martes, 16 de agosto de 2016

V. El pecado original

Las ideologías del mundo que nos ofrecen sucedáneos son espejismos que satisfacen de manera momentánea nuestra química corporal o cerebral. Pero en seguida la dinámica de esta química pide más, nunca siendo saciada y nos envuelve en las adicciones, el dolor, la ambición desmedida por el querer tener y el poder tener.

El pecado original consistió en darle la espalda al amor de Dios y considerar que no lo necesitaríamos al hacernos como Él. Una de las consecuencias fue la tergiversación del significado del cuerpo. Mientras para el hombre original el cuerpo era la manifestación visible de realidades invisibles como por ejemplo la capacidad que tenemos de expresar el amor entregándonos al otro y valorándolo por sí mismo, no por lo que me pueda dar, para el hombre histórico, es decir, el ser humano después de la pérdida de la inocencia originaria, pasa a ver al otro como objeto del deseo: ya sea mediante la concupiscencia de la carne, de los ojos o la soberbia de la vida, como menciona San Juan en I Jn 2, 16.

En sentido etimológico, la ‘concupiscencia’ puede designar toda forma vehemente de deseo humano. La teología cristiana le ha dado el sentido particular de un movimiento del apetito sensible que contraría la obra de la razón humana.

Juan Pablo II nos dice que “en el ser humano, porque es un ser compuesto de espíritu y cuerpo, existe cierta tensión, y se desarrolla una lucha de tendencias entre el ‘espíritu’ y la ‘carne’. Pero, en realidad, esta lucha pertenece a la herencia del pecado. Es una consecuencia de él, y, al mismo tiempo, confirma su existencia. Forma parte de la experiencia cotidiana del combate espiritual: para el apóstol no se trata de discriminar o condenar el cuerpo, que con el alma espiritual constituye la naturaleza del hombre y su subjetividad personal, sino que trata de las obras -mejor dicho, de las disposiciones estables -, virtudes y vicios, moralmente buenas o malas, que son fruto de sumisión (en el primer caso) o bien de resistencia (en el segundo caso) a la acción salvífica del Espíritu Santo. Por ello el apóstol escribe: ‘si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu’ (Ga 5, 25)”.

La radical ideologíade la sexualidad que pequeños pero muy influyentes lobbies han ido introduciendo en las leyes y las cartas de navegación de las entidades encargadas del control de la salud y la educación reivindica la creación[1] de unos falsos derechos sexuales y reproductivos que invitan a la población a dejarse llevar por el deseo y participar en cualquier tipo de actividad sexual, la cual, mientras sea consentida libremente debe ser respetada so riesgo de ser acusado de intolerancia.

Dicho lobby, en contra de la verdadera santa sexualidad, ha ido desarrollándose por vías legales en pasos sucesivos[2]:

  • Sexualidad sin matrimonio: el amor libre de la revolución sexual derivó en el reconocimiento de la unión libre en pro de conceder unos derechos adquiridos por la convivencia “de hecho”.
  • Sexualidad sin la apertura a la vida: la legalidad de los métodos anticonceptivos y abortivos en pro de ayudar a las víctimas de la violación, o “la carga” de cuidar a un niño nacido con defectos físicos o mentales o “la carga” de un hijo nacido de un amor adolescente e inconsciente.
  • Sexualidad sin amor: la consolidación legal de la prostitución y la pornografía como realidad que la ley debe “legislar” para evitar que se prive de derechos a las trabajadoras sexuales en el primer caso y de regular un mercado que debe restringirse a “los mayores de edad” en el segundo.
  • Producción de hijos sin relación sexual: la legalidad de la inseminación artificial y el alquiler de vientres, en pro de permitir el avance de la ciencia o el derecho a la familia para aquellos que no han podido tener hijos.
  • Separación de la sexualidad de la persona: la promulgación de la ideología de género como un derecho por sí mismo, así vaya en contra de la propia ley natural, la tradición jurídica o los estudios científicos, en pro de ampliar los derechos de una minoría, menoscabando los derechos de una mayoría.
El libre albedrio lo reducen a poder elegir cuándo, cómo y dónde realizar las actividades sexuales. Dicha ideología vendida de especial manera a la juventud no considera válida la posibilidad de reservarse para donarse por entero en fidelidad, aún antes de conocerlo, a aquel que ha de hacerse una sola carne conmigo en el sacramento del matrimonio. Va en contra de la posibilidad de plenificar el Amor de Dios en nosotros para hallar la felicidad en la tierra y en el cielo.



[1] Los derechos son proclamados, no creados. Se proclama lo que ya existe, pero no se pueden “crear” derechos.
[2] Pasos a partir de la Conferencia “Hacia la Comprensión de la Homosexualidad” de María Cecilia Henao del lunes 19 de mayo de 2014, organizado por Red Familia Colombia.

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