viernes, 22 de julio de 2016

I. Creados a imagen y semejanza de Dios

Mil veces hemos escuchado que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios (Gen 1:26). Como con muchas cosas de Dios, es difícil responder en qué manera somos imagen y semejanza de Él, ya sea en lo corporal, ya sea en lo espiritual. A continuación daremos algunos esbozos de lo que los teólogos y las escrituras nos dicen al respecto.

Dios es amor


La primera carta de Juan, capítulo 4 nos dice: “Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.” Pero, ¿cómo es ese amor?. Podemos caracterizarlo como total, eterno, libre, fiel y fecundo[1].

Total y Eterno: «Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga la Vida eterna» (Jn 3:16). No sólo el Padre es quien entrega a su Hijo unigénito, es el hijo quien se entrega haciendo la voluntad del padre (Sal 40: 8-9; Lc 22: 42). Si es total, es para siempre. Si no es para siempre, no es total.

 Libre: Dios nos ama sin merecimiento por parte nuestra. No somos bellos ni perfectos, ni le podemos ofrecer a Dios algo que Él no tenga. Nos ama sin condicionamientos, nos ama libremente.

Fiel: La fidelidad está ligada a la fe. Fiel es el que tiene fe. La fe consiste en la confianza depositada en Dios o en una persona. La fe exige una respuesta convencida y estable a la que llamamos precisamente fidelidad. Dios es el primero que es "el siempre fiel" (Isaías 49:15; Josué 23:14; I Pedro 4:19). La fidelidad en el ser humano consiste en una respuesta permanente a un compromiso dado, a una alianza, a un pacto[2].

Fecundo: «He venido para que tengan Vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10). «No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero» (Jn 16:16) «El que permanece en mí y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí nada pueden hacer» (Jn 15:5)

El Señor nos invita a que reflejemos su amor, pues al amor hemos sido llamados[3]. La plenitud de nuestro deseo de amar y ser amados se logra cuando nuestro amor es como el de Dios: total, eterno, libre, fiel y fecundo.

El amor humano no puede ser total si tiene fecha de vencimiento: te amo por dos años... o hasta que me canse... o consiga otra/otro mejor.... Por eso el compromiso mutuo es "hasta que la muerte nos separe". No pueden haber aventuras amorosas, porque se traiciona la fidelidad. No puede haber anticonceptivos porque debemos estar abiertos a la fecundidad. Y, por supuesto, no debe estar mediado por situaciones en que "lo que me da" es lo que me une, o mientras las circunstancias favorables estén presentes. La libertad exige amar sin esperar nada a cambio.

Dios es una comunidad de amor


Con la presencia de Jesús se manifiesta de manera clara el Misterio Trinitario de Dios: tres personas y un solo Dios.

La Anunciación relatada en el primer capítulo del Evangelio según San Lucas, en sus versículos 30 a 32 dice: “El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo… »”, y en el versículo 35: “«El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios.»”. También se manifiesta dicha comunidad trinitaria de amor en el siguiente pasaje sobre lo que le fue manifestado a Juan el Bautista: “Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz que salía de los cielos decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco.»” (Mateo 3: 16-17).

San Pablo en la primera carta a los Corintios 11: 3 esboza una triple analogía entre la Trinidad, la Iglesia y nosotros los hombres, abriendo paso a una teología trinitaria: “Sin embargo, quiero que sepáis que la cabeza de todo hombre es Cristo; y la cabeza de la mujer es el hombre; y la cabeza de Cristo es Dios.” Primero expone la relación entre Cristo y la Iglesia, luego entre el varón y la mujer y finalmente entre Dios padre y Dios hijo.[4]


En el Credo decimos: “Creo en el Espíritu Santo, engendrado, no creado, que procede del Padre y el Hijo, y que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria”. Es decir, Dios Padre amó a Dios Hijo, y Dios Hijo correspondió al amor de Dios Padre, y de ese mutuo amor se engendra el Espíritu Santo, aliento vital del amor humano que quiere ser total, eterno, fiel, libre y fecundo.

La exégesis que Juan Pablo II realiza acerca de los capítulos primero y segundo del libro del Génesis profundiza acerca de la creación del ser humano y de cómo Dios nos creó varón y mujer. La Iglesia nos enseña cómo el varón ama a la mujer y la mujer corresponde al amor del varón y de ese mutuo amor se engendran los hijos en un paralelo con el amor trinitario. Hemos encontrado dos semejanzas de la creatura con el Creador: la familia como comunidad de amor y la procreación como manifestación de la participación humana en la creación, por designio de Dios.

El numeral 2331 del Catequismo de la Iglesia Católica publicado bajo el pontificado de Juan Pablo II expone: “Dios es Amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor; creando al hombre a su imagen, Él ha inscrito en la humanidad del varón y la mujer la ‘vocación’ y por lo tanto, la capacidad y la responsabilidad del amor y la comunión”. El numeral 2335 añade: “La unión del varón y la mujer en el matrimonio es una forma de imitar en la carne la generosidad y la fecundidad del Creador”.



[1] Se toman como adjetivos suficientes éstos por dos razones significativas: los utiliza Pablo VI en su Encíclica Evangeli Vita y corresponde a las promesa que se hacen mutuamente un hombre y una mujer el día de su matrimonio.
[3] Numeral 1604 del Catecismo de la Iglesia Católica.
[4] El Misterio de las Bodas, Trinidad, Iglesia, Familia. Triple Analogía. P. Fernando Umaña. Ediciones Nuestra Señora del Paraíso. 2000.

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