martes, 28 de junio de 2016

Las Indulgencias

Otro punto de conflicto son las indulgencias. Incluso los propios católicos confunden a qué hace referencia el término. Las indulgencias NO perdonan los pecados. La indulgencia es el perdón de la pena merecida por el pecado ya perdonado[1].

El Señor relata una bella parábola denominada de los dos deudores o del deudor de los 10,000 talentos. Se encuentra en Mateo 18:23-35. Sólo transcribiré los primeros cinco versículos: “«Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía 10.000 talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuese vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagase. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía: ‘Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré.’ Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó en libertad y le perdonó la deuda.”

El rey fue indulgente con el deudor. El rey estaba en su derecho de aplicar justicia, pero la parábola presenta la misericordia de Dios. Podía haberle perdonado los intereses como hacen los bancos o la oficina de impuestos cuando se sienten magnánimos. Los más desprendidos podrían haber pensado que le perdonara el 90% de la deuda. Pero Jesús presenta la misericordia de Dios: lo dejó en libertad y le perdonó la deuda. La Iglesia debe ser digno representante de la misericordia de Dios.
Las indulgencias están en intima relación con el sacramento de la Reconciliación. Las indulgencias las otorga la Iglesia en virtud del poder que tiene de "atar y desatar", dado por Jesucristo (Mt. 16, 19). Es necesario declarar que no se venden, que la Iglesia las otorga al pecador arrepentido, una vez que se confesó y comulgó, que hizo el propósito de evitar el pecado, que cumplió con las obras prescritas para ganar el perdón y que cumple con las obras prescritas para ganar la Indulgencia. Su intención es el arrepentimiento y la conversión del pueblo de Dios, por tanto, apuntan a que el cristiano católico crezca en su vida de fe y gracia, mejorando su relación con Dios y con los hermanos. Evitan o acortan el tiempo del purgatorio, antesala en la que se purifican las almas arrepentidas antes de entrar al Cielo porque ante la presencia de Dios Padre el hombre debe llegar sin mancha alguna, pero no perdonan los pecados, ni libran a nadie de la condenación eterna.

viernes, 24 de junio de 2016

La infabilidad del Papa

Un punto que no es comprensible para la mayoría de los que están por fuera de la Iglesia católica es la “infabilidad” del Papa. De hecho, tampoco es entendida por muchos católicos. La historia nos demuestra que la Iglesia católica ha tenido Papas moralmente reprobables e incluso simpatizantes de gravísimos errores. Pero nunca la Iglesia ha enseñado como tal una herejía, un error o una inmoralidad. Jesús prometió que el Espíritu Santo velará siempre por la Iglesia como faro que ilumine a los hombres en su caminar por la tierra.

¿Cómo conjugar dos cosas que parecen opuestas? El punto es que cualquier miembro de la Iglesia católica puede dar su propia opinión en cuestiones doctrinales y equivocarse en ellas. Los cardenales pueden dar su propia opinión y equivocarse. El Papa puede dar su propia opinión y equivocarse. Una cosa es hablar en nombre propio y otra hablar en nombre de la Iglesia.

En cada Eucaristía diaria que se celebra en cualquier punto del planeta, los fieles oran por el Papa. Las múltiples comunidades cuya única función para con la Iglesia es la oración y adoración a Dios, situadas en remotos sitios y distribuidas por todo el orbe[1], oran incesantemente por el Papa. La oración de los miembros de la Iglesia sostiene al Papa[2]. Y la misericordia de Dios lo guía.
Una cosa es hablar como fulano de tal, nacido en un contexto particular y una historia particular y otra es hablar a los fieles de la Iglesia pertenecientes a todas y cada una de las culturas y tradiciones de la Tierra cuestiones relacionadas con la doctrina. Las palabras son diferentes, la responsabilidad es diferente y el efecto es diferente. Por ello debemos entender que la infabilidad está relacionada con esa responsabilidad y esa cátedra doctrinal.

Cuando la Iglesia Católica habla de infabilidad habla de que el Espíritu Santo asiste de manera especial al Papa cuando se cumplen las siguientes cuatro condiciones simultáneamente:

1) que habla explícitamente como Pastor y Doctor de la Iglesia, y
2) está enseñando a toda la Iglesia universal, y
3) enuncia que hace uso de toda su autoridad, y
4) enuncia que es sentencia última e irrevocable en materia de fe o de costumbres.

En cualquier otro caso que se salga de dichos parámetros, el Papa se puede equivocar como nos equivocamos todos cada día.

Por eso en la oración personal y comunitaria la Iglesia nos invita a orar porque el Señor se digne conservar en la santa religión al Sumo Pontífice y a todos los demás eclesiásticos. Nosotros nada podemos. En Dios todo se puede.

Un ejemplo de texto que cumple las cuatro condiciones es una frase de la carta apostólica Ordinatio Sacerdotalis sobre la ordenación sacerdotal reservada solo a los hombres. En ese texto el Papa Juan Pablo II señala que “con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos, declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia”.



[1] La vida monacal fue suprimida por el protestantismo, de tal modo que estos lugares de contemplación y oración son exclusivos del catolicismo. Es usual que cada hermana de un monasterio de clausura “adopte” a uno o más sacerdotes para orar por él y su ministerio. Como dato curioso, en la iglesia anglicana hay comunidades de vida monástica y el monasterio de Taizé en Francia lo inició un protestante suizo, pero con orientación ecuménica en el sentido de que aceptaba diversas confesiones, pero hoy muchos protestantes lo miran como "muy católico". María, la hermana de Lázaro, se quedaba a los pies de Jesús en actitud de contemplación y escucha de su palabra. Esta es la inspiración para las comunidades contemplativas, si bien la primera real contemplativa fue María, quien dedicó su vida por entero al servicio de Jesús.

[2] Entre otras opciones, la meditación del Rosario, realizada diariamente por millones de católicos, contempla siempre incluir en la súplica de intercesión una oración por el Papa y sus intenciones para con la Iglesia.

martes, 21 de junio de 2016

La Intercesión

Intercesión, por definición, significa hablar en favor de alguien para conseguirle un bien o librarlo de un mal. Cuando oramos a Dios por alguna persona estamos de alguna manera intercediendo por esa persona. Esa es la intención de la oración.

En Lucas 7, 1-10 nos relatan: “Cuando hubo acabado de dirigir todas estas palabras al pueblo, entró en Cafarnaúm. Se encontraba mal y a punto de morir un siervo de un centurión, muy querido de éste.  Habiendo oído hablar de Jesús, envió donde él unos ancianos de los judíos, para rogarle que viniera y salvara a su siervo. Estos, llegando donde Jesús, le suplicaban insistentemente diciendo: «Merece que se lo concedas, porque ama a nuestro pueblo, y él mismo nos ha edificado la sinagoga.» Iba Jesús con ellos y, estando ya no lejos de la casa, envió el centurión a unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo, por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro. Mándalo de palabra, y quede sano mi criado. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: "Vete", y va; y a otro: "Ven", y viene; y a mi siervo: "Haz esto", y lo hace.»

Al oír esto Jesús, quedó admirado de él, y volviéndose dijo a la muchedumbre que le seguía: «Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande.» Cuando los enviados volvieron a la casa, hallaron al siervo sano.”

Es una bella historia en que los ancianos de los judíos hablaron a favor del centurión y de su criado, es decir, intercedieron por ellos. Y resultado de su misión, Dios sanó al enfermo.

¿Quién sanó al enfermo? ¿Dios Padre?, ¿Dios hijo?, ¿Dios Espíritu Santo? Es una pregunta importante porque otro de los argumentos protestantes en contra de la intercesión es que en la primera carta de San Pablo a Timoteo (2, 1-6) y en la carta a los Hebreos (7, 21-25) habla de Jesús como “único mediador”. Y efectivamente así es, Dios Hijo es el único mediador ante Dios Padre, pero hacía referencia a “la salvación”. Pero valgamos que hiciera referencia a todo. El caso es que en las escrituras María, su madre, intercedió ante Jesús por los recién casados de la boda de Caná. Por tanto, sí existe la mediación ante Dios Hijo. Y la de María es bíblica. El milagro del agua convertida en vino lo realizó Dios, pero quien estuvo atenta a las necesidades de los recién casados fue María y fue ella la que intercedió por ellos.

También el libro de los Hechos de los apóstoles nos relata que ya habiendo partido Jesús a los cielos: “Había allí, sentado, un hombre tullido de pies, cojo de nacimiento y que nunca había andado. Éste escuchaba a Pablo que hablaba. Pablo fijó en él su mirada y viendo que tenía fe para ser curado, le dijo con fuerte voz: «Ponte derecho sobre tus pies.» Y él dio un salto y se puso a caminar.” (He 14, 8-10). El milagro no lo hizo Pablo, lo hizo Dios, pero fue Pablo el que intercedió por el tullido. No le solicitó al tullido que él fuera quien le pidiera a Jesús.

Un punto de discusión con los protestantes es el de la capacidad de intercesión por parte de seres queridos que han muerto. El principal argumento católico a favor está ubicado en los libros deuterocanónicos, específicamente en el segundo libro de los macabeos. Estos libros no los aceptan los protestantes por las razones que se han expuesto. Pero si aceptamos que los seres vivos pueden interceder ante Jesús, ¿lo pueden hacer los muertos? ¿Quién está más vivo, nosotros peregrinando en este mundo o los justos que ya contemplan la visión beatífica en el paraíso?

En el cielo no existe el espacio ni el tiempo, por tanto los justos, que los católicos llamamos iglesia triunfante, están en presencia de Dios sin limitación de tiempo y espacio, en un eterno presente. ¿Pueden escuchar nuestras oraciones y hablar a favor nuestro? En el Evangelio de San Marcos nos relatan que en un alto monte “… se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús.” (Mc 9, 4) y Santiago 5, 16 nos dice “La oración ferviente del justo tiene mucho poder”.

¿Por qué pedir intercesión y no hablarle directamente a Dios? La delicadeza de conciencia hace que humildemente le solicitemos que hable a favor nuestro ante Dios a alguien a quien consideramos digno. “No soy digno de que entres bajo mi techo, por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro

Los católicos consideramos dignos ante Dios a la Virgen María y a los santos así reconocidos por el Magisterio de la Iglesia. Por ello pedimos su intercesión. Ellos no son quienes conceden la gracia, pero la gracia sí llega por su intercesión, porque ellos piden con la seguridad de que la gracia será concedida.

A partir de http://www.apologeticacatolica.org/Santos/Santos06.htm consultada el 8 de febrero de 2015.

viernes, 17 de junio de 2016

La veneración por María

Un tercer argumento en contra de los católicos es la veneración que sentimos por María. Dicen que la “adoramos”.

Nosotros la honramos porque Dios fue el primero en honrarla. Lo cierto es que sólo el hecho de haber sido escogida por Dios para la encarnación de su hijo unigénito ya la hace merecedora de un tratamiento especialísimo por todas las generaciones. Es lo que se llama respecto en sumo grado o veneración. La misma que sentimos por la madre de un amigo o maestro al que admiramos o se ha sentido por las madres de grandes hombres como Nelson Mandela o Gandhi. Muy difícilmente un hombre tiene grandes principios si no ha tenido una semilla de tales virtudes en su propio hogar.

María ya fue saludada por el arcángel Gabriel como “Alégrate llena de gracia, el Señor está contigo” aún antes de que la concepción divina se hubiese dado. De hecho, la llamó “plena de gracia”. Por tanto la plenitud de la gracia de Dios en ella era previa a ser sagrario de Dios Hijo. Y el arcángel no obró por cuenta propia. Era un “enviado”, así que sus palabras no eran las de él mismo, sino una mera transmisión de las que Dios Padre le ordenó transmitir.

María ya tenía una fe confiada en su hijo aún antes de iniciar Jesús sus signos milagrosos en su ministerio público. En la boda de Caná ella ya confiaba en lo que podía hacer su hijo y organizó todo para que no hubiera infortunio en un matrimonio que apenas empezaba. Su fe era previa a aquella que surgió en los discípulos luego de que Jesús apoyó su prédica con signos sensibles del poder de Dios.

Abraham es el padre de la fe en el Antiguo Testamento. Lo demostró en que creyó en el anuncio de una tierra prometida y salió de la mayor o menor comodidad que tenía como pastor en la tierras de Mesopotamia donde se desarrollaba la primera civilización hacia un lugar incierto en un viaje largo y peligroso. Lo demostró en que aceptó en ofrendar a su hijo único, hijo que Dios le dio tras toda una vida de haberlo esperado. Lo demostró en que creyó en la palabra de Dios que le prometió que sería el padre de un pueblo tan numeroso como las estrellas del cielo.

En el Nuevo Testamento no hay un Padre de la Fe. Hay una Madre de la Fe. María. Lo demostró en la Anunciación cuando creyó en la palabra de Dios que le ofrecía que a través de ella llegaría el Salvador tanto tiempo esperado. Lo demostró al aceptar un largo peregrinar que comenzó por su destierro a tierras egipcias huyendo de los poderosos enemigos que querían matar a un tierno neonato. Lo demostró en aceptar ofrendar en la cruz a su hijo amado a pesar de que “una espada de dolor” atravesaría su corazón (Lc 2, 35).

Los católicos creemos en la resurrección de la carne. Jesús mismo resucitó, pero ese cuerpo resucitado no es como el nuestro. Está revestido de una Gloria que no comprendemos y que tenemos la esperanza de presenciar en la vida futura[1]. La resurrección de Jesús en su cuerpo es la prefiguración de la resurrección que tendrán quienes creen en Su palabra. Ese cuerpo resucitado es el mismo que nació de las entrañas de María. ¿Qué hijo no se dolería de que menosprecien a su madre? No reconocer la importancia de María es menospreciarla.

Desde los obispos hasta el último de los laicos cristianos católicos afirmamos estar completamente de acuerdo en que es una verdad contundente, coherente y vinculada con las otras verdades de la revelación que la Virgen María sea la mayor de las creyentes. Y creemos que haya podido ser asunta por Dios todopoderoso al cielo en cuerpo y alma. Nos lo dice el sentido sobrenatural de la fe que nos da el Espíritu Santo. Es uno de los “muchísimos otros bienes” que le hayan podido ser concedidos y “que nadie podrá nunca comprender”. Lo cierto es que el mismo Dios nos ha dado pistas para comprenderlo. En 1858 ocurrieron toda una serie de sucesos sobrenaturales en los que una bella señora se apareció a Bernadette Soubirou y preguntado su nombre dijo ser la “Inmaculada Concepción[2]. Este nombre confirmó la creencia de la Iglesia Católica de que María, madre de Jesús, a diferencia de todos los demás seres humanos, no fue alcanzada por el pecado original sino que, desde el primer instante de su concepción, estuvo libre de todo pecado en atención a que iba a ser la madre de Jesús, niño en todo igual a nosotros menos en el pecado, incluso el pecado original. Los acontecimientos no quedaron solo en lo ocurrido ese año. Dicho mensaje es preservado en el cuerpo incorrupto de Bernadette Soubirou, reforzando claramente la capacidad de Dios de librar de la corrupción del pecado a la Virgen María. Y si no hay pecado original ni corrupción, no hay muerte.

Es por tanto tema relacionado el de las apariciones sobrenaturales de la Virgen María actuando a la manera de madre y maestra, en busca de la conversión de vida de los seres humanos hacia Dios. Las palabras de sus apariciones jamás han contradicho ni añadido nada a lo dicho en las escrituras, pero su amorosa cercanía mueve el corazón mucho más que miles de prédicas. ¿No dijo Jesús que haría lo necesario para recuperar a sus ovejas perdidas? ¿No son los mensajes de su propia madre un llamado de la misericordia de Dios?

Lucas 1,78, el capítulo donde se narra la anunciación del arcángel, la visitación a Isabel y el canto del Magnificat nos dice: "por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, que hará que nos visite una Luz de la altura". Esa luz es María, por misericordia de Dios.



[1] San Pablo en Filipenses 3, 20-21 dice “Pero nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas”.
[2] El significado de dichas palabras era desconocido por la humilde campesina francesa.

viernes, 10 de junio de 2016

María señal de Jesucristo

Otra argumentación protestante que escuché hace muchos años fue que Jesús desautorizó a su madre en Juan 2, 4 y en Mateo 12, 46-50.

El contexto de la primera cita es la boda en la región de Caná a donde Jesús asistió con sus discípulos, y María su madre también era una de las invitadas. El evangelio según San Juan nos muestra entonces a un Jesús que había iniciado su ministerio de predicación, pero que aún no había acompañado ésta con signos sensibles que corroboraran el poder de Dios en Él. Estaba esperando algún “signo” o “señal” que le indicara que había llegado la hora de mostrarse en ese aspecto: “Todavía no ha llegado mi hora”. Pero María “la llena de Gracia”, es decir, la llena de “la vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rm 6, 23) inmediatamente dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga». La escena muestra a una María que tiene claro que esa hora ya ha llegado. Jesús no responde a su madre ni la desautoriza. Por el contrario, se da cuenta que la actitud de su madre es la señal que estaba esperando. Por eso llamamos a María la “señal de Jesucristo”.

La segunda escena ocurre mientras Jesús predica a la multitud dentro de alguna zona urbana. Alguien le dijo: «¡Oye! ahí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte.» Pero él replicó: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.»  Tampoco en esta situación Jesús desautoriza a María. De nuevo, al contrario, la exalta porque deja claro que su madre cumple la voluntad del Padre celestial. Hubo otra situación similar: una vez, estando Jesús hablando a la gente, alzó la voz una mujer y dijo: “Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron.” Y Jesús le respondió:

“Dichosos más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11, 27-28). De nuevo nos habla a todos, pero de nuevo exalta a su madre. Agustín de Hipona comentó de esta palabra: "De ahí que María es dichosa también porque escuchó la Palabra de Dios y la cumplió; llevó en su seno el cuerpo de Cristo, pero más aún guardó en su mente la verdad de Cristo.”[1]

María no es mencionada accidentalmente en las escrituras sino que recibe un tratamiento extenso e importante. En varias ocasiones nos dicen que ella guardaba todas las manifestaciones de Dios en su corazón y las meditaba. En la boda de Caná ella expresa -“Haced lo que Él os diga”. Por esas razones debe ser maestra para nosotros. El hecho de que Dios Padre se hubiese fijado en la humildad de esa mujer que se consideraba su esclava y que accedió a que se hiciese Su Voluntad, que dicha mujer no se jactara de su condición de sagrario[2] del Mesías, sino al contrario, que corriera a asistir a su prima Isabel que vivía a varios días de distancia, nos indica que María es modelo para nosotros. El hecho de que Jesús la haya asignado por madre del discípulo amado en la Cruz y por medio de él a toda la humanidad nos invita a llamarla madre nuestra. Debemos llevarla a nuestra casa como lo hizo el discípulo amado[3].



[1] Tomado de http://www.corazones.org/biblia_y_liturgia/oficio_lectura/fechas/noviembre_21.htm el 5 de enero de 2015.
[2] Lugar que guarda las cosas sagradas.
[3] ¿Queremos ser nosotros el discípulo amado?

martes, 7 de junio de 2016

Los Dogmas de Fe y otros temas de divergencia

Se critica por parte de las iglesias protestantes los Dogmas de Fe, principalmente los que están relacionados con María, madre de Jesús. Se define algo como dogma cuando la totalidad del Pueblo de Dios (fieles, sacerdotes y obispos) cree con firmeza en una verdad esencial de nuestra fe, siempre y cuando el Magisterio de la Iglesia la confirme, iluminado por el Espíritu Santo, como una verdad contundente, coherente y vinculada con las otras verdades de la Revelación.

Martin Lutero, si bien dejó de creer en la Iglesia, siempre siguió siendo ferviente devoto de la Virgen María. Resalto aquí uno de sus pensamientos que atañe al tema. Se trata de un comentario al himno del Magníficat: “Las grandes cosas que Dios ha realizado en María se reducen a ser la Madre de Dios. Con esto le han sido concedidos muchísimos otros bienes, que nadie podrá nunca comprender. De ahí se deriva todo su honor, toda su bienaventuranza y que ella sea en medio de toda la raza humana una persona del todo singular e incomparable. Ella ha tenido con el Padre celeste un niño, y un niño tal… Se comprende todo su honor, cuando se la llama Madre de Dios. Nadie puede decir otra cosa mayor de ella, aunque uno tuviera tantas lenguas como follaje tiene la hierba, como estrellas el cielo o arena las playas. Hay que meditar en el corazón lo que significa ser Madre de Dios”.

Madre de Dios

Una de las frases que nos han mencionado nuestras conocidas protestantes es que María fue madre de la humanidad de Jesús, pero no de la divinidad de Cristo. He aquí la argumentación protestante[1]:

“La Biblia nunca llama a María Madre de Dios porque Dios no tiene madre. Dios siempre ha existido. Dios nunca tuvo madre, o genealogía. Nadie lo engendró. Como alguien bien lo ha dicho, así como la naturaleza humana de Cristo no tuvo padre, así también la naturaleza divina no tuvo madre.

La Biblia, por lo tanto, correctamente llama a María la madre de Jesús: "Al tercer día se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y estaba allí la madre de Jesús". (Juan 2,1). En Hechos 1,14 leemos: "Todos estos perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la Madre de Jesús”.

Nuestro Señor Jesucristo es Dios hecho carne. La virgen María, bienaventurada sobre todas las mujeres, fue escogida por Dios para ser la madre de la naturaleza humana de Cristo. Ella fue madre de su cuerpo físico, pero no pudo ser madre de su deidad. La Biblia dice: "Porque en Él fueron creadas todas las cosas.... todo fue creado por medio de Él y para Él" (Col. 1, 16). Este texto habla de la preexistencia de Cristo, antes de la existencia de María. María concibió a Jesús como un ser humano con todas las características físicas normales. María no concibió la naturaleza divina de Cristo, porque esta naturaleza existía antes de la fundación del mundo.”

Esta concepción ya la había discutido ampliamente la Iglesia: El obispo Nestorio en el siglo V declaraba esto mismo: que María dio a luz a Jesucristo, una persona humana, que a esta persona humana fue unida la persona de la Palabra de Dios (el divino Jesús), que esta unión de dos personas, el Cristo humano y la Palabra divina, era "sublime y única" pero meramente accidental, que la persona divina habitó en la persona humana "como en un templo". Siguiendo su propio razonamiento, Nestorio declaró que el Jesús humano murió en la cruz, no el Jesús divino. Como tal, María no es "Madre de Dios" sino simplemente "madre de Cristo", el Jesús humano. Como resultado de las discusiones con otros obispos como San Cirilo de Alejandría el tema se dirimió en el Concilio de Éfeso en el año 431 declarándola herejía, es decir, una opinión particular o específica sobre un punto de doctrina determinado, y que no hace parte del cuerpo doctrinal de la Iglesia.

Para entender el punto de vista de la Iglesia Católica, debemos partir de la visión que la Iglesia tiene del ser humano.

Jamás debemos ver al ser humano como una parte material y otra espiritual porque nos lleva a otro tipo de errores, como por ejemplo, si la persona divina es diferente a la persona humana, la pasión y muerte de Cristo no tendría un carácter redentor del género humano.[2]. La tradición judía tenía claro que no puede haber cuerpo sin alma ni alma sin cuerpo. Son dos caras de una misma moneda. Por ello el nombre era tan significativo para los judíos, cada nombre, Gabriel, Ana o Ezequiel tiene un significado que no sólo designaba el cuerpo del individuo, sino también definía su ser. Gabriel significa “fuerza de Dios”, Ana significa “benéfica, compasiva, llena de gracia” y Ezequiel significa “Dios es mi fortaleza”. Por ello Jesús renombró a Simón (”el que ha escuchado a Dios”) como Pedro (”roca” en latín). Paulo (“pedido a Dios” o ”prestado a Dios”) pasó a llamarse a sí mismo como Pablo (“pequeño” en latín). De este modo se daba a entender que a partir de aquel momento eran nuevas personas con una nueva misión. Jesús (“salvación”) también se denomina como Emmanuel, es decir, “Dios con nosotros”.

Pablo nos dice que Jesús fue en todo semejante a nosotros excepto en el pecado. No es que un hombre ordinario hubiera nacido primero de la Virgen, en quién después la Palabra descendió; lo que decimos es que Dios se encarnó, haciéndose el nacimiento en la carne el Suyo. María concibió por el poder del Espíritu Santo y a través de ella a Jesucristo, segunda persona de la Santísima Trinidad, consubstancial con el Padre y Dios verdadero de Dios verdadero, entró en este mundo, tomando forma y alma humana. En Su persona están unidas tanto la naturaleza divina como la naturaleza humana y no se pueden separar.

Jesús nos dice en Juan 14, 9: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Quien ve a Jesús ve a su cuerpo y quien ve a su cuerpo ve a Dios Padre “ ..porque Él y el Padre son uno solo” (Jn 10, 30).

Pero queda la pregunta ¿Las Escrituras llaman a María madre de Dios? Sí. El evangelio según San Lucas nos relata: “Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? (Lc 1, 41 - 43). El evangelista es muy explícito, cuando Isabel queda llena del Espíritu Santo le realiza una pregunta a María llamándola “madre de mi Señor”.

Por estas razones la Iglesia Católica considera adecuado llamar a María Theotokos, es decir, Madre de Dios.





[1] Tomado de http://www.casadeoracioncr.com/tratado/499 el 25 de diciembre de 2014.
[2] No soy quien para profundizar en este tema específico tan fundamental.

viernes, 3 de junio de 2016

El Matrimonio

Ya explicados seis sacramentos, no debo dejar de lado el séptimo. El origen y pleno significado del matrimonio es explicado en otra entrada. En general, los protestantes están de acuerdo con los católicos en la mayoría de puntos, pero sólo en la mayoría. Luego de una corta introducción resalto algunos puntos importantes de diferencia.

Jesús en la conversación que se relata en Mateo 19 remite al libro del Génesis para referir cómo es el matrimonio en el Plan de Dios desde el principio. En Génesis 2, 24 se nos dice “Por eso el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y pasan a ser una sola carne”.     

En el matrimonio católico, los esposos se hacen una promesa mutua delante de Dios. Son ellos mismos los que se administran mutuamemnte el sacramento. El sacerdote sólo es un testigo. ¿Cuáles son esos votos? Los que hacen referencia a amarse de manera libre, total, eterna, fiel y fecunda: “… te quiero a ti como esposa y me entrego a ti, y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida”, … “recibe esta alianza en señal de mi amor y fidelidad a ti”, … “recibe estas arras como prenda de la bendición de Dios y signo de los bienes que vamos a compartir”.

Pero si bien la presencia del sacerdote parece sólo accidental, ya que podrían ser otros los testigos, he aquí que la necesaria presencia del sacerdote en la Iglesia Católica obedece a una característica del matrimonio y es que se realiza en el seno de la comunidad. Las películas norteamericanas de hace algún tiempo mostraban frecuentemente escenas de una pareja que se escapaba a la ciudad de Las Vegas parta casarse a escondidas delante de un pastor que actuaba de testigo. Otras muchas películas muestran cómo se casan con la presencia de familiares y amigos al borde de un acantilado, con una vista magnífica, o al borde del mar, o en un jardín hermoso. En un ámbito católico esto no es posible. El matrimonio se realiza de manera pública en el seno de la comunidad, y la mayor y más perfecta asamblea del pueblo de Dios es la celebración Eucarística, en la que la Iglesia Universal se reúne, y se reúne en un lugar consagrado para tal efecto. Por eso, en el seno de la celebración de la misa es que se realizan los matrimonios católicos, en un templo, y por su puesto, con la presencia de un ministro ordenado. He ahí una diferencia importante con nuestros hermanos protestantes.

Luego de las promesas mutuas el sacerdote realiza una pregunta a los contrayentes: ¿están preparados para recibir responsable y amorosamente a sus hijos como don de Dios?, ¿y a educarlos según la ley de Cristo y de su Iglesia?[3]. Esa pregunta tiene que ver con el rechazo a la contracepción, otro punto de diferencia con nuestros hermanos protestantes, explicada en otra entrada, y la voluntad expresa de educarlos en la fe.

Esa vocación a la unión libre, total, eterna, fiel y fecunda entre un hombre y una mujer es una llamada a la conformación de una familia. Es el llamado a ser fiel imagen y semejanza del Dios trino, comunidad de amor, Padre, Hijo y Espíritu Santo. La familia es una comunidad de amor trinitaria: padre, madre e hijos.

Un tema que presenta dificultad para muchos católicos, incluso instruidos, es la indisolubilidad del matrimonio. El tema era claro para Jesús. “Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre. Y ya en casa, los discípulos le volvían a preguntar sobre esto. Él les dijo: «Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio.»” (Marcos 10, 9-12).

“Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada… pues somos miembros de su Cuerpo. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia.” (Efesios 5, 25b-27 y 30-32). Pablo nos explica cómo el matrimonio entre varón y mujer es una imagen del matrimonio entre Jesús y la Iglesia. Decir que un matrimonio se disuelve es como decir que la unión entre Jesucristo y la Iglesia se disuelve, lo cual es imposible, ya que Dios no muda de parecer. La unión de un hombre y una mujer se consuma en el momento que se entregan el uno al otro en el altar del lecho nupcial. Cristo consumó en el altar de la Cruz su matrimonio con la Iglesia, no hay vuelta atrás.



[1]Texto del numeral 1602 del Catecismo de la Iglesia Católica.
[2] Ibid, numerales 1606 a 1609.
[3] Cantidades enormes de hombres y mujeres católicos están fracasando en el cumplimiento de las promesas que hicieron en el matrimonio de llevar a sus hijos a Cristo y criarlos en la fe de la Iglesia. (Basado en Thomas J. Olmsted, Obispo de Phoenix en su exhortación apostólica “Firme en la brecha”. 2015).

miércoles, 1 de junio de 2016

¿La carne para nada aprovecha?

No obstante, los protestantes miran los versículos de la Biblia del capítulo sexto de Juan de otro modo:

Aluden a Juan 6, 63 para insistir que Jesús dijo que la carne para nada aprovecha, sino que es el espíritu el que da vida, y que es la palabra la que es vida.

Revisemos de nuevo varios pasajes de Juan[1]

1.- Cristo le dice a Nicodemo que hay que nacer de nuevo (Juan 3, 1-21).
Nicodemo cree que se refiere a "reimplantarse" en el seno materno.
Cristo le explica que se refiere a un nacimiento del agua y del Espíritu.

2.- Cristo les dice que reconstruirá el templo en tres días (Juan 2, 19-21).
Sus oyentes creen que se refiere al templo de Jerusalén.
El evangelista explica que se refiere a su cuerpo.

3.- Cristo les dice que Lázaro duerme (Juan 11, 11 – 13).
Los discípulos creen que se refiere al reposo corporal, al sueño común.
Cristo les explica que Lázaro murió.

Contrastemos estos versículos con Juan 6:

1.- Cristo les dice que tienen que "comer su carne".
Sus oyentes creen que, como suena, se refiere a comer su carne (v. 52) Y Cristo no explica que se refiere a "creer en él".

2.- Cristo les dice que tienen que "beber su sangre".
Sus oyentes, al igual que con la carne, creen que habla literalmente, y dicen "Duro es este lenguaje". (v. 60)
Y Cristo no explica que se refiere a "creer en el Nuevo Pacto".

Todos los ejemplos son del Evangelio según san Juan. En los tres primeros pasajes san Juan narra cómo Jesús corrije el malentendido inmediatamente. En el capítulo 6 no hace mención a ninguna corrección acerca del entendido de que se refería a su propia carne y su propia sangre, por el cual se escandalizaron sus discípulos y muchos se marcharon. San Juan no menciona que Jesús lo corrija ni inmediatamente ni posteriormente, por tanto, san Juan deja claro que no hay malentendido, que en realidad Jesús estaba hablando literalmente.

La pregunta "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?", se presenta en el versículo 52, y las palabras de Cristo "la carne nada aprovecha", surgen hasta el versículo 63. Entre ambos versículos, hay una notoria insistencia por parte de Cristo en el asunto de comer Su carne y beber Su sangre. No es aceptable, por lo tanto, admitir que el versículo 63 es una respuesta directa al versículo 52. En todo caso sería una respuesta indirecta, significando que el alimento que nos da es espiritual[2].




[1] Tomado de http://luxdomini.net/_ap/contenido1/debateucaristia1.htm el 1 de junio de 2016.
[2] No obstante, en mi humilde opinión es que también tiene la capacidad de transformar nuestro propio cuerpo si vivimos en estado de gracia como en anticipo de la resurrección de la carne.