martes, 2 de agosto de 2016

II. La vocación al matrimonio. La vida religiosa.

El evangelio según San Mateo, en su capítulo 19, nos relata que Jesús a continuación de remitirnos al principio (Génesis 2, 24) para ver cómo es el matrimonio en el Plan de Dios, añade que hay hombres que se han hecho célibes por el Reino de los Cielos. Se trata de otro tipo de llamado al matrimonio, en esta ocasión con la Iglesia. Juan Pablo II expone cómo aquellos que de manera libre y voluntaria aceptan el llamado al celibato por el Reino de los Cielos preservan la verdad integra de su humanidad sin perder en el camino ninguno de los elementos esenciales (ya presentados) del llamado de la persona a ser imagen y semejanza de Dios.

“¿Cómo es posible esto? Buena pregunta. Nuestra bendita Madre, María de Nazaret hizo la misma pregunta por primera vez ante el extraordinario plan al que Dios la había destinado. Y la respuesta que recibió María de Dios Todopoderoso es la misma que nos da a nosotros: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti porque para Dios nada es imposible»”[1].

Juan Pablo II expone en su libro La Vocación que “La llamada de Jesús «Ven y sígueme» es una declaración de amor. Nuestra respuesta es entrega, amistad, amor manifestado en la donación de la propia vida, como seguimiento definitivo y como participación permanente en su misión y en su consagración. Decidirse es amarlo con toda el alma y con todo el corazón, de forma que ese amor sea la norma y el motor de nuestras acciones”[2]

“La vocación religiosa es un don libremente ofrecido y libremente aceptado. Es una profunda expresión del amor de Dios hacia vosotros y, por nuestra parte, requiere a cambio un amor total a Cristo. Por tanto toda la vida de un religioso está encaminada a estrechar el lazo de amor que fue primero forjado en el sacramento del bautismo”[3].

Explorando cómo se expresa la femeneidad en la vida religiosa, Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), monja carmelita, reflexionó que hacerse toda de otro para poseer a ese otro es el deseo más profundo del corazón femenino porque está naturalmente orientado hacia el otro. Sólo Dios es capaz de aceptar ese don ilimitado y aceptarlo en manera que no se pierda el alma sino que la gane. El principio de la vida religiosa es el pleno don de sí misma y la única vía posible donde tienen cumplimiento los deseos femeninos. Renunciar a toda posesión, a todo tipo de ligamen y unión humana y vital y a la renuncia de la propia voluntad.

Juan Pablo II dijo que le era grato reafirmar con fuerza el papel eminentemente apostólico de las monjas de clausura. Dejar el mundo para dedicarse -en la soledad- a una oración más profunda y constante no es más que una forma particular... de ser apóstol.

“«Haced lo que Él os diga». En estas palabras María expresa, sobre todo, el secreto más profundo de su vida. En estas palabras está toda Ella. Su vida, de hecho, ha sido un «Sí» profundo al Señor. Un «Sí» lleno de gozo y de confianza”[4];. María fue la primera consagrada a servir y a amar a Jesús.

------------------------------

[1] La Vocación explicada por Juan Pablo II. Pedro Beteta. Ediciones Palabra. Madrid. 2011.
[2] Ibid
[3] Ibid
[4] Ibid

No hay comentarios.:

Publicar un comentario