Para ilustrar la esfera común entre la Iglesia y el Estado, abordemos un tema de actualidad. Suponga un
Proyecto de Ley que permita el aborto.
El relativismo, mencionado en la entrada anterior, ha
permeado la sociedad contemporánea. Niega la existencia de una moral invariable y aplicable en un sentido universal,
la que también se denomina Ley natural.
Por ejemplo, el precepto “no matarás” siempre ha existido en todas las culturas
y religiones. Es un asunto de lógica de convivencia y supervivencia. Negarlo va
en contra de nosotros mismos como especie. De la Ley natural se deriva el Derecho Natural como teoría ética y jurídica que defiende la existencia de derechos del hombre fundados o determinados en la naturaleza humana, universales, anteriores y superiores (o independientes) al ordenamiento jurídico positivo y al derecho fundado en la costumbre o Derecho consuetudinario[1].
El relativismo plantea que la
visión de que el no-nacido es una persona humana es una visión del
cristianismo, pero que no es la visión del no creyente. Dicha perspectiva es
muy peligrosa, porque, por ejemplo, abre la posibilidad de que por definición relativista
los niños ya nacidos, pero menores de tres meses no son persona y por tanto
sería lícito matarlos.
Los medios de comunicación y los
legisladores que defienden el proyecto de ley podrían también contra argumentar
que la posición oficial de la Iglesia contraviene la separación de poderes
entre la Iglesia y el Estado. Es una falacia[2] ya que las enseñanzas de la Iglesia buscan mostrar a los hombres y mujeres de todo tiempo el valor del ser humano por el mismo hecho de serlo, es decir, por la intrínseca dignidad de todo ser humano, cuestión
moral y trascendente.
El derecho natural plantea que hay
actos esencial y gravemente malos y que por tanto nunca deben ser realizados, por ejemplo que no se debe permitir el asesinato o la muerte de un ser humano pudiendo evitarse. Debe
ser un principio no negociable. La alternativa relativista es una sociedad que
lo negocie a cambio de enunciados relativos como el “bienestar” y la “calidad
de vida”, que son determinados por la posición de poder de unos seres humanos
sobre otros.
Los relativistas acusan a quienes
defienden las leyes naturales de autoritarios y sectarios por querer imponer su
propia visión. Pero es una falacia. Los relativistas no tienen tesis capaces de
refutar los argumentos de la Ley Natural, y pasan a descalificar a quienes la
defienden. Pretenden acabar con la premisa arguyendo en contra de quién es el emisor de ésta. Es decir, cometen
la falacia de desacreditar un argumento menoscabando a la persona que lo defiende,
señalando una característica o creencia impopular acerca de esa persona. En
lógica se conoce como argumento ad hominem, del latín, “contra el hombre”.
En el ejemplo concreto que
estamos explorando, se intenta destruir el argumento de que el aborto es el
asesinato de una persona aún no nacida, desacreditando a los defensores
pro-vida con el argumento de que tienen una creencia religiosa que los lleva a
sostener dicha posición. La fe de una persona es un hecho que no contradice el
acto moralmente malo de matar.
Relativistas e iusjuristas
consideran adecuado el aborto como medio de mitigar el costo social y familiar de atender a un niño con deficiencias
físicas o mentales, o del costo personal
en la calidad de vida de la mujer que sacrificaría
estabilidad psicológica o emocional en caso de quedar esperando un niño en
circunstancias no ideales para la madre. He ahí el peligro. Al eliminar el
considerando ético de la dignidad intrínseca de la persona humana, es decir, de
la dignidad que tenemos independientemente del valor que se nos atribuya en
cada situación específica, se pasa a abordar conceptos de “costo social” o “derecho
sobre el propio cuerpo” o “afectación a la salud física, o psicológica” y toda
otra serie de aparentes derechos de la persona y bienes para la sociedad.
Pero la Iglesia también argumenta
desde la razón. Desde la razón, los únicos que pueden dictaminar de una manera científica
desde qué momento un cigoto, un embrión o feto es un ser humano son los
embriólogos, y en todos los libros de texto escritos por reconocidos
embriólogos se dictamina que desde el momento de la concepción el cigoto es constitutivamente
un ser humano[3].
Una mujer que en circunstancias negativas recibe la noticia de que está embarazada, no tiene una posición emocional estable como para medir las consecuencias éticas de segar una vida. El
médico que apoya el asesinato de ese bebé, tal vez no ejecutando el aborto, sino apoyándolo con un dictamen médico para que se realice el procedimiento, va en contraposición de la ética de su profesión que es preservar la vida. Los legisladores y juristas que apoyan el aborto van en contra de la razón de ser de la ley que debe defender a los más débiles.
Desde el punto de vista
filosófico, expongo una argumentación de entre varias que hay: “La naturaleza es el
sustrato ontológico básico del cual derivan todas las características
esenciales de algo, así como todas sus facultades operativas, y todas sus
acciones u operaciones. Baste pensar que del núcleo metafísico más profundo del
cigoto brota la energía y la finalidad que da origen al maravilloso desarrollo embrional
hasta el nacimiento y por mucho tiempo después del mismo. Todo lo que un día
caracterizará al ser humano adulto está en potencia ya cuando se han fusionado
el óvulo y el espermatozoide. Eso sólo puede ser si lo que lo hace “humano” sin
más, es decir, su naturaleza, su “humanidad básica”, no está en potencia, sino en acto, y eso incluye, no el ejercicio
actual de su facultad intelectiva, sino la naturaleza racional de la cual
brotará, en su momento, dicho ejercicio. Por otra parte, es sabido que la generación
consiste en la trasmisión de la naturaleza de los padres a los hijos. Pero la
naturaleza de los padres del cigoto humano, es la naturaleza humana, que es
racional. Luego, el cigoto tiene naturaleza racional. Luego, el ser humano es
persona desde la misma concepción.”[4]
En definitiva,
defender la vida de los niños no nacidos tiene que ver con la moralidad de la
sociedad y atañe tanto al Estado como a los credos.
[1] Wikipedia. El concepto de Derecho
positivo está basado en el iuspositivismo, corriente filosófico-jurídica que
considera que el único derecho válido es el que ha sido creado por el ser
humano y por tanto a quien lo practica le da igual lo justo o injusto de la
aplicación de una norma: el jurista simplemente se limita a acatar lo dictado
por la misma (extraído de Wikipedia).
[2] En lógica, una falacia
(del latín fallacia, ‘engaño’) es un argumento que parece válido, pero no lo
es.
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