanece en mí y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí nada pueden hacer» (Jn 15:5)

El Señor nos invita a que reflejemos su amor, pues al amor hemos sido llamados[3]. La plenitud de nuestro deseo de amar y ser amados se logra cuando nuestro amor es como el de Dios: total, eterno, libre, fiel y fecundo.

El amor humano no puede ser total si tiene fecha de vencimiento: te amo por dos años... o hasta que me canse... o consiga otra/otro mejor.... Por eso el compromiso mutuo es "hasta que la muerte nos separe". No pueden haber aventuras amorosas, porque se traiciona la fidelidad. No puede haber anticonceptivos porque debemos estar abiertos a la fecundidad. Y, por supuesto, no debe estar mediado por situaciones en que "lo que me da" es lo que me une, o mientras las circunstancias favorables estén presentes. La libertad exige amar sin esperar nada a cambio.

Dios es una comunidad de amor


Con la presencia de Jesús se manifiesta de manera clara el Misterio Trinitario de Dios: tres personas y un solo Dios.

La Anunciación relatada en el primer capítulo del Evangelio según San Lucas, en sus versículos 30 a 32 dice: “El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo… »”, y en el versículo 35: “«El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios.»”. También se manifiesta dicha comunidad trinitaria de amor en el siguiente pasaje sobre lo que le fue manifestado a Juan el Bautista: “Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz que salía de los cielos decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco.»” (Mateo 3: 16-17).

San Pablo en la primera carta a los Corintios 11: 3 esboza una triple analogía entre la Trinidad, la Iglesia y nosotros los hombres, abriendo paso a una teología trinitaria: “Sin embargo, quiero que sepáis que la cabeza de todo hombre es Cristo; y la cabeza de la mujer es el hombre; y la cabeza de Cristo es Dios.” Primero expone la relación entre Cristo y la Iglesia, luego entre el varón y la mujer y finalmente entre Dios padre y Dios hijo.[4]


En el Credo decimos: “Creo en el Espíritu Santo, engendrado, no creado, que procede del Padre y el Hijo, y que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria”. Es decir, Dios Padre amó a Dios Hijo, y Dios Hijo correspondió al amor de Dios Padre, y de ese mutuo amor se engendra el Espíritu Santo, aliento vital del amor humano que quiere ser total, eterno, fiel, libre y fecundo.

La exégesis que Juan Pablo II realiza acerca de los capítulos primero y segundo del libro del Génesis profundiza acerca de la creación del ser humano y de cómo Dios nos creó varón y mujer. La Iglesia nos enseña cómo el varón ama a la mujer y la mujer corresponde al amor del varón y de ese mutuo amor se engendran los hijos en un paralelo con el amor trinitario. Hemos encontrado dos semejanzas de la creatura con el Creador: la familia como comunidad de amor y la procreación como manifestación de la participación humana en la creación, por designio de Dios.

El numeral 2331 del Catequismo de la Iglesia Católica publicado bajo el pontificado de Juan Pablo II expone: “Dios es Amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor; creando al hombre a su imagen, Él ha inscrito en la humanidad del varón y la mujer la ‘vocación’ y por lo tanto, la capacidad y la responsabilidad del amor y la comunión”. El numeral 2335 añade: “La unión del varón y la mujer en el matrimonio es una forma de imitar en la carne la generosidad y la fecundidad del Creador”.



[1] Se toman como adjetivos suficientes éstos por dos razones significativas: los utiliza Pablo VI en su Encíclica Evangeli Vita y corresponde a las promesa que se hacen mutuamente un hombre y una mujer el día de su matrimonio.
[3] Numeral 1604 del Catecismo de la Iglesia Católica.
[4] El Misterio de las Bodas, Trinidad, Iglesia, Familia. Triple Analogía. P. Fernando Umaña. Ediciones Nuestra Señora del Paraíso. 2000.

martes, 19 de julio de 2016

Introducción a la Teología del Cuerpo de Juan Pablo II

El Santo Padre Juan Pablo II expuso que la existencia de una teología del cuerpo no debe extrañar a nadie. Desde el momento en que Jesús se encarnó, el cuerpo pasó a ser parte de la Teología: el estudio de las cosas de Dios.

Juan Pablo II desde antes de ser pontífice estaba interesado en profundizar en el sentido de la familia humana y el matrimonio y, por extensión, de la persona humana, la cual también está constituida por su cuerpo. El cuerpo es la manera de hacer visible a la persona, de revelarla a los ojos, pero nuestro cuerpo es sexuado y debía tener un sentido profundo dentro del Plan de Dios.

En la audiencia general de los miércoles desde 1979 hasta 1984, en 129 charlas, enseñó sus meditaciones sobre el sentido de la sexualidad humana tocando dicho tema de manera novedosa. Juan Pablo II hace inherente la persona y el cuerpo–sexo. El pontífice meditó sobre la persona y su cuerpo antes del pecado original y lo unió con el sentido del cuerpo y el matrimonio en el Paraíso. El ser humano fue creado desde el principio como varón y mujer, por tanto Dios hizo la unidad a partir de dos seres, cada uno de los cuales es persona en sí mismo. Se trata de un elemento de la imagen y semejanza con que Dios creó al hombre. Varón y mujer se constituyen como dos diversos modos de ser cuerpo del ser humano en la unidad de dicha imagen. La unidad a partir de dos seres manifiesta la comunidad de amor que es Dios, es el reflejo del misterio de la Divina Trinidad. Además el cuerpo sexuado varón mujer nos hace don recíproco y comunidad. En el relato del Génesis la unidad de dos seres a través del cuerpo tiene una ética y una dimensión sacramental que es explicada por el Papa.

Y deliberó también sobre el papel de la castidad y el celibato, acerca de que aquellos que de manera libre y voluntaria aceptan el llamado al celibato por el Reino de los Cielos preservan la verdad integra de su humanidad sin perder en el camino ninguno de los elementos esenciales del llamado de la persona a ser imagen y semejanza de Dios.

Los temas que se exponen a continuación son la sustentación de los temas que se presentan a manera de taller respecto a la Teología del Cuerpo con el propósito de iluminar diversos valores que siempre ha defendido la Iglesia Católica[1].





[1] En las entradas de las siguientes semanas, cuando no se cita, los textos de san Juan Pablo II provienen de su libro Varón y Mujer. Teología del Cuerpo (I). 8va edición o La Redención del Corazón. Teología del Cuerpo (II) 4ta edición. Ediciones Palabra. Madrid 2011.

viernes, 15 de julio de 2016

Ilustración de una esfera común entre la Iglesia y el Estado: El Aborto

Para ilustrar la esfera común entre la Iglesia y el Estado, abordemos un tema de actualidad. Suponga un Proyecto de Ley que permita el aborto.

El relativismo, mencionado en la entrada anterior, ha permeado la sociedad contemporánea. Niega la existencia de una moral invariable y aplicable en un sentido universal, la que también se denomina Ley natural. Por ejemplo, el precepto “no matarás” siempre ha existido en todas las culturas y religiones. Es un asunto de lógica de convivencia y supervivencia. Negarlo va en contra de nosotros mismos como especie. De la Ley natural se deriva el Derecho Natural como teoría ética y jurídica que defiende la existencia de derechos del hombre fundados o determinados en la naturaleza humana, universales, anteriores y superiores (o independientes) al ordenamiento jurídico positivo y al derecho fundado en la costumbre o Derecho consuetudinario[1]

El relativismo plantea que la visión de que el no-nacido es una persona humana es una visión del cristianismo, pero que no es la visión del no creyente. Dicha perspectiva es muy peligrosa, porque, por ejemplo, abre la posibilidad de que por definición relativista los niños ya nacidos, pero menores de tres meses no son persona y por tanto sería lícito matarlos.

Los medios de comunicación y los legisladores que defienden el proyecto de ley podrían también contra argumentar que la posición oficial de la Iglesia contraviene la separación de poderes entre la Iglesia y el Estado. Es una falacia[2] ya que las enseñanzas de la Iglesia buscan mostrar a los hombres y mujeres de todo tiempo el valor del ser humano por el mismo hecho de serlo, es decir, por la intrínseca dignidad de todo ser humano, cuestión moral y trascendente.

El derecho natural plantea que hay actos esencial y gravemente malos y que por tanto nunca deben ser realizados, por ejemplo que no se debe permitir el asesinato o la muerte de un ser humano pudiendo evitarse. Debe ser un principio no negociable. La alternativa relativista es una sociedad que lo negocie a cambio de enunciados relativos como el “bienestar” y la “calidad de vida”, que son determinados por la posición de poder de unos seres humanos sobre otros.

Los relativistas acusan a quienes defienden las leyes naturales de autoritarios y sectarios por querer imponer su propia visión. Pero es una falacia. Los relativistas no tienen tesis capaces de refutar los argumentos de la Ley Natural, y pasan a descalificar a quienes la defienden. Pretenden acabar con la premisa arguyendo en contra de quién es el emisor de ésta. Es decir, cometen la falacia de desacreditar un argumento menoscabando a la persona que lo defiende, señalando una característica o creencia impopular acerca de esa persona. En lógica se conoce como argumento ad hominem, del latín, “contra el hombre”.

En el ejemplo concreto que estamos explorando, se intenta destruir el argumento de que el aborto es el asesinato de una persona aún no nacida, desacreditando a los defensores pro-vida con el argumento de que tienen una creencia religiosa que los lleva a sostener dicha posición. La fe de una persona es un hecho que no contradice el acto moralmente malo de matar.

Relativistas e iusjuristas consideran adecuado el aborto como medio de mitigar el costo social y familiar de atender a un niño con deficiencias físicas o mentales, o del costo personal en la calidad de vida de la mujer que sacrificaría estabilidad psicológica o emocional en caso de quedar esperando un niño en circunstancias no ideales para la madre. He ahí el peligro. Al eliminar el considerando ético de la dignidad intrínseca de la persona humana, es decir, de la dignidad que tenemos independientemente del valor que se nos atribuya en cada situación específica, se pasa a abordar conceptos de “costo social” o “derecho sobre el propio cuerpo” o “afectación a la salud física, o psicológica” y toda otra serie de aparentes derechos de la persona y bienes para la sociedad.

Pero la Iglesia también argumenta desde la razón. Desde la razón, los únicos que pueden dictaminar de una manera científica desde qué momento un cigoto, un embrión o feto es un ser humano son los embriólogos, y en todos los libros de texto escritos por reconocidos embriólogos se dictamina que desde el momento de la concepción el cigoto es constitutivamente un ser humano[3].

Una mujer que en circunstancias negativas recibe la noticia de que está embarazada, no tiene una posición emocional estable como para medir las consecuencias éticas de segar una vida. El médico que apoya el asesinato de ese bebé, tal vez no ejecutando el aborto, sino apoyándolo con un dictamen médico para que se realice el procedimiento, va en contraposición de la ética de su profesión que es preservar la vida. Los legisladores y juristas que apoyan el aborto van en contra de la razón de ser de la ley que debe defender a los más débiles.

Desde el punto de vista filosófico, expongo una argumentación de entre varias que hay: “La naturaleza es el sustrato ontológico básico del cual derivan todas las características esenciales de algo, así como todas sus facultades operativas, y todas sus acciones u operaciones. Baste pensar que del núcleo metafísico más profundo del cigoto brota la energía y la finalidad que da origen al maravilloso desarrollo embrional hasta el nacimiento y por mucho tiempo después del mismo. Todo lo que un día caracterizará al ser humano adulto está en potencia ya cuando se han fusionado el óvulo y el espermatozoide. Eso sólo puede ser si lo que lo hace “humano” sin más, es decir, su naturaleza, su “humanidad básica”, no está en potencia, sino en acto, y eso incluye, no el ejercicio actual de su facultad intelectiva, sino la naturaleza racional de la cual brotará, en su momento, dicho ejercicio. Por otra parte, es sabido que la generación consiste en la trasmisión de la naturaleza de los padres a los hijos. Pero la naturaleza de los padres del cigoto humano, es la naturaleza humana, que es racional. Luego, el cigoto tiene naturaleza racional. Luego, el ser humano es persona desde la misma concepción.”[4]

En definitiva, defender la vida de los niños no nacidos tiene que ver con la moralidad de la sociedad y atañe tanto al Estado como a los credos.



[1] Wikipedia. El concepto de Derecho positivo está basado en el iuspositivismo, corriente filosófico-jurídica que considera que el único derecho válido es el que ha sido creado por el ser humano y por tanto a quien lo practica le da igual lo justo o injusto de la aplicación de una norma: el jurista simplemente se limita a acatar lo dictado por la misma (extraído de Wikipedia).
[2] En lógica, una falacia (del latín fallacia, ‘engaño’) es un argumento que parece válido, pero no lo es.

martes, 12 de julio de 2016

La separación de poderes entre la Iglesia y el Estado

El concepto de lo que es la separación de poderes entre la Iglesia y el Estado está siendo mal utilizado por los medios de comunicación. La presente reflexión intenta aclararselo al lector lego con el objeto de permitirle la toma de posición como ciudadano, sea creyente o no.

La separación Iglesia-Estado desde el punto de vista legal y político es un concepto por el cual las instituciones del Estado y las religiosas se mantienen disociadas. Debido al concreto ámbito histórico latinoamericano, haré referencia específica a partir de ahora a la Iglesia Católica. También deseo recalcar al lector que no debe confundir el Estado con el gobierno. El Estado es un concepto mucho más amplio que involucra la forma en la que se organiza la sociedad para poder funcionar mejor. Es la unión de la población, las instituciones públicas que la organizan (las ramas ejecutiva, legislativa y judicial, pero también el organismo electoral, la defensoría del pueblo, la contraloría, etc…) y la cultura. El concepto radica en que ni la Iglesia Católica interviene en los asuntos públicos, ni el Estado en cuestiones de fe. Cada parte tiene una autonomía para tratar los temas relacionados con sus esferas de influencia. El concepto también incluye que el Estado, como garante de la búsqueda del bien común y de la libertad individual, debe también ser garante de la libertad de culto.

La separación Iglesia-Estado es una de las medidas por las cuales se busca el establecimiento de un Estado laico o aconfesional, y hace parte del proceso de secularización de la sociedad frente a una realidad histórica que no fue así[1]. Con el término de “secularización del Estado” se hace referencia al proceso de pasar diversas instituciones y bienes de la esfera religiosa a la civil. La separación Iglesia-Estado está relacionada con la extensión de la libertad de culto a todos los ciudadanos, y se condiciona a partir de este derecho la relación entre el Estado y la Iglesia. Ocurre sobre todo en aquellos estados con religión de Estado u oficial que favorecían legal y/o informalmente una religión en detrimento de las demás[2].

Los Estados regulan las relaciones con la Iglesia Católica a través de tratados denominados concordatos que atañen a ámbitos de participación en la vida civil (enseñanza, matrimonios, divorcios, beneficencia, entierros, ...).

La idea implica que la Iglesia no debe involucrarse en política partidista. Es decir, no debe indicar por quién votar o por cuál partido votar, ni debe apoyar a un candidato o partido en particular. La razón de ello es porque la misión de la Iglesia es de orden trascendente, su objetivo es llevar a las personas a Cristo para que Él les de vida eterna; mientras que la de los partidos y la del propio Estado es inmanente, es decir, consiste en la búsqueda del bien común en la tierra.

Por esa misma razón, la Iglesia Católica no debe imponer sus leyes eclesiásticas al resto de la sociedad. Por ejemplo, no puede imponer una ley que obligue a todo el mundo a asistir a misa los domingos. Sólo por medio del buen ejemplo y la persuasión honesta es que los cristianos deben convencer a otros de que lo sean[3].

Por razón de su misión trascendente, la Iglesia Católica y otros credos sí pueden y deben intervenir en los asuntos de Estado en cuanto éstos involucren cuestiones de moral de carácter universal, es decir, aquellas cuestiones morales que son permanentes e independientes del contexto histórico y geográfico, y que todo ser humano debe siempre respetar, sea creyente o no.

“El orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política… Es propio de la estructura fundamental del cristianismo la distinción entre lo que es del César y lo que es de Dios, esto es, entre el Estado e Iglesia o, como dice el Concilio Vaticano II, el reconocimiento de las realidades temporales.”[4]

“La justicia es el objeto y, por tanto, también la medida intrínseca de toda política. La política es más que una simple técnica para determinar los ordenamientos públicos: su origen y su meta están precisamente en la justicia, y ésta es de naturaleza ética… Para llevar a cabo rectamente su función, la razón ha de purificarse constantemente, porque su ceguera ética, que deriva de la preponderancia del interés y del poder que deslumbran, es un peligro que nunca se puede descartar totalmente.”[5]

“En este punto, política y fe se encuentran. Sin duda, la naturaleza específica de la fe es la relación con el Dios vivo, un encuentro que nos abre horizontes mucho más allá del ámbito propio de la razón. Pero, al mismo tiempo, es una fuerza purificadora para la razón misma. Al partir de la perspectiva de Dios, la libera de su ceguera y la ayuda así a ser mejor ella misma.”[6]

Estamos en una época en que muchos miembros de la sociedad se ubican en posiciones extremas: por un lado quienes propugnan que la razón es incapaz de comprender la verdad, por tanto sólo existe lo que es útil o pragmático. Se trata del pragmatismo o relativismo. Pero la naturaleza de la razón del hombre, su capacidad de raciocinio, lo lleva a buscar la verdad. El relativismo esclaviza al hombre, porque le impide desarrollar su natural búsqueda de la verdad. Sólo la verdad libera al hombre. Afirmar dictatorialmente que “todo es relativo” es una contradicción en sí misma[7].

En el otro extremo están los racionalistas puros que pretenden que son capaces de abarcar todo con la razón. Niegan la existencia de Dios por cuanto es un ser más grande que la razón. No obstante, lo cierto es que la razón del hombre es capaz de darse cuenta de que fue creada y de ahí que se abra, de manera natural, a la trascendencia. No hacerlo implica negar la razón y entrar en contradicción[8].

Ambas posiciones intentan evitar que la Iglesia exponga a la luz de la moral sus puntos de vista en foros públicos, científicos y legislativos por considerar que se inmiscuyen en temas por fuera de su ámbito natural de acción. Pero esa es una apreciación incorrecta que los ciudadanos debemos evitar. La persona humana es el gran destinatario tanto de la acción estatal que busca el bien común como de las enseñanzas de la Iglesia que buscan mostrar a los hombres y mujeres de todo tiempo su naturaleza trascendente y su destino eterno.

Cuando la razón secular no es capaz de fundamentarse en una verdadera humanidad termina en la violencia, pierde su racionalidad y conduce al nihilismo que lleva en sí una dinámica autodestructiva. Esto ocurre cuando quienes dirigen el Estado no saben quién es el hombre y tampoco son capaces de conducirlo a su fin, por cuanto también les es desconocido[9].

Todas las esferas de la vida humana tienen una dimensión moral ya que la moral es el modo de vivir que respeta y realiza el bien de la persona y en toda actividad humana ese bien está en juego[10]. Conmino al lector a no dejarse confundir. Una discusión acerca de temas fundamentales en los que se ve involucrada la ética universal o moral natural, es un asunto que atañe directamente a los credos y es lícita y necesaria su participación para dar luz a la sociedad acerca de hacia dónde se está dirigiendo[11].

(Continúa)



[1] Conceptos extraídos de Wikipedia.
[2] La historia de las naciones muestra muy diversos ejemplos de la unión de la Iglesia y el Estado y sus consecuencias negativas para una y otro. La Iglesia Católica apoya fehacientemente dicha separación (por ejemplo ver Gaudium et Spes del Concilio vaticano II) siempre que no implique la eliminación de lo trascendente y del derecho a la libertad de culto por considerarlo como limitante del espíritu humano.
[3] Primera carta de Pedro, capítulo 3, versículo 15 (I Pe 3, 15)
[4] Carta Encíclica Deus Caritas Est. Benedicto XVI. Ediciones Paulinas. 2005. Pag 45-46.
[5] Ibid
[6] Ibid
[7] Para quien no halle evidente la contradicción, piénselo: no se puede afirmar que “todo” es relativo, porque “todo” implica que la afirmación dada no es una verdad sino que depende de si el oyente la acepta o no la acepta. A su vez, si “todo es relativo”, excepto el postulado básico, entonces no “todo” es relativo.
[8] Pablo Domínguez Prieto, sacerdote diocesano, filósofo y teólogo español, decano de la Facultad de Teología San Dámaso de Madrid en exposición sobre la búsqueda de la verdad y crisis de la razón, extraído de https://www.youtube.com/watch?v=7O1_f7zM054 en abril de 2015.
[9] Javier Martínez, doctor en Filosofía y Lenguas Semíticas, arzobispo de Granada.
[10] La universalidad de algún sistema moral es uno de los objetivos de la ética-objetiva cuyo contenido o efecto no se considera relativo ni subjetivo, sino efectivo y aplicable para todo hombre racional bajo un contexto determinado, siempre y cuando el agente capaz de comportamiento pueda actuar de manera racional, entendido como aquello en lo que todos los seres humanos puedan estar de acuerdo cuando decidan buscar un comportamiento moral específico que se juzgue "de bien" o "correcto", que mantenga o cause aceptable calidad de vida o evite alguna consecuencia inconveniente, y que surja a causa de la repetición de ciertos comportamientos probables para la humanidad (extraído de Wikipedia).
[11] No significa que sea la única luz que hay que consultar, pero sí es lícito y necesario consultar dicha luz.

viernes, 8 de julio de 2016

Ramas del protestantismo

He de aclarar que estas reflexiones hacen referencia a los protestantes, ya que según iba clarificando los temas acerca de los que investigaba encontraba cómo los católicos no solemos diferenciar a los no católicos, siendo que hay varios anillos de cercanía en las creencias y dentro de cada anillo hay niveles que deben separarse[1].

En el primer anillo, están los muy cercanos a la iglesia católica: iglesias ortodoxas y anglicanos, cuya principal diferencia está en no reconocer la autoridad del Obispo de Roma como cabeza de la Iglesia.

De algún modo se podría incluir a los luteranos en un punto intermedio entre este primer anillo y el segundo que se describirá a continuación. Esto por cuanto conservan mucho en común con la Iglesia Católica a pesar de ser históricamente la asociada al origen del Cisma de Occidente.

Un segundo anillo es el de los protestantes, que pueden llegar a ser centenares de denominaciones. Los más conocidos son los calvinistas, presbiterianos, anabaptistas, metodistas, baptistas y adventistas, llamados comúnmente evangélicos.

Un tercer anillo podrían ser las iglesias independientes, usualmente de origen protestante, de las que hay centenares de denominaciones: Apostólicos, Carismáticos, Independientes del Evangelio 
Completo, seguidores del  pastor de “La Casa del Alfarero”, iglesias no-denominacionales, neocarismáticos, rescate-pentecostales, grupos de prosperidad, Anglicanos Independientes, Adventistas Independientes, Bautistas Independientes, Hermanos Cristianos Independientes o Hermanos de Plymouth, restauracionistas cristianos, Hermanos Independientes Exclusivos, Evangélicos Anglicanos Independientes, Fundamentalistas Independientes, Santidad o Metodistas Conservadores (no pentecostales), Amigos Independientes (Cuáqueros), Iglesia comunitaria o unión congregacional, evangelistas independientes (dispensacionalismo), Radio iglesias (sin organización), y un largo etc… Se caracterizan por ir introduciendo interpretaciones de las escrituras y normas alejadas del espíritu global del evangelio por cuanto no utilizan las escrituras como una unidad de fe, sino la interpretación de la Palabra de Dios de modo aislado o por razones nada relacionadas con la fe en Dios.

Y el cuarto anillo, son todas las restantes denominaciones de muy diversa índole, nada relacionadas con el catolicismo, ni la tradición apostólica ni la tradición judeo-cristiana. Algunos provienen de las nuevas subdivisiones restauracionistas derivadas de las iglesias protestantes y su rango va hasta los que tienen sus propios libros sagrados muy alejados de la tradición judeo-cristiana: Testigos de Jehová, Mormones (santos de los últimos días), Testigos de Jehová Independientes, Mesiánicos, Asirios Independientes o nestorianos, bogomilistas etc….

Para aquellos que se dejan engañar fácilmente por aquellos que dicen seguir a Cristo, pero bien lejos de ello, hay cultos a la razón, al diablo y a personalidades que aparecieron en algún punto de la historia. Podemos mencionar a los cristianos libres, los cristianos liberales, los universalistas o la iglesia de la Nueva Jerusalén, la Asociación del Espíritu Santo por la unificación del mundo cristiano, el Salón del Reino de los Testigos de Jehová, los cristianos apocalípticos, los ciencistas, los antroposóficos y un largo etcétera. Hay muchos grupos anti-iglesia, algunos sin denominación específica y otros sí conocidos como son los sionistas, la Comunidad de Iglesias Metropolitanas de orientación lésbico-gay y los mal llamados Católicos Liberales independientes, que son los teosofístas, masones y gnósticos, de la misma índole de los espiritistas.

No he tratado de ser ni exhaustivo ni clasificatorialista, pero sí pretendí aclarar que hay mucha confusión en el mundo a nivel espiritual y que aquel que honestamente sigue a Jesús, debe tener claro en dónde está.


Las fechas dadas coinciden con las de eventos significativos para la declaración de la autonomía de dichas congregaciones respecto a aquellas de las que se derivan, sin obstar que haya habido escritos previos en dicha dirección.


[1] Las denominaciones y clasificación puesta en los anillos se apoyó en World Christian Encyclopedia por Barrett, Kurian, Johnson (Oxford Univ Press, 2nd edition, 2001) a partir de su exposición en https://bibliaytradicion.wordpress.com/6protestantismo/65hechos-y-estadisticas-de-33000-denominaciones/#1 bajado en 2/2/2015.

martes, 5 de julio de 2016

Origen de la Biblia

Los orígenes de la Biblia se encuentran en las "tradiciones orales", transmitidas de padres a hijos. Éstas, a falta de escritura, tenían antiguamente mucha más vigencia que en la actualidad. Las primeras de esas tradiciones se remontan al tiempo de Moisés, hace 33 siglos (hacia los 1,300 años a.C.). En cuanto a los primeros textos escritos, datan del siglo XI a.C. (1100 a 1001 a.C.), o sea, de la época del rey David. A partir de entonces, se fue "haciendo" la Biblia. Para los judíos -que sólo tienen lo que nosotros llamamos el Antiguo Testamento- ella quedó terminada dos siglos (200 años) antes de Jesucristo. Para los cristianos, en cambio, a fines del siglo I (año 50 al año 100) de nuestra era, con el último libro del Nuevo Testamento (Apocalipsis). La composición de la Biblia abarca, por lo tanto, nada menos que un milenio (1,000 años), y ninguno de sus autores sabía que estaba escribiendo la Biblia...

El Pueblo israelita, primero, y luego la Iglesia reconocieron que esos escritos -entre muchos otros también de carácter religioso- habían sido inspirados por Dios para manifestarse a los hombres a través de ellos. Pero esto tampoco ocurrió de golpe sino progresivamente. Sólo después de la destrucción de Jerusalén en el año 70, los judíos completaron su lista -lo que se llama el "canon"- de Libros Sagrados. Y la Iglesia terminó de hacer lo propio en el curso del siglo IV (año 301 al 400), pero basándose en la lista del canon Alejandrino, fijado entre los siglos III y II a.C.

¿Y en qué orden se escribió la Biblia? Ciertamente, no en el que figura actualmente. Así, por ejemplo, los cinco primeros Libros que ahora la encabezan sólo adquirieron su forma definitiva en el siglo V (años 401 al 500) antes de Jesucristo, cuando ya existían muchos otros del Antiguo Testamento. Y antes de que se escribieran los Evangelios, ya habían aparecido varias Cartas apostólicas. Sólo el Apocalipsis sigue un orden cronológico: es el que cierra la Biblia y, a la vez, el último que se escribió.

También varía el orden actual de ubicación de los Libros del Antiguo Testamento según su versión.

- La Biblia Hebrea es una de las versiones. Sigue un orden que contiene tres partes: la Ley, los Profetas y los demás Escritos.

- La Biblia Griega, es una de las versiones que se usa en la mayoría de las Biblias y sigue el orden que ubica el AT dentro de cuatro partes: el Pentateuco, los Libros históricos, los libros proféticos y los libros poéticos o sapienciales.

En cuanto a los originales de la Biblia, se perdieron hace mucho tiempo, lo mismo que los originales de los grandes escritores de la antigüedad. Las copias más antiguas de casi toda la Biblia griega datan de los años 301 al 500 (siglos IV al V de nuestra era). De la Biblia hebrea completa, los manuscritos más antiguos son de los años 801 a los 1100 (siglos IX al XI). Pero entre los años 1947 y 1957 se descubrieron cerca del Mar Muerto 600 fragmentos del Antiguo Testamento que datan de la época de Jesús. Y del Nuevo Testamento también se conservan algunos fragmentos bastante cercanos a la época en que fueron escritos.

La Iglesia, instruida por el Espíritu Santo, se esfuerza por acercarse cada vez más a una mayor comprensión de las Sagradas Escrituras para poder alimentar continuamente a sus hijos con las enseñanzas divinas.

Muchos buscan en los Evangelios datos biográficos de Jesús, pero éstos no fueron escritos para dar datos históricos sino en orden a la trasmisión de las enseñanzas de Jesús y a la salvación de las almas. Por ello no se debe buscar lo que no hay.

viernes, 1 de julio de 2016

El año litúrgico

En una ocasión un joven compañero de oficina se sorprendió mucho cuando conversando con él le mencioné que la lectura que se realiza en la misa un día dado es la misma en todo el planeta. ¡Jamás lo había pensado! Ese es uno de los sentidos de católico o universal. Cuando asistimos a una Eucaristía, no somos solo 5 ó 50 ó 500, sino millones, por cuanto como cuerpo espiritual todos participamos alrededor del mundo de un mismo rito de adoración, alabanza, agradecimiento y solicitud.

Hace no mucho me encontré en un café Internet ayudándole a una señora a editar un documento que contenía una lista acerca de cómo leer toda la Biblia en un año. La había sacado de una página web protestante. Me pareció lamentable que lo que aconsejaba era un orden para leer en 365 días la Biblia, pero leyendo libros completos, uno tras de otro sin permitir de este modo enriquecerse en la comprensión de cómo “el Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo y el Antiguo es manifiesto en el Nuevo”[1].

Las iglesias protestantes tienen libertad de escoger la lectura del sermón de cada reunión semanal. Una ventaja de la estructura jerárquica y Magisterial de la Iglesia Católica es que siglos de meditación han llevado a conocer bien cómo se relacionan unos textos con otros y que expertos en el tema hayan propuesto una estructura de lectura de la Biblia en tres años, los llamados ciclos A, B y C, que son los que componen el ordo litúrgico. Cada día del año se lee una lectura del antiguo Testamento, un salmo y una lectura del Nuevo Testamento que tienen relación directa entre sí. Se deja en libertad al sacerdote de realizar su homilía o sermón de acuerdo a la realidad local, pero basada en la enseñanza de la Escritura. Que en todo el mundo, el mismo día se lea la misma palabra, se medite sobre ella y se ore en relación a ella nos une a todos los católicos como una real Iglesia “universal”.

La estructura de la lectura semanal es tal que en el Domingo se ubican los pasajes más significativos del Nuevo Testamento, de tal modo que la obligación de asistir a la misa dominical permite que lo esencial de la enseñanza llegue a todos los fieles. Los restantes días de la semana las lecturas son las de los versículos previos al de la enseñanza principal proclamada el día domingo y permite a los católicos a los que les es posible asistir a misa diaria ir meditando sobre la enseñanza principal que se realizará el día domingo. Cabe aclarar que el domingo hay una cuarta lectura, correspondiente a alguna de las cartas de Pablo, Pedro, Santiago o Juan.

Adicionalmente, todo consagrado, ya sea ordenado o laico, tiene la obligación de participar de la oración de la Iglesia o liturgia de las horas. Son siete horas: Oficio de Lectura, Laudes, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas[2]. No necesariamente debe participarse de todas, pero sí al menos de un par. En el Oficio de Lectura se incluye un himno, un salmo completo, alguna lectura de la Biblia y el correspondiente comentario por parte de alguno de los Padres de la Iglesia de los primeros siglos, lo cual es sumamente enriquecedor por cuanto se participa de la sabiduría de la Iglesia en sus raíces y de cómo la interpretación actual de las escrituras está acorde con la expresada por los primeros obispos, algunos de ellos discípulos directos de los apóstoles.

Algo que tenemos en cierta manera en común con algunos protestantes es la estructuración de la liturgia alrededor de un Año Litúrgico. El evento principal es la conmemoración de la Semana de Pascua que los católicos realizamos el domingo siguiente al plenilunio después del equinoccio de primavera[3]. De la víspera del jueves a la víspera del domingo se realizan ceremonias solemnes y únicas en el año cuyas lecturas recorren toda la historia de la Salvación, primero del pueblo judío y luego de su plenitud en el sacrificio y resurrección de Jesús.

Terminada la Semana Santa se inicia el tiempo de Pascua, en espera del día del Pentecostés, o venida del Espíritu Santo cincuenta días después, durante los cuales la lectura principal son los Hechos de los Apóstoles. El tiempo de Adviento inicia el cuarto domingo antes del día de Navidad. Es un tiempo de alegre espera y preparación para rememorar el nacimiento del Señor, pero sobre todo de la venida del Señor a cada corazón, hoy día y de espera de la Parusía, tiempo en el cual Jesús regresará con Gloria y Poder y Dios será todo en todos. Durante el tiempo de Adviento las lecturas se centran en esa espera esperanzadora y las profecías de Isaías son una lectura especial.

Para los católicos, Adviento es el inicio del calendario Litúrgico.

La celebración de la Navidad es un tema de especial desprecio por parte de los protestantes hacia los católicos. Suponen un signo de ignorancia por parte de los católicos pensar que Jesús nació el 24 o 25 de diciembre.

Lo cierto es que la fecha fue fijada arbitrariamente[4], pero tiene su razón de ser. En un mundo que era pagano y que apenas empezaba a ser cristianizado era necesario “crisitanizar” sus ritos paganos. En el solsticio de verano (21 de junio en el hemisferio norte) se celebraba una fiesta en que se encendían hogueras para darle fuerza al sol que a partir de aquel día iba perdiendo fuerza. El punto es que a partir de ese día los días se van haciendo más cortos por causa natural de la órbita planetaria alrededor del sol y la inclinación del eje de rotación de la Tierra respecto a ésta, es decir, el 20 o 21 de junio es el día más largo del año. El Evangelio de San Juan nos transmite un frase de Juan el Bautista: “Es preciso que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3, 30). Se “cristianizó” la fiesta pagana asociándola a San Juan Bautista, el cual a partir de aquel momento empezó a menguar para darle paso a la labor del Mesías. Hoy en día se llama Noche de San Juan o víspera de San Juan, aún entre los paganos que la celebran sin conocer el sentido de su nombre. La Iglesia lo celebra el 24 de junio.

Había una tradición antigua entre los judíos que decía que el día de la muerte de los grandes profetas coincidía con el día de su concepción. Si Jesús como el profeta por excelencia murió hacia el domingo siguiente al plenilunio después del equinoccio de primavera, su nacimiento bajo esa tradición sería hacia el solsticio de invierno, el día más corto del año, a partir del cual los días se empiezan a alargar, o como decían los antiguos, el día a partir del cual el sol empezaba a tomar más fuerza. Se trataba de un paralelismo con la fiesta de Juan el bautista muy diciente y atractivo. Además, de ese modo la fecha de rememoración del nacimiento de Juan el Bautista se ubicaba en seis meses previos al del nacimiento de Jesús, coincidiendo con la diferencia de edades, seis meses, según lo relatado por el Evangelio según San Lucas. Se decidió arbitrariamente celebrar el nacimiento de Jesús hacia dicha fecha. No por razones de exactitud histórica, sino en razón a ayudar a la salvación de las almas y de explicarles verdades que en aquella época de ignorancia astronómica e intelectual era más fácil explicar en símiles por medio de lo que se evidencia en la naturaleza, a la manera que lo hacía Jesús en su predicación.

La costumbre de representar el Portal de Belén en un pesebre con un buey, una mula y los pastores procede de una bella representación que realizó San Francisco de Asís en alguna villa en el siglo XIII. No se trata de un acto de fe en verdades que debamos creer. Es un acto de piedad que ayuda a rememorar el feliz momento en que llegó la plenitud de los tiempos y el Hijo de Dios se encarnó en la más absoluta precariedad. Es una excusa para reunir a la familia alrededor de dicha tradición y meditar en comunidad tan magno suceso.

El último domingo del tiempo de Navidad es la celebración de la Epifanía el 6 de enero. El tiempo de Navidad se prolonga hasta la víspera de la solemnidad del bautismo de Nuestro Señor e inicio de su ministerio público. En esa celebración dominical se inicia un tiempo ordinario en que debemos acercar las enseñanzas de Jesús a nuestras actividades cotidianas hasta el momento en que se inicia la Cuaresma, tiempo de arrepentimiento y preparación para la Semana Santa, siendo invitados los fieles a practicar de manera especial el ayuno, la limosna y la oración. El ayuno para acercarnos a nosotros mismos, la limosna para acercarnos al prójimo y la oración para acercarnos a Dios.

Hemos recorrido a grandes rasgos el año litúrgico católico.




[1] Agustín de Hipona: quoestiones in Heptateuchum 2, 73
[2] Tercia son las 9:00 am, Sexta mediodía, Nona las 3:00 pm y así sucesivamente.
[3] Oscila entre 22 de marzo y el 25 de abril.
[4] El más antiguo calendario eclesiástico de la iglesia de Roma llegado hasta nosotros es el extracto copiado por Furio Dionisio Filocalo hacia el año 354. El documento se remonta, no obstante, al año 336, y contiene la Depositio Martyrum romana y la Depositio Episcoporum romana, catálogo de los mártires y papas venerados en Roma a mediados del siglo IV. En la cabecera de la lista de los mártires figura una indicación preciosa: VIII Kal. lan.: Natus Christus in Betleem Iudae, la primera noticia existente sobre la fiesta de navidad el 25 de diciembre.