martes, 12 de julio de 2016

La separación de poderes entre la Iglesia y el Estado

El concepto de lo que es la separación de poderes entre la Iglesia y el Estado está siendo mal utilizado por los medios de comunicación. La presente reflexión intenta aclararselo al lector lego con el objeto de permitirle la toma de posición como ciudadano, sea creyente o no.

La separación Iglesia-Estado desde el punto de vista legal y político es un concepto por el cual las instituciones del Estado y las religiosas se mantienen disociadas. Debido al concreto ámbito histórico latinoamericano, haré referencia específica a partir de ahora a la Iglesia Católica. También deseo recalcar al lector que no debe confundir el Estado con el gobierno. El Estado es un concepto mucho más amplio que involucra la forma en la que se organiza la sociedad para poder funcionar mejor. Es la unión de la población, las instituciones públicas que la organizan (las ramas ejecutiva, legislativa y judicial, pero también el organismo electoral, la defensoría del pueblo, la contraloría, etc…) y la cultura. El concepto radica en que ni la Iglesia Católica interviene en los asuntos públicos, ni el Estado en cuestiones de fe. Cada parte tiene una autonomía para tratar los temas relacionados con sus esferas de influencia. El concepto también incluye que el Estado, como garante de la búsqueda del bien común y de la libertad individual, debe también ser garante de la libertad de culto.

La separación Iglesia-Estado es una de las medidas por las cuales se busca el establecimiento de un Estado laico o aconfesional, y hace parte del proceso de secularización de la sociedad frente a una realidad histórica que no fue así[1]. Con el término de “secularización del Estado” se hace referencia al proceso de pasar diversas instituciones y bienes de la esfera religiosa a la civil. La separación Iglesia-Estado está relacionada con la extensión de la libertad de culto a todos los ciudadanos, y se condiciona a partir de este derecho la relación entre el Estado y la Iglesia. Ocurre sobre todo en aquellos estados con religión de Estado u oficial que favorecían legal y/o informalmente una religión en detrimento de las demás[2].

Los Estados regulan las relaciones con la Iglesia Católica a través de tratados denominados concordatos que atañen a ámbitos de participación en la vida civil (enseñanza, matrimonios, divorcios, beneficencia, entierros, ...).

La idea implica que la Iglesia no debe involucrarse en política partidista. Es decir, no debe indicar por quién votar o por cuál partido votar, ni debe apoyar a un candidato o partido en particular. La razón de ello es porque la misión de la Iglesia es de orden trascendente, su objetivo es llevar a las personas a Cristo para que Él les de vida eterna; mientras que la de los partidos y la del propio Estado es inmanente, es decir, consiste en la búsqueda del bien común en la tierra.

Por esa misma razón, la Iglesia Católica no debe imponer sus leyes eclesiásticas al resto de la sociedad. Por ejemplo, no puede imponer una ley que obligue a todo el mundo a asistir a misa los domingos. Sólo por medio del buen ejemplo y la persuasión honesta es que los cristianos deben convencer a otros de que lo sean[3].

Por razón de su misión trascendente, la Iglesia Católica y otros credos sí pueden y deben intervenir en los asuntos de Estado en cuanto éstos involucren cuestiones de moral de carácter universal, es decir, aquellas cuestiones morales que son permanentes e independientes del contexto histórico y geográfico, y que todo ser humano debe siempre respetar, sea creyente o no.

“El orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política… Es propio de la estructura fundamental del cristianismo la distinción entre lo que es del César y lo que es de Dios, esto es, entre el Estado e Iglesia o, como dice el Concilio Vaticano II, el reconocimiento de las realidades temporales.”[4]

“La justicia es el objeto y, por tanto, también la medida intrínseca de toda política. La política es más que una simple técnica para determinar los ordenamientos públicos: su origen y su meta están precisamente en la justicia, y ésta es de naturaleza ética… Para llevar a cabo rectamente su función, la razón ha de purificarse constantemente, porque su ceguera ética, que deriva de la preponderancia del interés y del poder que deslumbran, es un peligro que nunca se puede descartar totalmente.”[5]

“En este punto, política y fe se encuentran. Sin duda, la naturaleza específica de la fe es la relación con el Dios vivo, un encuentro que nos abre horizontes mucho más allá del ámbito propio de la razón. Pero, al mismo tiempo, es una fuerza purificadora para la razón misma. Al partir de la perspectiva de Dios, la libera de su ceguera y la ayuda así a ser mejor ella misma.”[6]

Estamos en una época en que muchos miembros de la sociedad se ubican en posiciones extremas: por un lado quienes propugnan que la razón es incapaz de comprender la verdad, por tanto sólo existe lo que es útil o pragmático. Se trata del pragmatismo o relativismo. Pero la naturaleza de la razón del hombre, su capacidad de raciocinio, lo lleva a buscar la verdad. El relativismo esclaviza al hombre, porque le impide desarrollar su natural búsqueda de la verdad. Sólo la verdad libera al hombre. Afirmar dictatorialmente que “todo es relativo” es una contradicción en sí misma[7].

En el otro extremo están los racionalistas puros que pretenden que son capaces de abarcar todo con la razón. Niegan la existencia de Dios por cuanto es un ser más grande que la razón. No obstante, lo cierto es que la razón del hombre es capaz de darse cuenta de que fue creada y de ahí que se abra, de manera natural, a la trascendencia. No hacerlo implica negar la razón y entrar en contradicción[8].

Ambas posiciones intentan evitar que la Iglesia exponga a la luz de la moral sus puntos de vista en foros públicos, científicos y legislativos por considerar que se inmiscuyen en temas por fuera de su ámbito natural de acción. Pero esa es una apreciación incorrecta que los ciudadanos debemos evitar. La persona humana es el gran destinatario tanto de la acción estatal que busca el bien común como de las enseñanzas de la Iglesia que buscan mostrar a los hombres y mujeres de todo tiempo su naturaleza trascendente y su destino eterno.

Cuando la razón secular no es capaz de fundamentarse en una verdadera humanidad termina en la violencia, pierde su racionalidad y conduce al nihilismo que lleva en sí una dinámica autodestructiva. Esto ocurre cuando quienes dirigen el Estado no saben quién es el hombre y tampoco son capaces de conducirlo a su fin, por cuanto también les es desconocido[9].

Todas las esferas de la vida humana tienen una dimensión moral ya que la moral es el modo de vivir que respeta y realiza el bien de la persona y en toda actividad humana ese bien está en juego[10]. Conmino al lector a no dejarse confundir. Una discusión acerca de temas fundamentales en los que se ve involucrada la ética universal o moral natural, es un asunto que atañe directamente a los credos y es lícita y necesaria su participación para dar luz a la sociedad acerca de hacia dónde se está dirigiendo[11].

(Continúa)



[1] Conceptos extraídos de Wikipedia.
[2] La historia de las naciones muestra muy diversos ejemplos de la unión de la Iglesia y el Estado y sus consecuencias negativas para una y otro. La Iglesia Católica apoya fehacientemente dicha separación (por ejemplo ver Gaudium et Spes del Concilio vaticano II) siempre que no implique la eliminación de lo trascendente y del derecho a la libertad de culto por considerarlo como limitante del espíritu humano.
[3] Primera carta de Pedro, capítulo 3, versículo 15 (I Pe 3, 15)
[4] Carta Encíclica Deus Caritas Est. Benedicto XVI. Ediciones Paulinas. 2005. Pag 45-46.
[5] Ibid
[6] Ibid
[7] Para quien no halle evidente la contradicción, piénselo: no se puede afirmar que “todo” es relativo, porque “todo” implica que la afirmación dada no es una verdad sino que depende de si el oyente la acepta o no la acepta. A su vez, si “todo es relativo”, excepto el postulado básico, entonces no “todo” es relativo.
[8] Pablo Domínguez Prieto, sacerdote diocesano, filósofo y teólogo español, decano de la Facultad de Teología San Dámaso de Madrid en exposición sobre la búsqueda de la verdad y crisis de la razón, extraído de https://www.youtube.com/watch?v=7O1_f7zM054 en abril de 2015.
[9] Javier Martínez, doctor en Filosofía y Lenguas Semíticas, arzobispo de Granada.
[10] La universalidad de algún sistema moral es uno de los objetivos de la ética-objetiva cuyo contenido o efecto no se considera relativo ni subjetivo, sino efectivo y aplicable para todo hombre racional bajo un contexto determinado, siempre y cuando el agente capaz de comportamiento pueda actuar de manera racional, entendido como aquello en lo que todos los seres humanos puedan estar de acuerdo cuando decidan buscar un comportamiento moral específico que se juzgue "de bien" o "correcto", que mantenga o cause aceptable calidad de vida o evite alguna consecuencia inconveniente, y que surja a causa de la repetición de ciertos comportamientos probables para la humanidad (extraído de Wikipedia).
[11] No significa que sea la única luz que hay que consultar, pero sí es lícito y necesario consultar dicha luz.

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